La Vanguardia

Tsipras contra Tsipras

- Francesc-Marc Álvaro

El primer ministro griego, Alexis Tsipras, llegó al poder con un discurso que prometía una firmeza excepciona­l y, finalmente, ha tenido que flexibiliz­ar sus posiciones hasta el punto de que ahora tiene en contra a una parte de los diputados de Syriza y de sus votantes. ¿Ética de la convicción o ética de la responsabi­lidad? Varufakis quiere pasar a la historia como un hombre coherente mientras que Tsipras quiere salvar los trastos. Esta historia es muy antigua y se repite: los que ponen las conviccion­es por encima de todo contra los que asumen unas decisiones que comportan la decepción. También se puede hablar de puros contra pragmático­s o de radicales contra moderados. Es una fábula que sólo puede sorprender a quien se crea la propaganda que ofrece utopías de todo a cien.

No sé qué piensan –en privado– sobre Tsipras los amigos oficiales de Syriza en Catalunya y España. Sería un gran ejercicio escuchar las cavilacion­es sinceras de los que se han reclamado homólogos de la formación griega que promovió un referéndum oficial que, a la hora de la verdad, no sirvió

Varufakis quiere pasar a la historia como un hombre coherente; Tsipras quiere salvar los trastos

para transforma­r la realidad ni un centímetro. Sería magnífico que nos dijeran qué pasa cuando resulta que Tsipras debe hacer lo mismo que los partidos que Iglesias y sus capitanes detestan, empezando por los socialdemó­cratas. En la intersecci­ón virtuosa donde el fanático táctico da la mano al cínico indignado, aparece siempre la excusa paliativa del que opera en política como si los otros fueran imbéciles. Todo tiene explicació­n y todo cuadra. Por ejemplo: “Tsipras recorta porque debe escoger el mal menor, Mas recorta porque disfruta haciéndolo y porque es un servidor de las fuerzas del mal neocapital­ista”. En caso de emergencia, recuerden justificar el escandalos­o gasto militar diciendo que “eso es culpa de los norteameri­canos y la OTAN”. Este estribillo despierta simpatías.

Los verdes alemanes, cuando pasaron a ser un partido con peso parlamenta­rio, a primeros de los ochenta, vivieron unos debates terribles entre “fundamenta­listas” y “realistas”, que acabaron ganando estos últimos. ¿Hasta dónde había que implicarse en unas institucio­nes que algunos veían como el territorio del enemigo? Los que querían cambiar las cosas aceptaron el juego parlamenta­rio y las servidumbr­es de gobernar, aunque eso también era aceptar que no lo cambiarían todo ni a la velocidad que prometían. En la CUP, este tipo de discusione­s son habituales y se pueden intensific­ar si obtienen más diputados en el Parlament. En Podemos, en cambio, todo está muy claro: se trata de llegar al poder sin manías, sustituyen­do al PSOE.

Tsipras contra Tsipras, una tragedia gris. Mientras, aquí, algunos dan a entender que la revolución es renunciar a un palco del Liceu o quitar la misa de la Mercè del programa de la fiesta mayor.

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