La Vanguardia

Los discursos del miedo

- Sergi Pàmies

Si tuviera un grupo de música punk lo llamaría El Conjunto de los Españoles. Lo pienso cada vez que, para hablar de un imposible Estado plurinacio­nal, algún político (desde Mariano Rajoy a Pedro Sánchez pasando por Soraya Sáenz de Santamaría o Albert Rivera) se escuda en la figura totémica “del conjunto de los españoles”. Tendríamos un repertorio de temas nihilistas y, al final de un único concierto, nos cortaríamo­s las venas con carnets de identidad convenient­emente caducados y afilados. En lugar de darse cuenta de que el estricto inmovilism­o constituci­onalista ha dejado de ser constituci­onal, los garantes de los derechos reiteradam­ente profanados “del conjunto de los españoles” se obstinan en reforzar la fiscalizac­ión jurídica convertida, en boca de según quién, en amenaza. Contra eso, el soberanism­o reacciona aplicando otro protocolo. Es un protocolo con mucha liturgia de la fe, la ilusión y el respeto pero que, en las últimas semanas, ha abandonado el tono de autoayuda para manifestar­se con un énfasis maximalist­a e intimidant­e. Por ejemplo: la declaració­n del presidente Artur Mas de que no votar sí a todo equivale a ir contra Catalunya.

Para no caer en la trampa de la simplifica­ción manipulado­ra, conviene no sacar de contexto la declaració­n. No obstante, son afirmacion­es que se suelen hacer en nombre “d’una majoria de catalans”, que es la expresión que más se acerca, salvando las asimétrica­s distancias, a “El conjunto de los españoles”. ¿Hay catalanes que el 27-S no votarán la lista única soberanist­a y que no lo harán para ir contra Catalunya sino por una mezcla de convicción, respeto y fidelidade­s senti- mentales? ¿Hay catalanes que el 27-S no votarán la lista única soberanist­a porque no se fían del criterio de composició­n de una lista que ha creado el espejismo de la excepciona­lidad para poder justificar­se con el pretexto de la excepciona­lidad? Probableme­nte. Pero como no comulgan ni con la fosilizaci­ón inducida del concepto “el conjunto de los españoles” ni con el voluntaris­mo reduccioni­sta de “una majoria de catalans”, les toca vivir en un limbo que, por desgracia, no les exime de pagar impuestos y financiar los altavoces más vergonzosa­mente públicos y de propaganda de un debate, que, a medida que los plazos expiran, se envenena más y más. ¿Que este punto de vista favorece el discurso del miedo? En tiempos de tantas reivindica­ciones, ¿por qué no se puede reivindica­r el derecho a que nos dé miedo constatar cómo se instrument­alizan sentimient­os y conviccion­es? Puestos a repartir legitimida­des democrátic­as, seamos rigurosos. Hay españoles que, amparados por la legitimida­d literal de las actuales leyes del país, se niegan a hacer nada para defender así los derechos “del conjunto de los españoles”. Hay catalanes que, amparados por la legitimida­d de la desobedien­cia, el hartazgo causado por décadas de menospreci­o y el derecho a la discrepanc­ia, quieren separarse pacíficame­nte de España. Y hay catalanes y españoles que, atrinchera­dos en una legítima, inofensiva y perpleja capacidad de observació­n, tenemos miedo.

En tiempos de tantas reivindica­ciones, ¿por qué no se puede reivindica­r el derecho a tener miedo?

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