La Vanguardia

Froome salta otra valla

Ni el gigantesco Glandon ni los espectacul­ares lacitos de Montvernie­r hacen tambalears­e al maillot amarillo

- XAVIER G. LUQUE

El segundo capítulo del reto alpino ya es historia. En una jornada de gloria para la afición local, con la espectacul­ar victoria del joven Romain Bardet, una de las nuevas esperanzas del ciclismo francés, la lucha de los primeros de la general quedó esta vez absolutame­nte bloqueada. Ni caídas, ni abandonos, ni ataques con posibilida­des de fructifica­r. Y a pesar de eso fue un día de lucha y de poner a prueba a un Chris Froome que sabe que le quedan las dos pruebas de fuego, en las dificilísi­mas etapas de hoy en La Toussuire y de mañana en el Alpe d’Huez. Pero que sabía también que ayer no era el mejor escenario para hacerle daño, como demostró el balance final, otro empate sin vencedores ni vencidos, mientras el líder se dedicaba de forma inteligent­e a nadar y guardar la ropa.

Probó suerte Contador, lo hizo Nibali, y el Sky ni se inmutó. Sólo si Quintana se añadía a la operación entonces el líder incrementa­ba el ritmo y rápidament­e recuperaba el pequeño espacio de te- rreno perdido por el cambio de ritmo de sus adversario­s.

La victoria de Bardet, que enfervoriz­ó al público de Saint Jean de Maurienne, se fundamentó en su excelente rendimient­o en la ascensión al Glandon, un puerto supremo de los que han marcado la historia de la carrera.

La etapa empezó con la habitual escapada y con Purito Rodríguez embolsándo­se el máximo de puntos para el premio de la montaña en los primeros cinco puertos del día. Pero el sexto era otra cosa y el Glandon le pasó factura. El de Parets perdió ritmo a poco más de un kilómetro de la cima, por donde Bardet ya pasó el primero, escoltado por el colombiano Winner Anacona, del Movistar. Entonces Bardet hizo un descenso impecable, un prodigio de técnica, y se fue solito hacia la glo-

ria de la victoria de etapa, la primera que obtiene, con 24 años, en su tercer Tour. Acabó decimoquin­to en el 2013, sexto el año pasado y justo ahora se sitúa entre los diez mejores de la carrera y primer francés de la general.

Además, el ciclista del Ag2R, natural de Auvernia, se encuentra ahora empatado a puntos con Joaquim Rodríguez en el liderato de la montaña, aunque el maillot de lunares rojos correspond­erá lucirlo hoy al catalán por las normas de desempate (hay que mirar en primer lugar quién ha coronado primero más puertos de categoría especial, después más puertos de primera, y así sucesivame­nte).

¡“Qué locura! ¡No me lo puedo creer!”, declaró Bardet después de atravesar la línea de la victoria cogiéndose la cara con las manos en una expresión de incredulid­ad. También explicó que había estudiado a fondo el trazado de ayer.

En el largo ascenso al Glandon fue donde apareciero­n los primeros intentos de poner nervioso a Froome, pero sin mucho efecto. Contador se fue solo unos pocos metros y formó un grupito donde también destacaba Gesink (sexto de la general). Nibali lo intentó dos veces y Valverde pasó unas pequeñas dificultad­es que no fueron mucho más allá. Por la cima del Glandon el grupo de Contador pasó a 2m23s de Bardet, el de Froome lo hizo a 2m36s y Valverde, a 2m45s. El chocolate del loro, nada que no pudiera solucionar el largo descenso, como se comprobó acto seguido.

Después del reagrupami­ento en la bajada del Glandon quedaban los esperados lacitos de Montvernie­r, la subida soñada por el realizador de televisión, una sucesión de curvas y de rectas que van aumentando de altura regularmen­te y que permiten ver, a vuelo de pájaro, el desarrollo global de la carrera. Por motivos de seguridad –la carretera es muy estrecha– no había público ni coches innecesari­os y la ascensión quedó limpia para lucimiento del Tour y gloria de las imágenes desde el helicópter­o. Un placer para la vista y para el aficionado. Bardet lo resumió así: “Aquello era como un estadio, los alientos de la gente rebotaban, tenían eco, yo subía con la carne de gallina...”.

De nuevo hubo tímidos movimiento­s en el grupo de favoritos. Un ataque de Nibali encontró la respuesta de Valverde e incluso de Quintana. Quizás pareció que a Froome le costaba un poquito más restablece­r el orden que marca la clasificac­ión, pero todo se produjo demasiado tarde, cuando la cumbre ya era a la vista y el resultado práctico no podía ser válido para nada. Sólo un desfalleci­miento rotundo de Froome, en Montvernie­r o no hace falta decirlo, antes en el Glandon, habría convertido una etapa globalment­e atractiva –pero pobre en resultados prácticos– en una jornada inolvidabl­e. No se produjo el crack del líder y no hubo épica. Quedan dos cartas por jugar. Pero son de dificultad suprema.

“Era como un estadio, los alientos de la gente tenían eco, yo subía con la carne de gallina...”

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Una espectacul­ar imagen de la subida a los lacitos de Montvernie­r
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ERIC FEFERBERG / AFP

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