Catalunya y ‘Grexit’
En esos dramáticos días que están redefiniendo Europa, lo acaecido con Grecia ofrece múltiples lecturas. La pasada semana advertía que la amenaza germana sobre el Grexit era un aviso para navegantes, para todos aquellos tentados en forzar las reglas de la unión monetaria y económica en beneficio propio. Por ello, no es extraño que el presidente del consejo Donald Tusk aireara su preocupación por el contagio político que la situación griega podía acarrear. Y no hay para menos.
No es casual que el campeón de Grecia fuera Francia, defendiendo una visión más relajada de las normas de la UEM, en la que la transferencia de recursos entre países sea más fácil. Francia tiene en casa a un acérrimo enemigo del euro, el partido de Le Pen, y Hollande intenta ponerle coto. También en Italia cuecen habas, con la debilitada posición de Renzi ante la reemergencia de Beppe Grillo y sus demandas de referéndum para decidir sobre la pertenencia al euro. Sumen a ello las posiciones antieuropeas del Partido por la Libertad en Holanda, las de los Verdaderos Finlandeses o del Partido Popular Danés, y de movimientos similares en Polonia y otros países del Este. Añadan que más del 50% de alemanes consideran que el Grexit era, y continúa siendo, la mejor opción. Y, finalmente, agreguen el Brexit, la posible salida de la Gran Bretaña. La angustia del presidente Tusk
No basemos la decisión sobre la independencia pensando que Europa nos recibirá con los brazos abiertos
es más que explicable.
En suma, si hay una característica que defina hoy el proyecto europeo es el de profunda crisis de identidad, causada por la recesión y las tensiones por ella provocada entre indignados del sur y del norte. Además, lo que está amenazado no es sólo la supervivencia del euro, tal como lo hemos conocido. La que se encuentra en un cruce de caminos es la idea misma de una Europa unida. Y, por tanto, los riesgos que se perfilan en el horizonte, aunque reducidos todavía, son de ruptura y de retorno de los estados nación.
Por ello, el acuerdo sobre Grecia y la crisis que ha provocado tienen una inevitable lectura catalana. Porque la decisión de avanzar hacia la independencia se toma en este contexto, probablemente el más delicado de la construcción europea de las últimas décadas. No parece razonable pensar que esta Europa nuestra va a aceptar la independencia de Catalunya con los brazos abiertos. Hay demasiados, y existenciales, problemas que resolver sobre la mesa. Y la dura resolución del caso griego, parcial porque habrá que ver en qué queda todo, es una muestra de por dónde pueden ir las cosas a partir de ahora.
No hay peor guía para la acción que el autoengaño, o su más explícita variante, la autosuficiencia. Si la independencia es lo que quiere la mayoría de los catalanes, habrá que gestionarla. Pero no basemos nuestras decisiones en la errónea creencia de que Europa nos recibirá con los brazos abiertos. Y que nos facilitará la llamada desconexión. No será así. Tomen nota.