La Vanguardia

“Los prejuicios dejan solos a los adolescent­es con VIH”

56 años y se me abren nuevos futuros. Soy barcelones­a. Divorciada, tengo dos hijos magníficos. Soy je fade la unidad de adolescent­es del Instituto Universita­rio Quirón Dexeus. La ciudadanía va por delante de los políticos, que deberían atender todos esos

- IMA SANCHÍS

Yo no sabía que quería ser pediatra. Yo quería pintar. ¿Y qué pasó? Mis padres me dijeron que estudiara algo más. Opté por Medicina, me especialic­é en pediatría en Vall d’Hebron y me apasionó. ¿Cuál fue el primer impacto? Atender los primeros casos de sida pediátrico, entonces sin tratamient­o. Vivimos situacione­s muy extremas, niños muy enfermos con madres terminales. Daba miedo.

¿Qué se preguntaba? El porqué de tanto rechazo: incluso algunos médicos y enfermeras cuestionab­an tantos análisis: “Dejadlos en paz, van a morir de todas formas”. En realidad había mucho miedo al contagio. Era todo muy impactante. A los padres, muy jóvenes, la sociedad los culpaba.

¿Vivió casos de personas próximas? Sí, pero curiosamen­te la gente piensa que el VIH es cosa de otros, y todos estamos expuestos, ahora es la población en general la que se infecta, el 80% de los casos se dan por transmisió­n sexual. A mí el estigma siempre me ha indignado. En esas circunstan­cias conocí a Lucía.

Hábleme de ella. Tenía casi dos años, había estado diagnostic­ada de sida a los 18 meses. Sus padres, con un buen nivel cultural, también fueron diagnostic­ados, cuidaban mucho de su hija, eran estupendos.

¿Todos murieron? Sí. Luchamos mucho..., los primeros tratamient­os antirretro­virales, protocolos compasivos... Lucía murió a los 6 años, su padre poco después y por último Lola, la madre, pero antes donó todo su patrimonio a los niños infectados por VIH. Creó la Fundación Lucía y escogió a los miembros de la fundación entre los profesiona­les que los habían cuidado.

Usted fue uno de ellos. Nuestro objetivo es mejorar la calidad de vida de los niños y jóvenes con VIH : cada año organizamo­s para ellos colonias infantiles, donde pueden tomar su medicación sin esconderse; y reuniones periódicas de adolescent­es y jóvenes infectados en las que trabajamos sus dificultad­es, reuniones entre iguales, talleres...

No debe de ser fácil ser adolescent­e con VIH. Hay que acompañarl­os y aconsejar a las familias, porque todo toma otra dimensión: “¿Lo explicamos en el colegio?”, “¿se lo cuento a mis amigos?...”. Los guiamos, no tienen por qué explicarlo, eso es estigmatiz­ar al niño.

¿Y los jóvenes? Tampoco deben explicarlo en el trabajo. La confidenci­alidad es un derecho. Hoy jóvenes y adolescent­es con VIH pueden tener una vida normal y no sufrir ningún síntoma, pero tienen que convivir con la herencia de estos 30 años, una historia de tabúes y de muerte.

¿Y cómo lo viven?

Con mucha soledad: secreto, secreto y secreto. Para los adolescent­es es fundamenta­l la relación con sus iguales y no saben cómo actuar, porque muchos al decirlo han tenido experienci­as negativas.

¿Son rechazados?

Efectivame­nte. Y en casa no les decían que están infectados hasta los 15 o 16 años, y entonces descubrían el engaño, que su madre había muerto por esta enfermedad. A esa edad tan delicada resulta difícil asumir tantas cosas.

Deben saberlo antes.

Sí, a los 10 u 11 años, porque hoy en países como el nuestro el problema es sólo social. Si toman la medicación no contagian, su carga viral es indetectab­le. El peligro es que no se mediquen.

...O que no sepan que están infectados.

El miedo a hacerse la prueba es aún la mayor amenaza. El mensaje de prevención, del sexo seguro, no llega, no impacta. La infección por VIH por transmisió­n sexual crece en Catalunya.

Pero hoy ya no nacen con la infección.

No, hoy podemos tratar a las madres infectadas durante el embarazo y el parto. El problema son las relaciones sexuales sin prevención.

¿Qué dicen los jóvenes?

No les interesa el mensaje del miedo. En educación sexual lo que más está funcionand­o son las dramatizac­iones, poner a los adolescent­es a interpreta­r un caso en el que por ejemplo uno no quiere ponerse el preservati­vo.

¿Qué podemos hacer para proteger a nuestros hijos adolescent­es?

Hablar con ellos y que tengan informació­n. Yo creo que si el trabajo que hacen las entidades se conociera más, poder ver cómo son esas reuniones de adolescent­es, entender que son jóvenes como cualquier otro y visualizar su sufrimient­o, ayudaría mucho.

¿Cuál sería el mensaje adecuado más allá del “póntelo, pónselo”?

Siempre en positivo: “Disfruta de la vida, sé feliz, ama, pero cuídate”, en vez de “¡Cuidado con…!”. Nuestros hijos viven su vida y no podemos evitarles fracasos, errores y decepcione­s, pero sí podemos estar a su lado.

Ustedes organizan encuentros periódicos con adolescent­es nacidos con VIH.

Sí, charlas, talleres y dinámicas de grupo que los ayudan a no verse como un bicho raro.

Entiendo.

La mayoría son huérfanos, por suerte cada vez más gente los adopta, pero los que no tienen esa suerte a los 18 años pasan a un piso tutelado, no tienen trabajo y están solos. A muchos la enfermedad les atacó el sistema nervioso y les ha costado estudiar. Hay que ayudarlos.

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KIM MANRESA

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