Al asalto.
Los refugiados en Calais no cejan en su intento por alcanzar el Reino Unido
Un grupo de inmigrantes desborda a la policía intentando llegar al eurotúnel ayer en Calais (Francia)
Los inmigrantes retenidos en Calais no cejan en su intento de alcanzar el Reino Unido. A pesar de que las autoridades francesas han reforzado los 28 kilómetros de alambradas que rodean el complejo ferroviario del Eurotúnel y a pesar de los 120 policías antidisturbios que se han unido a los 300 que ya estaban desplegados en la zona, cerca de mil inmigrantes volvieron anteanoche a intentar subirse a los camiones que cruzan el túnel montados en trenes lan- zadera. No fueron tantos como en los días precedentes, pero más que suficientes para extender las señales de alarma en París, Londres y Bruselas.
El primer ministro británico, David Cameron, considera normal que quieran ir al Reino Unido, “un país con trabajo, con una economía en pleno crecimiento, y que es un lugar increíble para vivir”. De viaje por Asia, aprovechó una entrevista en televisión desde Vietnam para decir que la situación en Calais “es muy difícil porque un enjambre de gente cruza el Mediterráneo en busca de una vida mejor”. Calificar de enjambre ( swarm) a las 137.000 personas que en los primeros seis meses de este año se han jugado la vida en una travesía incierta desde las costas africanas fue un grave error. Las asociaciones de derechos humanos –como el Consejo de Refugiados o Ayuda al Asilo– criticaron con dureza su lenguaje deshumanizador e irresponsable.
La tormenta la aprovecharon bien los rivales políticos del primer ministro conservador. “Debería recordar que habla de seres humanos y no de insectos”, seña- ló Harriet Harman, líder interina del Partido Laborista.
Hasta Nigel Farage, líder del partido anti inmigración Ukip, ha asegurado que él no utilizaría “un lenguaje así” y acusó a Cameron “de ir ahora de duro”.
Cameron añadió que los inmigrantes ilegales serán expulsados “para que la gente sepa que el Reino Unido no es un refugio seguro”. De momento, sin embargo, es un destino con más probabilidades que Francia de convertirse en definitivo. El año pasado, un 39 % de los refugiados que pidieron asilo en el Reino Unido lo consiguieron, frente al 22 % de los que lo hicieron en Francia.
La actitud de Londres ante la crisis ha irritado al gobierno francés. Aunque estén fuera del espacio Schengen, París considera que los británicos tienen la misma responsabilidad en atajar la crisis humanitaria que suponen los refugiados. “Es necesario que Europa se organice de verdad”, manifestó el ministro de Asuntos Exteriores, Laurent Fabius, en alusión a la falta de una coordinación efectiva frente al problema de la inmigración masiva.
Theresa May, ministra británica del Interior, ha anunciado casi diez millones de euros más reforzar la seguridad en el eurotúnel. Estas medidas, sin embargo, no
serán suficientes, según Fabius, “mientras no trabajemos con los países de origen”.
Hoy por hoy, sin embargo, lo que le preocupa a Cameron no es tanto una solución global al drama de los refugiados que huyen de la guerra y la penuria como el blindaje del Reino Unido. “Haremos todo lo necesario –afirmó– para asegurar nuestras fronteras y garantizar que los veraneantes británicos puedan irse de vacaciones”.
Humza Yusaf, ministro para Europa del gobierno escocés, señaló que “al no querer asumir su parte justa de estos inmigrantes tan vulnerables, el gobierno bri- tánico da la espalda a quien más lo necesita y, además, contribuye a la situación que se ha creado”.
Después de cruzar el Mediterráneo huyendo de la guerra en África y Oriente Medio, los inmigrantes, con todo perdido y todo por ganar, no se arredran ante el alambre de espino.
Mohamed, un joven sudanés de 25 años, declaró a la agencia Reuters que espera reunirse pronto con su hermano en Gran Bretaña. “Quiero reunirme allí con mi familia –dijo–. Mi hermano me espera”. Explica que llegó a Europa por mar desde Libia. “Ahora no tengo dinero, no tengo futuro. No tengo nada. No como ni duermo, no me ducho, no tengo casa”.
Una alambrada más alta, una fuerza policial más incisiva puede que le hagan cambiar de táctica, pero no de empeño. Pasa el día en uno de los campamentos a las afueras de Calais, donde malviven miles de personas como él. La policía los persigue. Ellos huyen y se esconden. La prensa local habla del “juego del gato y el ratón”. Un juego trágico, que se ha cobrado la vida de diez inmigrantes desde principios de junio. Ayer se supo que el último murió el martes, dos días después de abrirse la cabeza al saltar sobre uno de los vagones. Entre la vida y la muerte se debate otro joven africano, este electrocutado por la catenaria.