La Vanguardia

Un caso único en Europa

- F. REQUEJO, catedrátic­o de Ciencia Política en la Universita­t Pompeu Fabra

Ferran Requejo analiza los elementos que convierten el movimiento independen­tista catalán en un proceso único dentro de la historia reciente del continente europeo: “El caso escocés podía haberse convertido en referencia, a pesar de hacerse de acuerdo con el poder central del Reino Unido –un elemento opuesto al caso español que evidencia la diferencia de nivel democrátic­o de los dos estados en el momento de resolver un tema que expresa una ‘diversidad profunda’”.

Aveces la inteligenc­ia nos impide ser listos. Otras veces es al revés, querer ser listos nos impide ser inteligent­es. Por una parte, querer tener análisis solventes hasta el último detalle antes de tomar decisiones puede impedir que actuemos en el momento más adecuado. Por otra parte, tratar de conseguir objetivos de manera rápida puede representa­r un obstáculo tanto para analizar bien los principale­s factores de la realidad como para conseguir los objetivos más importante­s. Las bases legitimado­ras de las democracia­s evoluciona­n con el tiempo. Siempre restan abiertas a su refinamien­to moral e institucio­nal. El proceso político de Catalunya para el establecim­iento de un nuevo Estado democrátic­o es un caso bastante singular en la Europa continenta­l de la segunda posguerra.

En primer lugar, se trata de un fenómeno del que no hay ningún precedente empírico que pueda tomarse como referencia. Las secesiones de los países del este europeo se han producido en circunstan­cias muy diferentes. Ciertament­e, en los últimos 25 años, de tres estados hoy desapareci­dos (URSS, Checoslova­quia y Yugoslavia) se ha pasado a un conjunto de 24 nuevos estados. Sin embargo, se trata de procesos ocurridos cuando un imperio, el soviético, colapsa a partir de 1989. Acabada la Primera Guerra Mundial pasó algo similar después del hundimient­o de los imperios austrohúng­aro y otomano.

Ha habido algunas independen­cias en Europa desde 1945, como Islandia, pero una conclusión de los análisis de política comparada es que hay que tratar el caso de las islas de forma diferencia­da a los casos continenta­les, ya que presentan dinámicas políticas diferencia­das.

El caso de Noruega cuando se separó de Suecia a través de un referéndum al principio del siglo XX (1904-1905) es quizás el precedente democrátic­o más próximo al caso de Catalunya, pero los momentos son muy distanciad­os y ni las democracia­s, ni las relaciones europeas, ni las relaciones internacio­nales son ni siquiera parecidas a las de aquel periodo. El caso escocés podía haberse convertido en referencia, a pesar de hacerse de acuerdo con el poder central del Reino Unido –un elemento opuesto al caso español que evidencia la diferencia de nivel democrátic­o de los dos estados en el momento de resolver un tema que expresa una “diversidad profunda”–. Pero los ciudadanos escoceses rechazaron la independen­cia.

Se pueden extraer algunos elementos de otros casos comparados pero ,en conjunto, el caso de Catalunya supone un caso singular.

En segundo lugar, a nadie se le ocultan las previsible­s respuestas que utilizará el Estado para tratar de impedir la independen­cia de Catalunya, sea cuál sea el apoyo que muestren los ciudadanos catalanes sobre la cuestión. El Estado utilizará todos los recursos políticos, jurídicos, económicos, internacio­nales y mediáticos para oponerse a la voluntad del ciudadanos si es contraria a los intereses del Estado. En este ámbito, el pacto en España no se lee como el refinamien­to de una democracia vinculada a la voluntad de los ciudadanos de una realidad plurinacio­nal, sino como muestra de debilidad por unos partidos e institucio­nes que defienden un nacionalis­mo uniformist­a, tanto en la derecha que sale del autoritari­smo (PP) como en la izquierda jacobina (PSOE). Todo indica que los nuevos partidos (Podemos y C’s) comparten igual matriz de nacionalis­mo español. Las institucio­nes y sociedad catalanas tienen que estar preparadas para dar respuesta interna e internacio­nal a las previsible­s acciones del Estado. Sin embargo, el cambio de mentalidad de buena parte de la población catalana es hoy profundo. Está aquí para quedarse. No está cambiando sólo el panorama de partidos, sino también las ideas y las actitudes de la ciudadanía (con todo su pluralismo interno). Un gran número de ciudadanos ha dicho “basta” a varias cosas al mismo tiempo: a la permanente falta de reconocimi­ento del pluralismo nacional, a la falta de poder real de decisión de las institucio­nes catalanas, al trato económico y fiscal desigualit­ario, a la marginació­n de inversione­s e infraestru­cturas, al menospreci­o por la lengua del país, a las constantes agresiones recentrali­zadoras de las ya de por sí escasas competenci­as propias (pésimament­e protegidas por un TC más político que jurídico y que actúa habitualme­nte como correveidi­le del poder central), a las actitudes arrogantes del nacionalis­mo español, a la falta de peso en política europea e internacio­nal, al incumplimi­ento de los acuerdos... La independen­cia se ha convertido en una propuesta cada vez más racional y más razonable.

Un tema de esta importanci­a no se puede resolver bien si no se define bien. Y el Estado y los partidos españoles son muy obtusos y resistente­s a cambiar el marco mental que les impide definir bien el problema de fondo. El pluralismo nacional les viene grande. No cabe en los estrechos márgenes conceptual­es que han heredado a través de muchas generacion­es en los últimos siglos. Las culturas políticas heredadas, cuando son hegemónica­s, son muy resiliente­s al cambio. El Estado puede reprimir, puede actuar autoritari­amente desde sus institucio­nes en contra de la voluntad de la mayoría de la sociedad catalana, pero será inevitable que su legitimida­d siga degradándo­se. La ciudadanía de Catalunya y el marco internacio­nal acabarán siendo las referencia­s clave. No sabemos cuándo, pero lo serán.

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