La Vanguardia

Hasta septiembre

- Pilar Rahola

La inapelable verdad del calendario. Pasan los meses y llega el día marcado a fuego en el imaginario personal, el inicio de las vacaciones. Como cada año, hoy cierro el puesto durante un mes y, amante del ritual, dedico el artículo a desearles felices vacaciones. No hay nada original para decir, tal vez agradecer la paciencia, la constancia, la compañía de este espacio abierto y, si me permiten, el aliento por mantener el compromiso con el pensamient­o honesto, sea compartido o criticado. Nunca agradeceré lo bastante el lujo de tener una ventana desde donde mostrar ideas y reflexione­s con el único deseo de enriquecer el debate colectivo. Y por eso mismo lo agradezco como creo y sé, diciendo siempre lo que pienso, incluso cuando el viento viene de cara.

A punto, pues, de cerrar el ordenador –y a fe que no lo abro durante las vacaciones–, me pierdo por el abanico de días que se abre en la imaginació­n, ansiosa de este tiempo robado, que será un tiempo densamente vivido. Y la densidad no se refiere, en mi caso, a llenar las horas con actividade­s, sino

Me pierdo por el abanico de días que se abre en la imaginació­n, ansiosa de este tiempo robado

justamente lo contrario: ser capaz de paladear la vida, sin otro objetivo que contemplar la belleza. Es cierto que hay nubes en el horizonte, con la fecha de la muerte de papá como agujero negro que me asusta... ¡Ay, qué largo el primer año de la pérdida! ¡Y qué difícil de elaborar el recuerdo! Confieso que me inquieta la proximidad con el aniversari­o, por mucho que sepa que no es más que un día más, y que la dificultad está, justamente, en aprender cada día a vivir sin él. ¡Pero aun así, qué tiranía dolorosa la del aniversari­o de una pérdida!

Mato en seco la nostalgia, no sea que me pierda por el dulce placer de la tristeza, y enfilo lo que quería hacer: animar a todo el mundo a dejarse llevar por la vida, cuando la vida nos da un respiro.

Eso son, al fin y al cabo, las vacaciones, un paréntesis para acordarnos de que la verdad está en la cadencia del tiempo, cuando podemos dominarlo. Las conversaci­ones al vuelo, sin motivo, ni objetivo; las lecturas escogidas con delicadeza, porque no es cualquier cosa tener tiempo para leer; las caminatas largas, indolentes, bobas; el paisaje privilegia­do del Empordà salvaje; la familia, que afortunada­mente todo lo remueve, ladrones traviesos de emociones; y los amigos, que embellecen el camino. Soy feliz en las cosas pequeñas, cuando el tiempo me pertenece, alejada durante unas semanas del latido histriónic­o de mi profesión. Y es en los detalles pequeños donde encuentro muy a menudo la grandeza.

Felices vacaciones, amigos al otro lado de la escritura. Alguien dijo que reír era tener unas vacaciones inesperada­s. Intentaré, pues, regalarme vacaciones dentro de las vacaciones y reír mucho, relajarme, emocionarm­e, dejarme llevar, recordar que la vida es el tiempo que dedicamos a vivirla, y no el tiempo que pasamos por encima. Sed felices.

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