La Vanguardia

Lección de vida en el súper

- Domingo Marchena

Yolanda Heras ha oído miles de preguntas desde hace 16 años, cuando entró en Caprabo, la cadena decana del sector en España. Empezó como auxiliar y fue progresand­o. Cajera, reponedora, tercera, adjunta y jefa de planta. Quiere seguir creciendo en la empresa: supervisor­a, jefa de zona... Sólo le quedan dos peldaños. Y muchas preguntas. Sobre pedidos, productos, precios, horarios, repartos... Jamás olvidará la que le hizo hace tres veranos su hijo Éric, que ahora tiene 12 años. “No te va a pasar nada malo, ¿verdad, mamá?”

El sexo débil, dicen de las mujeres. Valiente estupidez.

Empezó de golpe, unas vacaciones en Murcia. Creyeron que podría ser un infarto, pero lo descartaro­n aunque le dolía mucho el seno izquierdo. Una mas- titis, quizá, pensaron en urgencias. Ella ya intuía que era más grave. Regresaron a Barcelona. Nuevas pruebas, una biopsia y la pesadilla. Cáncer. ¿Quién lo diría viéndola hoy? Se ha decidido a salir en esta serie para dar ánimos a otras mujeres. Sabía que ganaría. En especial, por su marido, Antonio, y por Éric y la pequeña de la casa, Míriam, de 6 años. Lo que más le preocupaba era decírselo a su madre, que había enviudado hacía poco.

Fue a verla y convocó a todos sus hermanos. Cuando vio sus caras les pidió un favor: “Si queréis, llorad ahora, porque cuando salga por esa puerta no quiero ni una lágrima más”. Varias operacione­s. Quimio y radioterap­ia. Un año y medio de baja. No dejó de ir a buscar a los niños al cole ni un día. Se puso una peluca por ellos, pero aun así vio que en la calle algunas personas la miraban de reojo, negándole la normalidad que ella tanto ansiaba. Y eso duele casi tanto co- mo la erosión malintenci­onada de la sanidad pública. Las autoridade­s recalcan mucho la importanci­a de la prevención, pero a ella no le tocaba la primera mamografía por la Seguridad Social hasta los 45 años. Ahora tiene 41. Tuvo el tumor hace tres veranos. Aún le queda una operación y deberá tomar pastillas durante cinco años. Pero ahí es- tá su sonrisa. En abril pidió el alta voluntaria. Necesitaba recuperar su vida de antes, su faceta de psicóloga, porque eso es un súper: atender, prestar atención a los clientes. El otro día una señora le dio las gracias por una gestión. Un gesto sencillo, la mejor medicina. “Te vemos feliz”, le dicen sus seres queridos. “Es que estoy superconte­nta”, responde ella. Aunque aún no puede hacer fuerza con el brazo izquierdo, cuando sonríe uno tiene la sensación de estar ante un milagro de la naturaleza. Una mujer, ni más ni menos. Otras tres madres del colegio de Éric y de Míriam luchan contra el cáncer, pero sin perder de vista su ejemplo: “La vida sigue y la viviréis con más ganas”.

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MAITE CRUZ Los compañeros de trabajo y los clientes del supermerca­do ven siempre así a Yolanda, sonriendo
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