¡Salvemos a Rafa Benítez!
Cuando entrenaba al Liverpool, Rafa Benítez era recibido por las aficiones rivales con el cántico “Fat spanish waiter!” (camarero gordo y español). No es fácil que una composición sintáctica contenga pólvora ofensiva en cada uno de sus elementos. Pero la fórmula parida por las gradas inglesas tenía la característica de ofender a camareros, a gordos y a españoles. Cuando Benítez fichó por el Real Madrid, corrió el rumor de que algunos directivos habían manifestado cierta inquietud por la imagen poco atlética y nada glamurosa de un entrenador que será una parte relevante de la imagen del club. Ahora José Mourinho ha añadido más de leña al fuego. Tras unas declaraciones de la esposa de Benítez dudando del trabajo de Mourinho, el portugués le ha respondido que, en vez de hablar, debería ocuparse de la dieta de su marido.
El despropósito contiene el machismo y el veneno necesarios para inspirar artículos como este. Los miembros de la comunidad susceptible de ser recibidos con el cántico de “Fat spanish waiter!” deberían solidarizarse con Benítez y cuestionar el absolutismo atlético que se pretende exigir a los entrenadores. La experiencia de una barriga y un sobrepeso notables (un sobrepeso que, por cierto, no tiene nada que ver con toda esa camama de los fofisanos, que son, como todo el mundo sabe, tíos delgados con envidia de barriga) se suele banalizar. Es probable que el mundo haya degenerado tanto
Para combatir el linchamiento, nada mejor que recordar los grandes momentos de gula y pereza
que personas como Benítez sean obligadas a adelgazar para no ser despedidas y, por eso mismo, hay que dejar constancia de las satisfacciones que, cuando es voluntario, provoca el sobrepeso. No hay que hacer bandera de ello y conviene combatir las secuelas que pueden derivarse de un exceso de peso y sedentarismo y de una alimentación basada en la práctica continuada de la voracidad recreativa. ¡Pero basta ya de criminalizaciones! Para combatir el linchamiento, nada mejor que recordar los grandes momentos de gula y de pereza. Momentos en los que, a la manera de los cineastas de arte y ensayo que, según Billy Wilder, hacían películas en las que veías crecer la hierba, los barrigudos contemplan cómo les crece, hermoso y tridimensional, su propio barrigón. Es verdad que, a partir de determinado volumen, el barrigudo entra en un laberinto de riesgos bulímicos. Y que volver a una dieta sensata exige recuperar toda la disciplina dilapidada en la fase pantagruélica. Pero ya habrá pagado el precio y, una vez condenado por los análisis, querrá reinsertarse en la sociedad con tratamientos, cambio de hábitos y un ejercicio diario mantenido (ante testigos que certifiquen que no engaña a los médicos). En el caso de Benítez, deberíamos preferir que su barriga nos señale el camino a que lo haga el dedo de un Mourinho, que, según las imposturas de la moda actual, cumple todos los requisitos para convertirse en un vulgar fofisano. ¿Los insultos? Tampoco son tan graves. Hay cosas peores que ser español, gordo y camarero, sobre todo teniendo en cuenta que muchos de los que cantan arrastran unas barrigas bastante más irremediables que las nuestras.