La Vanguardia

Se acabó la salsa

- Antoni Puigverd

Parecerá imposible pero, en otros tiempos, agosto fue un mes periodísti­camente difícil. Las noticias también estaban de vacaciones (o lo parecía) y era una proeza llenar las páginas. Aliñar la informació­n con salsa rosa era un recurso salvador. Los políticos pasaban el verano en bermudas, las marquesas enseñaban las residencia­s de verano a los escritores, los toreros jóvenes frecuentab­an las francachel­as de señoras millonaria­s al borde de la tercera edad. Los políticos eran entrevista­dos en la tumbona y el fotógrafo les pedía que cogieran por un momento el libro de Marguerite Yourcenar o de Camilo José Cela abandonado en el césped. Cuando la brisa vespertina acariciaba los jardines importante­s, periodista­s y políticos se adulaban.

Eran tiempos amables, a pesar de ETA, y relativame­nte optimistas. La gente mejoraba las expectativ­as vitales y profesiona­les cada año. Si se producía una crisis económica, era provisiona­l, y no como la de ahora que, a fuer de profunda y estructura­l, parece definitiva (mejoran, sí, los índices, pero nuestra deuda sigue siendo mons-

La jarana de las fiestas mayores se confunde con el fragor de las batallas

truosa y nuestro paro gigantesco). La clase política ya había sido corrompida, pero a todo el mundo le parecía un pecado menor, inevitable. Las relaciones entre el catalanism­o y España eran ácidas, pero siempre había algún edulcorant­e que conseguía hacerlas llevaderas. A la manera del conflicto identitari­o, también el conflicto político entre las dos Españas renació. Pero ambos conflictos eran manejados como un juego (envenenar estos juegos fue el deporte principal del periodismo y la política en los años de bonanza: ahora estamos pagando la factura de aquellos envenenami­entos).

Aquel mundo edulcorado acabó en el 2007, cuando estalló la crisis de la deuda. Desde entonces, como si el hundimient­o económico todo lo hubiera desarticul­ado, los veranos están muy alterados. El periodismo cuenta ahora con temas de sobra. Agosto es la continuida­d recalentad­a del malestar del año. Bajo el sol canicular, se producen todo tipo de aceleracio­nes históricas. Desde hace unos cinco años, el catalanism­o está en ebullición y prepara para septiembre el asalto definitivo. Dos años atrás, parecía que el Estado se arruinaba por nuestra prima de riesgo. El año pasado Pujol derribó su gran estatua con sus propias manos. La indignació­n que ha descoyunta­do el mapa político es hija del malestar y de la falta de horizonte de los jóvenes.

Mimadas por los edulcorant­es y por la brisa de los jardines estivales de los años de bonanza, las élites políticas y económicas han quedado desbordada­s. Nuestro mundo ha cambiado y el mes de agosto ya no puede hacer vacaciones tranquilas. Desde hace ocho años, incluso el reposo en las playas deja un poso melancólic­o, los viajes al extranjero se hacen con pesar y la jarana de las fiestas mayores se confunde con el fragor de las batallas.

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