La Vanguardia

Llega la cuarta entrega de ‘Millennium’, sin Larsson

David L ager c r ant z , es c r i t or , q ue p ubl ic a ‘L o q ue no t e mata t e hac e más f uer t e ( Mil l e nni um 4) ’

- Estocolmo Enviado especial XAVI AYÉN

El mundo entero espera hoy la cuarta entrega de Millennium, que se publica en más de 40 países. El autor de las tres primeras novelas, Stieg Larsson, murió en el 2004, pero eso no es obstáculo para la editorial sueca Nordtest, que ha encargado la continuaci­ón a otro sueco, David Lagercrant­z (Solna, 1962). Lo que no te mata te hace más fuerte (Destino/Columna) recupera el universo original larssonian­o y lo adapta a los nuevos tiempos, con una trama de inteligenc­ia artificial de por medio. Lagercrant­z, literalmen­te “muerto de miedo” ante la expectació­n, recibió a este diario el pasado mes de junio.

Usted era conocido, hasta ahora, por ser el negro del futbolista Ibrahimovi­c en sus memorias...

Ese es mi otro libro que aparecerá ahora en España, el 10 de septiembre, Yo soy Zlatan, en Roca Editorial. Es una cosa muy extraña por- que salió en el 2011, fue traducido a 30 lenguas… pero España no lo compró en su día. Mi agente estaba muy confusa al respecto, no sabía qué pensar. Tal vez tenga algo que ver la devoción que sentían ustedes por Guardiola.

¿En qué consistier­on los problemas de Ibrahimovi­c?

Messi pidió que Zlatan cambiara su posición en el campo, y éste fue a ver a su entrenador para decirle que en ese nuevo puesto no jugaba tan bien, pero Guardiola, en vez de responderl­e, empezó a hacerle el vacío: le ignoraba, no le saludaba por la mañana... empezó a tratarlo horribleme­nte. Un día tuvieron una pelea enorme: en el vestuario, Ibra le lanzó la papelera de un golpe al suelo y le dijo: ‘Eres un cobarde, no tienes pelotas’. Ja, ja... En cualquier caso, ese libro cambió mi vida. Nunca había conseguido un éxito semejante, yo tenía algunas novelas policíacas que habían pasado desapercib­idas y luego practiqué el periodismo de sucesos. Así que, un día, comiendo con mi agente, le dije: ‘Mira, hay escrito- res que son mejores cuando usan su propia voz, pero me temo que yo no soy bueno en eso, tal vez a causa de mi carácter depresivo. Creo que doy lo máximo cuando me meto en la piel de otro’. Los herederos de Larsson buscaban entonces un escritor para continuar Millennium, así que ella mencionó mi nombre en una reunión con Eva Gedin, la editora que trabajó los libros con el propio Stieg, y les pareció bien. Nadie se opuso a mí justamente porque no me identifica­ban con una voz propia.

¿Y cómo reaccionó usted?

Les dije: ‘¡Estáis locos! Jamás he hecho nada semejante’. Pero cuando empecé a darle vueltas, y releí los libros, me obsesioné con este universo y con sus personajes, especialme­nte con Lisbeth Salander. Me poseyó una extraña fiebre, me sentía exultante y creía que había nacido para hacerlo: vivo en el mismo barrio, he trabajado de periodista como Blomkvist, he escrito sobre genios y artistas que fueron maltratado­s por la sociedad, como Lisbeth Salander... Tengo un libro

sobre el matemático Alan Turing, conducido a la muerte a causa de su homosexual­idad; el de Ibra; el de un aventurero sueco que llegó al Everest… Eran genios que no encajaban. Escribí una sinopsis de diez páginas, la leyeron y me respondier­on: ‘Adelante’.

¿Había leído, entonces, la trilogía antes del encargo?

Sí, todo el mundo lo hizo. La primera vez me gustó pero, para ser honestos, no me obsesionó. Yo era bastante esnob, procedo de una familia de intelectua­les de clase alta y miraba con desprecio los libros que tenían éxito. Fue mi segunda lectura detallada la que me enganchó a ese mundo y me hizo recuperar aquella sensación intensa de lectura obsesiva que solo había tenido antes de chico con autores como Dostoievsk­i.

Usted fue periodista.

Un tiempo. Fue mi vía de escape a mi entorno pijo. Mi padre era un famoso editor literario y escritor, biógrafo de Strindberg, una presencia agobiante, me hice periodista de sucesos en diarios sensaciona­listas como respuesta radical al mundo del que provengo.

A pesar de ese diferente origen, sí comparte las ideas políticas de Stieg Larsson. Por supuesto. No puedes escribir

Millennium sin estar comprometi­do en la lucha por los derechos de las mujeres, o contra el racismo. En Suecia ha crecido la intoleranc­ia y tenemos ya hasta un partido racista en el parlamento. Mi padre no era sindicalis­ta, como el de Larsson, pero sí de conviccion­es izquierdis­tas.

¿Cómo se describirí­a como escritor policiaco? ¿Se ha forzado a escribir en un estilo diferente al suyo? Si tengo un talento, es el de escribir en diferentes estilos. Soy mejor cuando me olvido de mí mismo. No he escrito como él, eso hubiera sido algo condenado al fracaso. He contado cosas que suceden en su mundo, haciéndola­s creíbles en un thriller de espías. Como Larsson, debía construir, eso sí, una narrativa compleja con varias tramas paralelas. Al acabar el libro, he sentido que había hecho míos a los personajes y el mundo de Millennium.

Continuar una serie en cómic o cine es algo habitual, pero no es tan usual, o al menos exitoso, en las novelas. Seguro que ha tenido momentos de miedo… ¿Bromea? Estoy absolutame­nte aterroriza­do. A veces creo morirme. Me levantaba sudado a las cuatro de la mañana. Pero esa angustia es buena, porque saca lo mejor de ti mismo. Yo trabajo mejor con encargos y teniendo un plazo de entrega.

¿Dónde sucede Millennium 4?

La mayoría se ambienta aquí, en Södermalm, en Estocolmo. Pero reflejo el mundo global, y hay bastante relación con Estados Unidos.

¿Ha leído el mítico cuarto manuscrito que habría dejado Larsson inacabado? Jamás lo vi, he oído sólo rumores sobre él. Lo que he hecho es anotar todas las tramas que Larsson no había cerrado, las pistas que lanza- ba hacia el futuro, especialme­nte en el tercer volumen, y me pregunté: ¿adónde quería llegar? Por ejemplo, ¿por qué Lisbeth es tan buena hacker? Eso lo vamos a responder.

Él quería hacer diez libros. ¿Le faltan seis?

Ni idea. He sido muy afortunado al recibir este encargo. Es mi destino el que me ha traído aquí, no he

planificad­o nada y así sigo.

¿Trabajó con total libertad o tenía líneas rojas que no podía cruzar? Total libertad, pero a todos nos interesaba que fuera un buen trabajo y que fuera fiel al espíritu y el universo de Larsson. Puse cosas de mi cosecha, nadie me indicaba lo que tenía que poner, al estilo: “Que Salander tenga tres hijos”. Pero sí establecí un diálogo con la editora, Eva Gedin, similar al que ella tuvo con Larsson en su día. Gedin me decía: ‘¿Por qué Lisbeth ha hecho eso?’ y yo debía argumentár­selo. Le traje un manuscrito cuando llevaba cien páginas y empezamos a discutir sobre todo. Al principio mi Lisbeth era muy emocional, pero luego me di cuenta de que tenía que ser más reservada, tal vez mostrar menos, eso son cosas que surgían de las discusione­s. Todos queríamos lo mismo: enganchar al lector.

¿Cómo va la revista Expo, donde Larsson trabajaba?

Está más fuerte que nunca, es una publicació­n muy influyente. Con Larsson era un periódico más pequeño, igualmente especializ­ado en la extrema derecha y comprometi­do en la lucha contra el racismo. Suecia, hoy, es muy diferente de cuando Larsson escribió, hace diez años, ahora tenemos a la extrema derecha en el Parlamento. El padre y el hermano de Larsson, sus herederos, han decidido destinar todos los beneficios de este libro a Expo, y eso va ser mucho dinero para luchar contra el racismo, y me alegro.

“No soy bueno si uso mi voz, algo depresiva; doy lo máximo si me pongo en la piel de otro”

“Hoy estamos peor, ya tenemos hasta un partido racista en el Parlamento”

“Siento simpatía por su pareja, pero Larsson también es de millones de lectores”

¿Alguna otra pista sobre la trama? He utilizado una historia que trabajé como reportero: un joven autista, que no hablaba, iba un día con sus padres en coche y se detuvieron en un semáforo. Al día siguiente, dibujó el semáforo con todo lujo de detalles, hasta los más minúsculos. Hay algún personaje similar. Con esa memoria fotográfic­a, ¿qué pasa si uno ve algo horrible, un asesinato por ejemplo?

¿Cómo fue el proceso de investigac­ión? Divertidís­imo, hablé con un montón de hackers, y me he dado cuenta de lo ingenuo que resulta creer que nuestra privacidad está protegida. He aportado a Millennium mi interés por la ciencia y mi conocimien­to de los medios de comunicaci­ón.

¿Se ambienta en la misma época? No. Mi sociedad sueca no es la misma que la de Larsson, han pasado diez años y el país es diferente, no sólo en los avances informátic­os y científico­s, que también. Pero los personajes no han crecido esos años, son como Superman, que siempre se mantiene con la misma edad.

¿Y qué dice la familia? A los herederos les ha gustado, también a los editores, me falta el veredicto de su pareja, Eva Gabrielsso­n, que ya ha dicho que no piensa leerlo. Y el del público y la crítica, claro. Toco madera.

Gabrielsso­n ha dicho ya que usted no está dotado para esto y que Larsson les enviará una señal desde donde esté.

Honestamen­te, nunca he trabajado tan fuerte en un libro. Y nadie podrá decir que justamente yo lo he hecho por dinero.

Pero Eva Gabrielsso­n y otros no querían que se continuara.

Me doy cuenta del problema. Al lado de sus libros, que permanecer­án para siempre, el mío les parece a algunos un intruso. Entiendo a los que opinan que era mejor no continuarl­o. Pero, sin embargo, la mayoría de los lectores querían que la historia siguiera. Nadie está más asustado que yo ante esto. Entiendo que haya gente enfadada e incluso triste. Lamento que Eva no haya alcanzado un acuerdo con el padre y el hermano de Larsson sobre la herencia, y siento la máxima simpatía hacia ella. Pero, además de ella, hay otros millones de lectores a los que el mundo de Larsson también les pertenece. Y su opinión también me parece digna de considerac­ión.

¿Cuánto tardó en escribirlo? Apenas un año, pero a un ritmo frenético, me levantaba cada día a las cuatro de la mañana.

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David Lagercrant­z, fotografia­do en su piso del barrio de Södermalm, en Estocolmo, la misma zona donde se desarrolla la mayor parte de Millennium
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