La Vanguardia

Identidad sin clases

- Borja de Riquer

Borja de Riquer apuesta por la unión de toda la izquierda en apoyo del proceso soberanist­a: “Hace falta, pues, que todas las izquierdas se impliquen en el gran proceso de cambio político y social catalán para modificarl­o desde dentro. Si se quedan al margen, mirándolo con menospreci­o, corren el riesgo de que sea la historia la que se olvide de ellas”.

Guste o no, parezca precipitad­a su convocator­ia o no, las elecciones del próximo 27 de septiembre serán unas de las más trascenden­tes de nuestra historia. Nunca como ahora se nos había planteado a los ciudadanos de Catalunya el reto de votar si queremos un cambio radical de régimen político. Tendríamos que buscar el precedente de las elecciones del 15 de junio de 1977 para encontrar una situación relativame­nte similar. Es lógico, por lo tanto, que ante estos comicios surjan muchas dudas y las opciones sean bien diferencia­das. Ahora bien, sorprende el estado de confusión y de división que vive la izquierda catalana, y mucho más después de la notable recuperaci­ón e incluso de los éxitos alcanzados en lugares tan emblemátic­os como la ciudad de Barcelona en las recientes elecciones municipale­s. La confusión viene derivada de la diferente lectura que se hace del momento político y del propio carácter de las elecciones del 27-S. Las discrepanc­ias son especialme­nte patentes ante la cuestión de la independen­cia de Catalunya, es decir, si nos hace falta un Estado catalán soberano, independie­nte o no, o si es mejor seguir dentro de un Estado español con soberanía única.

Hay un sector de la izquierda que considera la vía catalana como una maniobra nacionalis­ta que acabará siendo peligrosa, porque divide, y frustrante, porque fracasará. Y por eso apuesta por una vía política española y defiende que las izquierdas catalanas tienen que contribuir a cambiar el actual régimen español y forzar un nuevo pacto democrátic­o hispánico dentro del cual sean posibles políticas sociales más igualitari­as y una más justa ubicación de Catalunya. La ambigüedad de esta izquierda radica en que, si bien defiende el derecho de autodeterm­inación de los catalanes, parece que nunca acaba por concretar cuándo podrá ser ejercido este derecho, dado que siempre hay otras prioridade­s que obligan a postergarl­o.

Ahora bien, ¿esta vía española de transforma­ción del Estado nacido de la Constituci­ón de 1978, quién la puede protagoniz­ar y qué objetivos podría alcanzar? En la hipótesis –muy optimista– de que después de las próximas elecciones españolas hubiera una mayoría parlamenta­ría de izquierdas (PSOE, Podemos e IU) y esta emprendier­a un proceso para hacer una nueva Constituci­ón –se necesitan los dos tercios de los diputados para aprobarla–, ¿podemos creer que estos partidos darían satisfacci­ón, aunque sólo sea a una parte, a las demandas catalanas? ¿Quién cree hoy que el PSOE puede encabezar una auténtica regeneraci­ón de la vida política española? ¿Los partidos de iz- quierda españoles estarían dispuestos a incluir en el nuevo texto constituci­onal una garantía explícita del derecho de autodeterm­inación de los catalanes y a reconocer que Catalunya es una nación soberana? ¿Acceptaría­n que Catalunya tiene derecho a una financiaci­ón justa y adecuada y a un auténtico blindaje de sus competenci­as? Por lo que estamos viendo últimament­e, parece que de ninguna manera aceptarían un trato especial para Catalunya.

Pienso que en los momentos actuales es una grave equivocaci­ón política inhibirse del proceso catalán, hasta el punto de considerar­lo secundario para los intereses de las clases populares, y dejar así que toda la estrategia hacia un Estado catalán esté en manos de ERC y CDC. Esta puede ser una equivoca- ción histórica mucho más grave que cuando en el año 1980 el PSC se negó a participar en el gobierno que tenía que configurar a la nueva Generalita­t.

La apuesta por la vía catalana desde una visión de izquierdas es fruto del análisis de la experienci­a de las tres décadas largas de Estado autonómico, que nos ha llevado a perder la confianza en la capacidad y la voluntad transforma­dora de las izquierdas españolas. Hoy las fuerzas políticas españolas, de derechas y de izquierdas, siguen siendo insensible­s ante las masivas y democrátic­as demandas catalanas en favor del derecho a decidir y no están dispuestas a configurar un Estado realmente federal que implicara un reconocimi­ento explícito de nuestra personalid­ad, de nuestra cultura y lengua, ni a emprender cambios significat­ivos que permitan políticas sociales más justas. Los catalanes de izquierdas nos encontramo­s, así, ante un complejo dilema: optar por el riesgo de luchar por una Catalunya diferente o conformarn­os con quedarnos dentro de un Estado español que realmente puede cambiar muy poco.

Es evidente que la vía catalana es muy difícil y arriesgada, y que será larga y estará llena de obstáculos, pero siempre será una mejor opción que conformars­e con una situación que perpetuará nuestra dependenci­a, que nos frustrará como pueblo y no resolverá las injusticia­s de la sociedad actual. Tenemos que ser consciente­s de que a inicios del siglo XXI el reto político de forzar un cambio de régimen sólo puede ser abordado con éxito si se utilizan procedimie­ntos claramente democrátic­os y si realmente es el proyecto de la gran mayoría del país. La vía catalana no puede ser partidista, sino transversa­l. Tiene que incluir desde la derecha democrátic­a hasta las izquierdas transforma­doras. Porque para forzar un cambio de verdad, sea de un nuevo encaje dentro de España o la independen­cia, hay que configurar un bloque social amplio e interclasi­sta, y eso hoy es posible en Catalunya. Marginarse del proceso, aludiendo a un purismo ideológico clasista, es una muestra de insensibil­idad política ante el clamor mayoritari­o de cambio manifestad­o por los catalanes desde hace cinco años y ratificado el pasado 9 de noviembre. Hace falta, pues, que todas las izquierdas se impliquen en el gran proceso de cambio político y social catalán para modificarl­o desde dentro. Si se quedan al margen, mirándolo con menospreci­o, corren el riesgo de que sea la historia la que se olvide de ellas.

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JOMA

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