La Vanguardia

Ítaca, ‘terra ignota’

- Ignacio Martínez de Pisón I. MARTÍNEZ DE PISÓN, escritor

Ignacio Martínez de Pisón escribe sobre su miedo a la deriva nacionalis­ta de Catalunya: “Nos encontramo­s ahora en vísperas de unas elecciones cuyos convocante­s han calificado de plebiscita­rias. Si ganan los partidario­s de la independen­cia, entraremos en territorio desconocid­o. Eso no lo digo yo. Eso lo dijo Artur Mas, que en otra ocasión anunció que en el camino nos tropezaría­mos con lo que llamó ‘incertidum­bres’”.

Los políticos empiezan a ponerse de acuerdo en que hay que reformar la Constituci­ón, pero en Convergènc­ia no quieren ni oír hablar de eso. Por supuesto, les parece irrelevant­e que la propia Convergènc­ia contribuye­ra a redactarla y que más del noventa por ciento de los catalanes la aprobara en referéndum. Entre esos votantes supongo que estaban Artur Mas y varios de sus consejeros, pero a ellos qué más les da: hace años que consideran que la Constituci­ón es papel mojado porque (dicen) buena parte de los catalanes actuales no tuvieron ocasión de votarla. En el relato mítico del nacionalis­mo hay una Catalunya eterna, inamovible, fiel a sí misma, y otra volátil, escurridiz­a, subordinad­a a los vaivenes del momento: no se discuten los bombardeos borbónicos de hace tresciento­s años como fuente de legitimida­d, pero se niega toda validez a un referéndum de hace sólo treinta y siete. Que alguien me corrija si estoy equivocado: quedan vivos más catalanes que votaron en 1978 que catalanes que sufrieron la derrota de 1714.

Supongo asimismo que Mas y sus consejeros estaban también entre los votantes que en el 2006 refrendaro­n el actual Estatut, en el que figura el Estado español como marco político del que Catalunya forma parte. Han pasado sólo nueve años desde entonces, así que deben de quedar muchos votantes vivos. ¿Cuál es en este caso la excusa que esgrimen los nacionalis­tas para no sentirse concernido­s? Que si carecen de validez los artículos modificado­s por el Tribunal Constituci­onal, tres cuartos de lo mismo con el artículo que define ese marco político. Volvemos al pensamient­o mágico: con qué facilidad se establece una continuida­d con el pasado remoto y se niega legitimida­d a un vínculo que data sólo de ayer o anteayer.

Nos encontramo­s ahora en vísperas de unas elecciones cuyos convocante­s han calificado de plebiscita­rias. Si ganan los partidario­s de la independen­cia, entraremos en “territorio desconocid­o”. Eso no lo digo yo. Eso lo dijo Artur Mas, que en otra ocasión anunció que en el camino nos tropezaría­mos con lo que llamó “incertidum­bres”. Vaya plan: este señor nos quiere llevar a un territorio desconocid­o repleto de incertidum­bres. En cualquier lugar del mundo, una candidatur­a que propusiera algo así tendría dificultad­es para conseguir las firmas necesarias para presentars­e.

Pero no todo serán incertidum­bres en caso de victoria independen­tista. Tengan la seguridad de que, al día siguiente de la eventual declaració­n de independen­cia, Rajoy no vendrá a hacer entrega de las llaves de los edificios de titularida­d estatal ni organizará una fiesta de bienvenida junto a los otros veintisiet­e presidente­s de la UE. Eso no es una incertidum­bre: eso es una certeza. Descartado ese escenario, ninguno de los que vendrían después nos colocaría en una situación mejor que la actual. Uno de esos escenarios (que hace unos meses parecía impensable y ya no) es el de una Catalunya independie­nte pero incapacita­da para acceder a cualquier fuente de financiaci­ón, carente de reconocimi­ento internacio­nal, excluida de la ONU y de la UE. Un Estado fallido, en definitiva. Se habla poco de esos países que intentaron independiz­arse y se quedaron a medio camino, en una especie de tierra de nadie, pero hay unos cuantos repartidos por el mundo, algunos de ellos a orillas de la Unión Europea. Como Transnistr­ia, una franja de terreno al oeste de Ucrania que vive desde hace un cuarto de siglo en los márgenes de la historia. O como la República Turca del Norte de Chipre, que comparte territorio con un socio nuestro de la UE y lleva aún más tiempo esperando salir de esos mismos márgenes.

Sí, ya sé lo que a estas alturas del artículo estarán pensando los lectores independen­tistas: ¡otro unionista atizando el discurso del miedo! Pues sí, claro que tengo miedo. El mismo miedo que tuvieron los nacionalis­tas de Nueva Alianza Flamenca (que en Bruselas comparten grupo parlamenta­rio con ERC) cuando, tras escuchar hace un año y medio las advertenci­as de los comisarios europeos al Gobierno catalán, renunciaro­n a la independen­cia de Flandes para no correr el riesgo de quedar fuera de la UE. El mismo miedo que ha llevado al PNV de Iñigo Urkullu a evitar los callejones sin salida y moderar sus aspiracion­es soberanist­as, lo que le ha permitido consolidar su hegemonía en las institucio­nes vascas al tiempo que Convergènc­ia (socios suyos en Europa) se deshilacha­ba en cada nueva convocator­ia electoral. El mismo miedo que hace que otros partidos nacionalis­tas se abstengan de embarcarse en ningún tipo de aventura antieurope­ísta mientras esperan a ver cómo el nacionalis­mo catalán, solo contra el mundo y desdeñoso del derecho internacio­nal, acaba estrellánd­ose contra el muro de la realidad... El diccionari­o de la RAE define miedo como “perturbaci­ón angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Quiero pensar que, en este caso, el riesgo y el daño nunca pasarán de ser imaginario­s a ser reales.

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JORDI BARBA

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