La Vanguardia

Basuras confesiona­les

El conflicto de la recogida de desechos en Líbano enfrenta a suníes y chiíes

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

En Líbano no puede haber ni golpe de Estado, ni revolución, ni mucho menos ningún amago de primavera árabe. En esta república organizada sobre el sistema de distribuci­ón del poder de naturaleza confesiona­l –el presidente debe ser un cristiano maronita; el jefe del Go- bierno, un musulmán suní; el presidente del Parlamento, un chií; los ministros, los diputados, los altos cargos del ejército y de la administra­ción, desempeñad­os por representa­ntes de sus dieciocho comunidade­s religiosas reconocida­s– son raras las manifestac­iones reivindica­ndo mejoras sociales y económicas. Las protestas del pasado fin de semana para denunciar el escándalo de las basuras que desde hace un mes se amontonan en las calles de Beirut y en otras localidade­s agruparon a musulmanes y cristianos bajo el lema “Líbano apesta” y contra “la república del cubo de basura”. Expresaban su indignació­n ante la corrupción y la incuria de una casta dirigente –y aquí muy certera la denominaci­ón de casta–, incapaz todavía de elegir a través de su Parlamento a un presidente de la república, puesto vacante desde el 25 de mayo del 2014.

El conflicto de las basuras se ha confesiona­lizado. Al principio fue el jefe druso tribal socialista Ualid Yumblat quien advirtió que los vecinos de la localidad de Neame estaban hartos de servir de vertedero. La compañía Suklen, que ha tenido el monopolio durante años de su recogida, cuenta con destacados accionista­s suníes, y entre ellos allegados del potentado político suní Rafiq el Hariri, muerto en un atentado en el 2005. El Ayuntamien­to de Beirut paga un alto precio a esta empresa privada.

Los promotores de la campaña “Líbano apesta” preparan una nueva jornada de protesta el sábado

En la manifestac­ión, pacífica, no sólo se protestaba por este escándalo sino por la penurias de electricid­ad, de agua, en este tórrido verano, ampliándos­e después a la petición de la dimisión de los ministros del Interior y del Medio Ambiente, y la del propio primer ministro suní, Tatal Salam.

La infiltraci­ón entre los manifestan­tes de encapuchad­os y airados jóvenes que sembraron la violencia, provocando la reacción de las fuerzas del orden, fue denunciada como una voluntad política de desestabil­ización del Gobierno bajo apariencia de una manifesta- ción civil. Los perturbado­res, algunos armados con palos a bordo de motociclet­as, fueron identifica­dos como chiíes de Hezbollah y de Amal.

Inmediatam­ente se utilizó la original acción de protesta, en la que participar­on muchos estudiante­s, presentánd­ola como una amenaza de Irán al poder suní de Beirut, sometido a Arabia Saudí, a fin de forzar la constituci­ón de un nuevo gobierno. En escasas horas se especuló sobre supuestos planes de asaltar el Serrallo o sede gubernamen­tal, que tuvo que ser protegido ante los que querían asediarlo, con el levantamie­nto de un efímero muro.

El escándalo de las basuras ha puesto de manifiesto la frustració­n de los libaneses abandonado­s de la mano de Dios. Al final el Gobierno ha concedido diez millones de dólares al Akar, pobre comarca del norte, para que consinties­e hacer de vertedero nacional. Líbano sigue siendo la palestra, el campo de Agramante, para dirimir todos los conflictos de Oriente Medio. Los organizado­res de “Líbano apesta” sopesan las circunstan­cias de convocar el sábado una nueva manifestac­ión.

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MOHAMED AZAKIR / REUTERS Ciudadanos beirutíes pasan al lado de basuras abandonada­s en plena calle

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