Basuras confesionales
El conflicto de la recogida de desechos en Líbano enfrenta a suníes y chiíes
En Líbano no puede haber ni golpe de Estado, ni revolución, ni mucho menos ningún amago de primavera árabe. En esta república organizada sobre el sistema de distribución del poder de naturaleza confesional –el presidente debe ser un cristiano maronita; el jefe del Go- bierno, un musulmán suní; el presidente del Parlamento, un chií; los ministros, los diputados, los altos cargos del ejército y de la administración, desempeñados por representantes de sus dieciocho comunidades religiosas reconocidas– son raras las manifestaciones reivindicando mejoras sociales y económicas. Las protestas del pasado fin de semana para denunciar el escándalo de las basuras que desde hace un mes se amontonan en las calles de Beirut y en otras localidades agruparon a musulmanes y cristianos bajo el lema “Líbano apesta” y contra “la república del cubo de basura”. Expresaban su indignación ante la corrupción y la incuria de una casta dirigente –y aquí muy certera la denominación de casta–, incapaz todavía de elegir a través de su Parlamento a un presidente de la república, puesto vacante desde el 25 de mayo del 2014.
El conflicto de las basuras se ha confesionalizado. Al principio fue el jefe druso tribal socialista Ualid Yumblat quien advirtió que los vecinos de la localidad de Neame estaban hartos de servir de vertedero. La compañía Suklen, que ha tenido el monopolio durante años de su recogida, cuenta con destacados accionistas suníes, y entre ellos allegados del potentado político suní Rafiq el Hariri, muerto en un atentado en el 2005. El Ayuntamiento de Beirut paga un alto precio a esta empresa privada.
Los promotores de la campaña “Líbano apesta” preparan una nueva jornada de protesta el sábado
En la manifestación, pacífica, no sólo se protestaba por este escándalo sino por la penurias de electricidad, de agua, en este tórrido verano, ampliándose después a la petición de la dimisión de los ministros del Interior y del Medio Ambiente, y la del propio primer ministro suní, Tatal Salam.
La infiltración entre los manifestantes de encapuchados y airados jóvenes que sembraron la violencia, provocando la reacción de las fuerzas del orden, fue denunciada como una voluntad política de desestabilización del Gobierno bajo apariencia de una manifesta- ción civil. Los perturbadores, algunos armados con palos a bordo de motocicletas, fueron identificados como chiíes de Hezbollah y de Amal.
Inmediatamente se utilizó la original acción de protesta, en la que participaron muchos estudiantes, presentándola como una amenaza de Irán al poder suní de Beirut, sometido a Arabia Saudí, a fin de forzar la constitución de un nuevo gobierno. En escasas horas se especuló sobre supuestos planes de asaltar el Serrallo o sede gubernamental, que tuvo que ser protegido ante los que querían asediarlo, con el levantamiento de un efímero muro.
El escándalo de las basuras ha puesto de manifiesto la frustración de los libaneses abandonados de la mano de Dios. Al final el Gobierno ha concedido diez millones de dólares al Akar, pobre comarca del norte, para que consintiese hacer de vertedero nacional. Líbano sigue siendo la palestra, el campo de Agramante, para dirimir todos los conflictos de Oriente Medio. Los organizadores de “Líbano apesta” sopesan las circunstancias de convocar el sábado una nueva manifestación.