Política de otro tiempo
Txiki Benegas ha sido despedido en los medios de comunicación con artículos que ensalzaban su capacidad negociadora, su disposición a la búsqueda de acuerdos con adversarios políticos y su mano tendida permanente para conseguir pactos. Todo ello es cierto y responde a lo que fue Benegas en la vida pública, pero su desaparición invita a pensar si antes de que falleciera el dirigente socialista no había muerto esa forma de hacer política que él y otros como él representaban y que se basaba en el entendimiento entre diferentes en cuestiones fundamentales y en saber acotar un espacio para el enfrentamiento partidario y otro para pactar asuntos de interés común.
Benegas, por ejemplo, intervino en el Congreso en el debate sobre la ley de Amnistía de 1977, una ley pactada que nació con un amplio acuerdo político entre partidos de muy diferente signo que la consideraban como la base de la reconciliación, como el primer paso imprescindible para que la nueva etapa democrática fuera posible. Era el abrazo que dejaba atrás los años más duros de nuestra historia reciente. Políticos que procedían del franquismo y políticos que procedían del antifranquismo fueron capaces de encontrarse en torno a aquella ley porque comprendieron que había que cerrar heridas pasadas para asentar el futuro sobre nuevas bases.
Hoy no sería posible aprobar una ley como aquella porque de unos años a esta parte
En las relaciones entre los partidos domina el enfrentamiento frontal en detrimento de la cooperación
se ha producido un cuestionamiento retrospectivo de la amnistía dentro del cuestionamiento general de todo el modelo que supuso la transición de la dictadura a la democracia. Ese revisionismo lo practican no sólo los nuevos sectores radicales recién incorporados a la política, sino incluso formaciones veteranas que en su día votaron y defendieron con convicción aquella decisión. El espíritu de conciliación que latía detrás de aquel acuerdo y de otros similares ha desaparecido hace tiempo. Y esto es aplicable a otros aspectos de la vida política presente.
Benegas practicó y defendió el acuerdo con el nacionalismo vasco, hasta que se radicalizó y se alejó de los postulados que habían hecho posible el entendimiento. Después defendió el acuerdo con el PP para hacer posible un lehendakari socialista que pusiera fin a la espiral de radicalización del nacionalismo. Ahora, cualquier dirigente del PSOE que planteara un acuerdo con el PP, bien en un asunto de carácter general, bien en un ámbito autonómico, por ejemplo en Catalunya, tiene muchas posibilidades de ser corrido a gorrazos por sus propios compañeros de partido. Es muy probable que en las filas del PP pasara algo parecido.
Al margen de la agudización de las tensiones políticas que se producen en vísperas electorales, como ocurre ahora, en las relaciones entre los partidos domina desde hace tiempo el enfrentamiento frontal en detrimento de la cooperación. En un momento en que se plantea una posible revisión de la Constitución, la ausencia de actitudes políticas conciliadoras constituye un grave problema que puede poner en peligro una operación de ese tipo.