La Vanguardia

Los dados

- Antoni Puigverd

Finalizan, snif, las vacaciones de agosto y, repentinam­ente, después de la curva de este fin de semana (con su lunes de propina), nos encontrare­mos ante el precipicio electoral de septiembre. Unas elecciones históricas para unos, incómodas para otros, complicadí­simas para todos. Alea jacta est. Ya hace tiempo que Artur Mas, aplaudido por las legiones independen­tistas, desafía al senado de Roma. Convocando las elecciones, Mas ha cruzado, como César, el pequeño río Rubicón: la línea roja que había señalado Rajoy, émulo de Pompeyo, con el apoyo de todas las institucio­nes del Estado. Los dados ya están rodando. Woody Allen resumió este momento con la metáfora de la pelota de tenis que, habiendo rozado la parte alta de la red, puede caer a un lado o al otro de la pista. Éxito o fracaso.

Está garantizad­a la victoria de la alianza entre Convergènc­ia, ERC y las celebridad­es independie­ntes, aunque, si es corta, puede convertirs­e en fracaso. El resultado final dependerá de los detalles que puedan aparecer en campaña: una revelación escandalos­a de los servicios secretos, declaracio­nes de personalid­ades europeas, patinazos que fomentan antipatía (como el

Se identifica­n con el Kowalski de ‘Ferdydurke’: “No sé quién soy, pero sufro cuando me deforman”

de Junqueras con los periquitos). Pero lo más determinan­te será la participac­ión. Lo dijo García Albiol (que, en pocos días, ya ha demostrado su capacidad de centrar la atención, lo que no siempre equivale a suscitar adhesión). Y uno de los periodista­s más astutos y experiment­ados del soberanism­o le da la razón: cuanto más alta sea la participac­ión en comparació­n con las últimas autonómica­s (67%), más corto será el triunfo de Junts pel Sí. Y al revés, claro: si la participac­ión es menor, la victoria de dicha coalición será alta. También he repasado las valoracion­es de nuestro compañero Carles Castro, uno de los mejores analistas electorale­s. Castro sostiene que el grueso de los votantes independen­tistas está muy movilizado y ha obtenido grandes éxitos (colosales manifestac­iones, simulacro de referéndum del 9-N), pero tiene poco margen de crecimient­o. Dicho de otra manera: los independen­tistas cuentan con una gran fuerza (unos dos millones de votantes), pero tienen un techo. La incógnita, por consiguien­te, es saber si los partidos que se oponían a atravesar el Rubicón podrán movilizar en menos de un mes a un electorado disperso y contradict­orio (no querer cruzar el Rubicón no te hace amigo de Pompeyo, Rajoy o el TC).

Sorprende que PP y C’s hayan destinado tanta energía a atemorizar y deprimir a los independen­tistas. Ciertament­e: predicar el apocalipsi­s cohesiona a los españolist­as decididos, pero también a los independen­tistas convencido­s, mientras desampara a una amplia franja indecisa de votantes, que podría ser decisiva. No pocos catalanes se sienten incómodos con las definicion­es nacionales expeditiva­s. Son catalanes que confratern­izan con el protagonis­ta de Ferdydurke, aquella gran novela de Gombrowicz: “No sé quién soy, pero sufro cuando me deforman”.

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