Patriotismo platónico
Sabemos que es de mala educación hablar de política, dinero y religión en la mesa, pero son temas que acaban saliendo en casi todas las comidas. El pretexto es el 27-S y, por extensión, la independencia, que obligan a sumergirse en debates espirales que incluyen argumentos económicos (dinero) y contorsiones espirituales entre la fe (religión) y la razón dignos de la escolástica más extrema. Ojalá recuperemos pronto los hábitos de las sobremesas de antaño, cuando hablábamos de enfermedades, infidelidades y, con toda la buena educación del mundo, difamábamos a granel.
En un almuerzo reciente, el sumario de conversaciones logró evitar El Monotema hasta pasado el segundo plato. Pero, con el postre (dos megasandías preparadas con dosis de vodka ruso administrado a través de una sabia acupuntura de inyecciones), los comensales se hicieron la tertulia encima. De los ocho comensales, tres eran independentistas fetén, dos eran indecisos en fase de conversión, uno era un oportunista a la espera de acontecimientos, yo era el español convencido de que el 27-S llega el apocalipsis y el octavo era una
Lo que más sorprendió a la empresaria es que unos y otros se preguntaran, sin pudor, qué votarán
empresaria portuguesa que pasa unos días en Barcelona. Cuando con la dosis justa de curiosidad la portuguesa preguntó por qué parecían todos tan impacientes por declarar la independencia, el anfitrión encontró una fórmula eficaz: “Hasta ahora la independencia ha sido un amor platónico y tenemos la oportunidad de que deje de serlo”.
Se llama platónico el amor irrealizable, no correspondido y abstraído de connotaciones sexuales. La denominación tiene poco que ver con la literalidad filosófica de Platón, pero ya se sabe que las ideas están sometidas a la erosión tergiversadora que define a los humanos. En la práctica, el lado platónico tiene la ventaja de no provocar abismos emocionales ni rencores incurables. Aplicado a las aspiraciones de independencia, el anfitrión encontró un atajo simplificador. A veces explicar el independentismo (de cartera, hereditario, de orgullo herido o de libre albedrío) a un extranjero obliga a elaborar tesis que, además de ser maleducadas cuando se expresan en una mesa, pueden resultar soporíferas. Pero lo que más le sorprendió a la empresaria es que unos y otros se preguntaran, sin pudor alguno, qué votarán. Para ella, la condición secreta del voto es una prueba sagrada de respeto y educación. Y es cierto que, en los últimos meses, e incluso en ámbitos públicos, puedes tropezarte con gente que te pregunta qué votarás, así, sin anestesia. De entrada reaccionas con perplejidad, como si se rompiera un (otro) límite de la intimidad democrática, pero sueles acabar participando de esta falsa salida del armario que, en realidad, oficializa la intimidación como forma de influencia. Por cierto: las sandías emborrachadas estaban tan deliciosas que una mosca las quiso probar. Cual kamikaze, se estrelló violentamente contra los restos de pulpa adheridos a la cáscara. Murió en el acto. Descanse en paz.