Un buen alquimista siempre es necesario
Si la gran noticia de esta película es que coinciden en esta Meryl Streep y su hija, pues la verdad es que uno prefiere bajarse del tranvía. Pero hay más inputs que quieren apuntalar ese reclamo inicial: como que va de una heroína de una banda de rock duro, que por eso se la ve ataviada ad hoc y que, ya puestos, pone voz y actitud al Bad romance, inmortalizado –es un decir– en su día por Lady Gaga. Hay tres garantías en esta oferta: las indiscutibles altura y versatilidad dramáticas de Meryl Streep, la dirección de la película en manos de Jonathan Demme y que la actriz recurrió a los servicios de Neil Young para que le enseñase a desenvolverse con la guitarra.
Dos nombres que no aparecen por casualidad unidos: la música del canadiense Neil Young ha sido alimento de unos cuantos formidables documentales firmados por el neoyorquino Demme ( Neil Young: Heart of Gold; Neil Young Trunk Show y Neil Young journeys , todos ellos imprescindibles para el seguidor youngiano), y por otra parte, la figura de un realizador como Demme, familiarizado con la materia prima musical de una forma nada tangencial. De hecho, su debut como director de documentales fue hace 31 años con la deslumbrante Stop making sense, grabación en directo de un glorioso concierto de los Talking Heads de David Byrne. Asimismo, se ha puesto detrás de la cámara para algunos vídeos ocasionales para mayor gloria de Bruce Springsteen o los New Order.
La música, la música popular de raíz rockera, se ha acabado convirtiendo en tiempos recientes en ubérrimo filón cinematográfico y un agradecido colchón para películas no radicalmente musicales . Su relación ha sido progresivamente importante a medida que los nombres propios, los héroes de la música popular, iban aumentando en número y en agitadas existencias. No hay que estrujarse la memoria para recordar en estos últimos años películas de y sobre personajes del country, las coristas anónimas de algunas grandes bandas o sobre Kurt Cobain, Amy Winehouse, Nick Cave, Antonio Vega y antes Jim Morrison o Johnny Cash. En ninguno de estos caso, sin embargo, una buena materia prima ha sido suficiente para alcanzar el objetivo si detrás no había un buen alquimista.