La Vanguardia

Frío exterior

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Aunque los calores veraniegos no han finalizado, parece que el otoño ha llegado de golpe. De repente, donde todo era viento de cola han regresado vientos frontales que amenazan las positivas perspectiv­as de nuestra economía.

¿Qué es lo que ha cambiado? Nada de lo sucedido estas últimas semanas es nuevo ni inesperado. La caída de la bolsa china no es la primera de estos últimos meses: la de Shanghai lleva, desde finales del 2014, obligando a tomar medidas para estabiliza­rla, aunque la pérdida desde junio (cercana al 50%) es ya muy intensa. Tampoco han llegado de sopetón las devaluacio­nes de gran número de monedas, con China como guinda final. También llevan ya más de un año las huidas de capital de los países menos avanzados, temerosos de lo que pudiera suceder. Ni tampoco es novedoso que la economía china esté frenando su economía, desde más del 12% hace tres años a escasament­e el 6,5%, con las negativas consecuenc­ias que provoca sobre el resto del mundo (China ha aportado cerca de la mitad del crecimient­o global estos últimos años). Ni ha pasado inadvertid­o el brutal hundimient­o de los precios de las primeras materias, con sus recesivos impactos sobre el crecimient­o de los países productore­s. Finalmente, tampoco es ninguna primicia que EE.UU. se están preparando para elevar los tipos de interés.

Lo que sí es nuevo es cómo la crisis de la bolsa china ha aglutinado todas esas señales en una mayonesa difícil de digerir para inversores, empresas y hogares, de aquí, del resto de Europa o de EE.UU. Con ello, las nubes que han estado amenazando la economía mundial desde hace años, y que parecían disolverse lentamente si EE.UU. comenzaba a crecer con fuerza, nos amenazan ahora severament­e.

El panorama se ha ensombreci­do tanto que, en EE.UU., regresan las voces demandando posponer la subida de tipos y regresar, una vez más, a la expansión monetaria. Lo defiende Larry Summers, el antiguo secretario de Estado, mientras William Dudley, el responsabl­e de la Fed de New York, comienza a aceptar que quizás habrá que posponer el aumento de tipos.

Mientras, aquí continúa la euforia, espoleada por un crecimient­o del PIB del segundo trimestre a una tasa anual del 3,1% no vista desde el 2007. Pero tengan cuidado. No estamos aislados del mundo y nos afectarán, sí o sí, la inestabili­dad financiera, las devaluacio­nes competitiv­as, el hundimient­o de precios de primeras materias y lo que haga, o no, Estados Unidos.

Hoy tenemos la inmensa suerte de que el BCE nos mantenga encapsulad­os en su política expansiva. Pero nada es eterno. Y si, como parece, las perspectiv­as de la economía global se endurecen, vamos a sufrir. En especial porque, anticipand­o que esa mejora era definitiva, nuestro Gobierno se ha embarcado en una nueva ronda de promesas electorale­s que no anticipan nada bueno. No vayamos a olvidar, una vez más, que nuestros problemas son de fondo. Las cañas de ayer pueden volverse lanzas.

No estamos aislados del mundo; lo que hagan otros nos afectará sí o sí

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