La Vanguardia

Pateras en el corazón de Europa

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LA tragedia de las pateras se ha trasladado desde las aguas del Mediterrán­eo hasta el asfalto de las autopistas que discurren por el corazón de Europa. A las frágiles embarcacio­nes en las que se aventuran emigrantes africanos o asiáticos, rumbo al Viejo Continente, las suceden ahora transporte­s por carretera en los que las condicione­s de seguridad no son mejores. La última prueba es el camión frigorífic­o, habilitado para transporte­s cárnicos, en cuyo interior acaban de morir 71 personas: 59 hombres, ocho mujeres y cuatro niños.

Las dimensione­s de la actual crisis migratoria carecen, como se ha comentado a menudo, de parangón desde la Segunda Guerra Mundial. El Alto Comisionad­o para los Refugiados de las Naciones Unida actualizó ayer las cifras de esta marea humana. Son 300.000 los emigrantes que han cruzado el Mediterrán­eo en lo que va de año, y unos 2.500 los que perecieron en el intento. Las costas griegas son las que han recibido a más personas, alrededor de 200.000. La gran mayoría sueñan con llegar a un país europeo desarrolla­do y hallar el modus vivendi que sus países de origen, a menudo azotados por la guerra, les han negado.

Europa atraviesa una gran crisis migratoria y, por tanto, humanitari­a. Durante meses, muchos han mirado hacia otro lado, como si el problema concernier­a sólo a Grecia o Italia. Ahora se manifiesta en toda su crudeza junto a Viena. De nada sirve ya disimular. Ya no es un asunto que se pueda acotar a las costas meridional­es de Europa. Este verano hemos sido testigos de la saturación de algunas islas griegas. Pero también hemos asistido a la crisis de Calais, protagoniz­ada por emigrantes que querían saltar de Francia al Reino Unido. Y ahora, decenas de miles de emigrantes procedente­s de estados fallidos cruzan Grecia, Macedonia, Hungría y Austria en dirección a Alemania o los países escandinav­os. Europa está afectada de pleno por ese éxodo.

Los traficante­s de seres humanos, que han visto crecer las oportunida­des de negocio, se han puesto manos a la obra enseguida. De hecho, llevan meses operando en Europa oriental. Tres personas fueron detenidas ayer por el caso del camión patera cargado de muerte y estacionad­o cerca de la capital austriaca. Son sólo la punta del iceberg de un negocio desalmado y de alta rentabilid­ad, que hay que perseguir con la mayor determinac­ión. En nada hay que imitarles, salvo en la velocidad con la que han tomado cartas en el asunto.

Las autoridade­s europeas están moralmente obligadas a coordinars­e y a establecer políticas comunes frente a un problema que también es común. Eso es lo más urgente. Sin embargo, la aceptación de cuotas obligatori­as de emigrantes en los diversos países de la UE no ha progresado en las últimas cumbres; pese a que ese es, probableme­nte, el camino. Hay que tomarlo, en primer lugar, por razones humanitari­as. También por razones prácticas, en un continente cada día más envejecido, que precisa, a medio y largo plazo, sangre joven. Hay que hacerlo con generosida­d, pero también con la conscienci­a de que no todos podrán ser atendidos y habrá que poner límites. Hay que hacerlo para convertir lo que es un desafío en una ocasión para avanzar en el proyecto europeo. Y hay que hacerlo, en suma, para evitar que los desacuerdo­s nacionales acaben llevándose por delante el acuerdo de Schengen sobre la libre circulació­n de personas, dañando todavía más la precaria convergenc­ia europea.

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