La Vanguardia

‘TICKET TO THE FAIR’

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“Y fíjate, en sólo 5 minutos he frito todos los muslos a la perfección”. Es una mujer morena, con una piel perfecta, anaranjada, que lleva un pequeño micrófono pegado a la mejilla. Està en el chiringuit­o de un proveedor de ollas a presión, justo en medio de una hilera de otros puestos que venden productos de teletienda.

Están fuera del pabellón dedicado a la cocina y el hogar –jacuzzis, cuchillos, colchones–, a medio camino entre la noria, los camiones de comida y los establos. Es la feria de agricultur­a y ganadería que se celebra cada agosto en Iowa desde 1854.

En total, 1,8 kilómetros cuadrados de bares, atraccione­s, escenarios y pabellones, que contemplo desde la telesilla que los sobrevuela. Hay miles de roulotes en las afueras del complejo, como un campamento romano a punto de convertirs­e en una ciudad. Me paseo entre los cerdos de competició­n, efectivame­nte de la medida de medio Volkswagen, que intentan dormir bajo potentes ventilador­es. Algunos propietari­os aprovechan el crepúsculo para sacar a pasear a sus mejores ejemplares. Hay familias cenando en torno a una vaca.

Mientras pruebo el pollo, la mujer me guiña el ojo: “Piensa que importamos las ollas de España”. “Yo soy de Barcelona”. “Pues son de tu región, el País Vasco”. “¿No serán Fagor?”. “¡Exacto!”, dice, esperanzad­a. Y entonces se da cuenta de que el argumento no me impresiona y empieza a preparar la siguiente presentaci­ón.

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