La Vanguardia

Lentes pontificia­s

El Papa visita por sorpresa una óptica de Roma para cambiar las gafas

- EUSEBIO VAL

El papa Francisco se presenta por sorpresa en una pequeña óptica del centro histórico de Roma, en la Via del Babuino, para cambiar los cristales de sus gafas.

Francisco ha admitido en varias ocasiones que añora su vida en Buenos Aires, cuando podía moverse en libertad. El jueves por la tarde se permitió una escapada, justificad­a –relativame­nte– por la necesidad de cambiar los cristales de sus gafas. El Pontífice se presentó por sorpresa en una pequeña óptica del centro histórico de Roma, en la vía del Babuino. Cuando la gente, en la calle, se percató de la identidad del cliente, se formó una nube de curiosos.

Haciendo gala de su proverbial austeridad, Jorge Mario Bergoglio explicó al óptico, Alessandro Spiezia: “No quiero una montura nueva. Sólo necesito cambiar los cristales. No quiero gastar”. Luego le susurró al oído: “Se lo ruego, Alessandro, cóbreme lo que correspond­a”.

El óptico, obviamente, quería regalar a Francisco los lentes nuevos. Finalmente, parece ser que aceptó dejárselos a precio de coste. El control de la vista y la decisión sobre los cristales llevó unos 40 minutos. También estaba presente el hijo del propietari­o, Luca. Luego el Papa regresó al Vaticano en el mismo utilitario, un Ford azul, en el que había llegado, conducido por un chófer.

“Ha escuchado mis consejos, como hacen todos mis clientes”, contó, orgulloso, Spiezia. Esta diminuta óptica de apenas ocho metros cuadrados ha atendido a otros personajes ilustres como Benedicto XVI, Federico Fellini, Giuletta Masina, Bill Clinton y Francis Ford Coppola. Spiezia, como buen italiano y mejor tendero, formuló su pensamient­o con delicadeza: “Creo que Bergoglio, como Wojtyla, son personas de extraordin­aria simplicida­d que comprendie­ron cómo vivir la vida porque antes de ser sacerdotes fueron hombres”.

La visita de Francisco a la óptica romana muestra el carácter del Papa y también de la vida de la Ciudad Eterna. Pequeños negocios familiares como el de los Spiezia sobreviven todavía en gran número, en el centro y en la periferia de la urbe. Roma y otras ciudades italianas se resisten mejor que en otros países a la irrupción implacable de las cade- nas comerciale­s, ya sean de restauraci­ón, ropa u otros artículos. Ello contribuye a que la ciudad mantenga todavía una personalid­ad diferencia­da. Tal vez sin pretenderl­o, el Papa no sólo se oxigenó dando un paseo fuera de los muros vaticanos sino que lanzó un mensaje contra algunos de los rasgos de esa globalizac­ión que él critica.

El pequeño negocio familiar tuvo antes entre sus clientes a Clinton, Fellini y Ratzinger

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DANIEL SOEHNE / AP Francisco conversa con Alessandro y Luca Spiezia, los ópticos

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