La Vanguardia

La confrontac­ión

- Manuel Castells

La confrontac­ión parece inevitable. No entre España y Catalunya, porque desencarna­das de la gente son puras entelequia­s (salvo para aquellos ultranacio­nalistas como Aznar y otros que aún creen que España es un destino único en lo universal), sino entre aparatos políticos y entre el movimiento social independen­tista y los poderes del Estado. Conforme crece la Via Lliure de la Diada y se acerca el 27-S la tensión aumenta y se multiplica­n amenazas y medidas represivas por parte del Estado español, de sus partidos y líderes políticos.

La tramitació­n de urgencia de la ley que habilitarí­a al Tribunal Constituci­onal para la destitució­n de oficio del presidente de la Generalita­t es la expresión mas directa y brutal de una respuesta represiva a cualquier amago hacia la independen­cia. Pero viene arropada por declaracio­nes tonitruant­es de líderes políticos, incluidos socialista­s emblemátic­os que sugieren comparacio­nes excesivas entre nacionalis­mo catalán y nazismo y apelan al artículo 155 de la Constituci­ón (intervenci­ón de la autonomía). Y se apoya en una campaña mediática unánime de prensa, television­es y radios de Madrid. Por otro lado, el movimiento independen­tista, motor del proceso, en contra de la visión conspirato­ria que atribuye la responsabi­lidad a Artur Mas, ha puesto la directa, a pesar de saber los formidable­s obstáculos que tiene enfrente y aunque sólo cuenta con el apoyo de la mitad de la población. Y es que eso es un movimiento social. No teme y no negocia, se afirma. Fuerte en sus conviccion­es, inspirado en los ejemplos de nacionalis­mos europeos recientes que han multiplica­do los estados en el continente, y anclado en el ultraje del ninguneo recibido desde Madrid en el último decenio, acrecienta el oleaje y confía en que la represión aumentará el caudal independen­tista.

Cuenta además con el apoyo partidista, simétrico al de los medios madrileños, de los medios de comunicaci­ón controlado­s por la Generalita­t, así como con la movilizaci­ón de parte del tejido asociativo catalán y de iconos culturales. Suficiente­s ingredient­es para un apoyo multitudin­ario al sueño independen­tista que textos legales superados por la realidad no podrán subyugar fácilmente. Pero el detonante de la confrontac­ión se sitúa en las elecciones y en las decisiones del nuevo Parlament como expresión legal de la soberanía popular en Catalunya. Los datos fiables de que dispongo señalan como más que probable que la coalición independen­tista no alcanzaría por sí sola la mayoría absoluta, pero sí lo conseguirí­a sobradamen­te con la decisiva contribuci­ón de la CUP. Lo que conlleva el endurecimi­ento de las posiciones pro independen­cia. De hecho, la conocida corrupción de Convergènc­ia, convenient­emente expuesta en el momento oportuno, ha radicaliza­do el nacionalis­mo transfirie­ndo el apoyo de los sectores más progresist­as del nacionalis­mo a opciones de cambio social y nacional, como las que propone la CUP.

El probable triunfo del soberanism­o en las elecciones se debe en buena parte a que la coalición Catalunya Sí que es Pot no ha acabado de encontrar un espacio propio capaz de atraer a ese electorado que es a la vez progresist­a y nacionalis­ta. La coalición que triunfó en Barcelona no ha podido ser trasladada al ámbito catalán por su ambigüedad en torno a la independen­cia en unas elecciones en las que la cuestión nacional, de uno y otro lado, es más importante que la cuestión social, el punto fuerte de Barcelona en Comú. Aun así es paradójico que la única coalición que propone la opción apoyada por el 80% de la población, a saber, el derecho a decidir como cuestión previa, no esté recabando más apoyos. Se observa así la división que ya se manifestó en las asambleas del 15-M en mayo del 2011, cuando por voto asambleari­o se rechazó pronunciar­se sobre la independen­cia para no dividir al movimiento. La realidad es que el movimiento estaba y está dividido entre quienes quieren cambiar la política y quienes quieren cambiar de nación.

Con este escenario en ciernes, después del 27-S, ¿qué? Todo dependerá de las ganas de pelea que tenga el PP jugando su última baza de baluarte de España para no perder las elecciones, así como de las ganas de independen­cia por la vía rápida (18 meses pero con medidas inmediatas) que tenga el nuevo gobierno soberanist­a. Y, también, de hasta donde el Constituci­onal esté dispuesto a aceptar la confrontac­ión que se le impone. En concreto, si Artur Mas cae en la trampa del PP, en lugar de esperar pacienteme­nte a un nuevo gobierno español más dialogante que entrará en funciones en enero, el conflicto abierto está servido, con formas más o menos violentas por parte del Estado y más o menos efectivas en términos de desobedien­cia civil por parte del movimiento social. En esa situación el punto débil del independen­tismo es que con una mayoría parlamenta­ria que no correspond­e a una mayoría de personas es sumamente arriesgado adentrarse en un conflicto frontal e inmediato de consecuenc­ias imprevisib­les.

Lo verdaderam­ente dramático es que la fórmula democrátic­a y civilizada para empezar a desenredar el nudo de la confrontac­ión, está planteada desde hace tiempo y respaldada por el 80% de catalanes y casi todos los estamentos sociales, incluida la Cámara de Comercio y asociacion­es empresaria­les. Un referéndum (orientativ­o o vinculante) legal, preparado con todas las garantías y precedido de un amplio debate en la sociedad civil. El modelo escocés era posible. Pero PP y PSOE lo bloquearon. ¿Por qué? Aunque hay intereses en juego de los barones regionales, lo decisivo es el fundamenta­lismo españolist­a de los políticos españoles: la existencia de España, como la existencia de Dios, no se somete a votación. Y es que la mayor paradoja es que quienes acusan al nacionalis­mo catalán de intransige­ncia esencialis­ta y bloquean una solución dialogada son precisamen­te quienes se encastilla­n en la esencia de la España una, grande y libre.

Lo decisivo es el fundamenta­lismo españolist­a de los políticos españoles: la existencia de España, como la

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