La Vanguardia

Una buena persona

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

Cuando un buen amigo muere, con él se lleva una buena parte de mí. Aquel verso “se ha roto un paisaje” muestra la sensación que queda para los que lo teníamos cerca y aún estamos en este mundo. Los que estamos más allá de los setenta años ya sabemos que esto puede pasar, pero una cosa es saberlo y otra bien distinta es sentirlo cuando pasa. Y en este caso, el amigo era una muy buena persona, el doctor Adolf Pou Serradell, un excelente neurólogo y un humanista sabio que era consciente de que el alma y el cuerpo no pueden separarse nunca, y que cualquier trastorno del soma tenía una relación directa con el ánimo y el ser de la persona. Y es por eso por lo que siempre priorizaba la vida en todas sus expresione­s, el arte, la cultura, la ciencia, porque sabía –y eso tan sólo lo saben los que han cultivado a fondo la sabiduría– que todo lo que es vital en la persona es necesario priorizarl­o para sentirse sano, aunque se tenga alguna dificultad somática.

La última vez que hablé con él me dijo que se cansaba. Para él, eso era una cosa extraña porque fue siempre una especie de volcán vital, esparcía la vida por donde pasaba y esta limitación le sorprendía. Yo le contesté que eso del cansancio yo ya sabía lo que era porque nunca he sido un roble, dicho sea de paso. Pero aquella fuerza que él había tenido siempre, y hablo de muchos años, era su paisaje habitual donde el cansancio no tenía lugar, de aquí que le pareciera un paraje hostil. Y ahora se ha marchado más allá de los horizontes posibles. Quiero pensar que ha reencontra­do la fuerza perdida y que desde allá donde esté, a los que le amamos, nos seguirá dando aquella manera suya que nos enseñó a la perfección, que lo más importante es lo que hace sentirse bien con uno mismo y con los otros.

Y en el campo de la ciencia, se ha marchado un sabio –esto a lo que cuesta tanto llegar a ser– porque es necesaria una curiosidad infinita para intentar comprender lo que pasa y por qué pasa, y ello equivale a una modestia inmensa en el aprendizaj­e de la vida, ligada a un gran afecto a las personas. No quiero decirle adiós. De una manera u otra seguiremos con nuestras conversaci­ones.

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