La imagen
El cuerpo yacía inerte en la playa siguiendo la leve inclinación de la arena. Lo había depositado una marea en retroceso de las mismas aguas que antes le habían engullido y ahora lo acariciaban con su espuma. Zapatillas deportivas, pantalón azul marino y camiseta roja que le dejaba al aire una parte del torso inmaculado de la inocencia. Tenía tres años y era uno de los cadáveres de la costa turca del Egeo. Un viaje imposible y el mar devolviéndolo al punto de partida.
No podemos hablar de sueños frustrados porque a esa edad se ignora todo de la vida, incluso el horror del que se huye. Sabemos su nombre, Aylan Kurdi, y el de su hermano también ahogado, Galip, de cinco años. Su madre, Rehan, otra víctima, los había sacado de Kobane, la ciudad kurdo-siria más castigada por el Estado Islámico y de la que sólo queda en pie un 10%. Detalles que, siendo importantes, quedan en complemento del impacto emocional sufrido que ha removido nuestras conciencias. Todas.
Lo sabemos quienes tenemos la suerte de disfrutar la alegría de un hijo o un nieto de esa edad y que imaginamos lo peor. Pero me resisto a
Me resisto a creer que exista alguien a quien no se le haya reabierto la herida de la tristeza
creer que exista alguien con un mínimo sentido de la decencia, la sensibilidad y la cordura a quien no se le haya reabierto la herida de la tristeza. Porque esta fue la fuerza del golpe atizado por la imagen. Un revés que supone el antes y el después del drama de los refugiados y la vergonzante actuación de los gobiernos europeos, que olvidan los mismos convenios internacionales a los que apelan cuando otros los incumplen.
Tristeza fruto de un fotograma duro por crudo. Como la realidad que la empuja y el mundo que la sustenta. Por eso, los medios de comunicación más importantes del continente no han tenido reparo en reproducirla llamando a la responsabilidad de sus gobiernos. Y, de paso, recuperando la suya, que es la de avivar conciencias y mostrarle a la gente aquello que le pasa a la gente. Sin los subterfugios ni remilgos que la sociedad de la opulencia y la falsa moral ha ido introduciendo envueltos en el celofán del falso respeto y atado con el colorido lazo de la ética interesada y la ideología falseada. Sepulcros blanqueados que velan para distraer los efectos reales de los hechos reales. La que impone criterios de bondad entre una población que no los ha perdido como demuestran sus constantes buenas reacciones a pesar de los intereses de sus representantes con los que la distancia es cada vez más elocuente y a quienes no se perdona la falta de coherencia.
Exactamente la que puede atribuirse a los comisarios de lo políticamente correcto, que tachan de amarillismo en los demás lo que ellos mismos fisgonean y retransmiten a través de las redes. Una de las verdades que nos ha traído la transparencia global es que ya nadie está en condiciones de dar lecciones de moral a nadie.