En la cuerda floja
Tras leer un tuit de Enric Gomà recriminando a Mediapro haber distribuido una sola copia en catalán de la peli Un dia perfecte y conminándoles a devolver la subvención, doy con ella en el Heron City y disfruto con la versión catalana de este film de cooperantes occidentales encarnados por Benicio del Toro o Tim Robbins. Es una buena película situada al final del largo conflicto bélico de los Balcanes, planteada de un modo que podríamos llamar la resaca de Tarantino, porque consigue hacer un retrato colosal de la violencia sin mostrar ninguna imagen de acción. Como asistir a la proyección de un gran musical del que han sido deliberadamente extirpados todos los números musicales. O proyectar una película pornográfica sin mostrar coito ni sodomía alguna, sin felaciones ni cunnilingus, sin irrumatio ni bukkake alguno. Todo es calma en Un día perfecto. Calma y estragos. La tensa calma que precede o sucede al ejercicio de la violencia. Los estragos físicos y morales que comporta haber pasado por la borrachera adrenalínica de golpes y tiros, ahogos y bombardeos. Los dos jeeps de los cooperantes circulan por poblaciones dominadas por la arquitectura efímera. La zona de confort que representan los campamentos de cascos azules y la zona de malestar que intuimos en los campamentos de refugiados. En medio, pueblos derruidos y calles en ruinas que transitan mujeres, ancianos y niños armados, seres humillados y maltratadores, mujeres que esquivan los campos de minas andando tras las pocas vacas que les quedan, siguiendo sus pasos.
El conflicto que activa a los cooperantes, el aspecto concreto que permite mostrar todo este paisaje desolado, nace de un pozo del que intentan extraer un cadáver que envenena las aguas. El hilo conductor de la historia se deshilacha en los primeros minutos de la cinta. Es una cuerda. La cuerda con la que intentan sacar al cadáver del pozo para poder potabilizar el agua. La rotura de esta cuerda y la necesidad de encontrar otra activan un trayecto circular que retrata la magnitud de esta concatenación de violencias que es siempre una guerra. Sin mostrar ninguna las vemos a todas. Los cooperantes hallarán una tienda llena de cuerdas que les serán negadas con una hostilidad sorda. También localizarán otra muy larga en un puesto de vigilancia, pero resultará intocable porque es la cuerda de la bandera que custodia un pobre soldado. El dilema entre la bandera o el agua tiene un vencedor textil. Un niño les dirá que en su casa hay una muy larga. Van y resulta ser la cuerda que ata a un perro rabioso al que no se acercaría ni Tarantino. Finalmente, consiguen dos cuerdas espléndidas, en buen estado, no diré dónde, pero recientemente usadas para un ejercicio tan innoble como frecuente en la guerra. Este hilo conductor de la película, modesto y cotidiano, resulta mucho más eficaz para reflejar la magnitud de la catástrofe que la más sangrienta de las imágenes. Transmite que convivir es ir por la cuerda floja.
‘Un día perfecto’ está planteada de un modo que podríamos llamar la resaca de Tarantino