La Vanguardia

LA MESA DEL DOMINICK’S

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El barrio italiano del Bronx todavía preserva algo.

Tal vez porque forma parte de un distrito que asusta, ni los chinos se han apoderado de esa zona ni las hordas de turistas la han acabado de rematar.

Esto no tiene nada que ver con el cartón piedra del Little Italy de Manhattan. Sólo hay que mirar los escaparate­s de las charcuterí­as o las pastelería­s –el pan es de verdad–, y aún se palpa la autenticid­ad.

El mercado es como los mercados del Mediterrán­eo. Pero en este hay algo diferente. Huele a tabaco. Cuatro dominicano­s elaboran puros.

La ruta Palminteri tiene una parte gastronómi­ca. Entre sus restaurant­es preferidos –el Roberto’s o el Mario’s– al explorador la tormenta le coge al lado del Dominick’s, otro sitio con solera, desde 1962.

Dispone sólo de mesas comunes. La ensalada sabe como las que elaboraba la yaya y las albóndigas son del tamaño de una bola de billar.

Sigue siendo un negocio familiar. Al frente está Anthony, hijo del dueño, que lo heredó del señor Dominick, original de Salerno, que falleció en 1992. “Viene gente de otros zonas de Nueva York, incluso de Nueva Jersey. Se paran a comer después de hacer la compra. En las tiendas hay producto italiano muy bueno y a mejor precio”.

Los camareros saludan a los clientes con la familiarid­ad de los que se conocen. –Qué alegría volver a verla. –Uf, venimos de Nueva York, ¡qué tráfico!

Esto es el Bronx, algo más que la geografía del famoso distrito Apache.

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