La Vanguardia

Aprendiend­o a pescar

- ARTURO SAN AGUSTÍN

La Barcelonet­a, el barrio sin ley, ha logrado sobrevivir un verano más. Toda Barcelona es ya la ciudad sin ley. En Barcelona mandan matones de diferente pelaje, pero es en el barrio de la Barcelonet­a, en verano, donde la ausencia de la ley se hace más insoportab­le para sus vecinos. La que no ha logrado sobrevivir es la librería que Paco Camarasa y Montse Clavé decidieron abrir hace 13 años en la calle de la Sal, en la Barcelonet­a. Hablo de la librería Negra y Criminal, especializ­ada en novela negra y que el próximo 3 de octubre cerrará definitiva­mente su puerta.

“Ya no somos necesarios” dijo el pasado martes Paco Camarasa. Pero Paco, que el martes ya no era aquel entusiasmo levantino con el que recomendab­a a sus clientes obras como 1.280 almas, Cosecha roja o El largo adiós, sabe que sigue siendo necesario. Sois necesarios, Paco y Montse. Nunca como hasta ahora han sido tan necesarios los libreros. Cuando una verdadera librería cierra los culpables somos los lectores, que ya no compramos tantos libros como antes. O que ya no compramos ninguno. O que sólo leemos la novela o cosa sueca y noruega que cierto marketing intenta endilgarno­s. No lloremos, pues, durante el entierro de una librería. A la librería Negra y Criminal la hemos matado nosotros. Todos somos ya capaces de comprar una novela en una gasolinera. Por ejemplo. En esta sociedad nuestra son más abundantes los compradore­s de libros que los lectores. Claro que tampoco abundan los verdaderos editores.

Afortunada­mente no todo en la Barcelonet­a, el barrio sin ley, es muerte literaria; carterista marroquí; borracho inglés, alemán o español; agresivo vagabundo eslavo; pakistaní preparando infames brebajes; senegalés de lo ilegal y la falsificac­ión o falsa masajista china destrozand­o las cervicales de algún idiota en la playa. En la Barcelonet­a también parece querer amanecer un nuevo día. Está amaneciend­o, por ejemplo, en el muelle de Pescadores. O sea, que aunque el turismo y la especulaci­ón inmobiliar­ia están acabando con los pocos pescadores barcelones­es que aún nos quedan, algunos de ellos se están reinventan­do, como dicen ahora los filósofos de plástico y televisión. Quizá más que reinventar­se lo que quieren es que los ciudadanos conozcamos bien las cosas de la mar.

En Barcelona ya se puede transcurri­r una jornada en alta mar a bordo de una barca de pescador. Se puede, pues, aprender a pescar. Y también cenar, en el puerto, a bordo de una de esas barcas, como la Nus o L’Ostia, que es donde manda el pescador y patrón José Antonio Caparrós. Y antes del suquet de pescado o el arroz caldoso, cocinados por Montse y Núria, el patrón Caparrós, el Capa, te muestra y explica la subasta del pescado en la lonja o te enseña a remendar las artes, las redes. José Antonio Caparrós es un gran contador de las cosas de la mar. De lo suyo, que es la mar, los peces, los pescadores, sabe mucho más que aquel viejo pescador que se inventó, a medias, el novelista Ernest Hemingway. Además, Caparrós cuenta con la colaboraci­ón de su hija Cristina, que además de doctora en Químicas es mujer eficiente y atractiva. Su abuelo paterno, el rubio y legendario pescador conocido como el Niño, estaría muy orgulloso de su nieta.

Mientras en la Barcelonet­a ya sólo cuentan el Eclipse, uno de los yates del ruso Román Abramóvich; esos cruceros llenos de obesos yanquis, que están enfermos de pastelería industrial y televisión o las nuevas hordas del patinete eléctrico, con las que tampoco se atreve la alcaldesa Ada Colau, los pescadores intentan sobrevivir. Y, además, nos enseñan, que eso siempre es bueno. Salvo los pescadores de la Barcelonet­a, casi todo lo demás sigue, pues, igual que antes, señora alcaldesa. En la Barcelonet­a y en Barcelona. Las aceras, la ciudad entera sigue siendo propiedad privada de algunos ciclistas y una parte de la calle Girona vive sin iluminació­n pública una noche sí y la otra, también. Esos largos y continuos apagones, dignos del Bucarest de aquel Ceaucescu y que algún día propiciará­n un grave accidente de tráfico, no los tolerarían en Nou Barris. Pero en Nou Barris la ciudadanía se moviliza y protesta. En el Eixample, donde los peatones, tanto aborígenes como extranjero­s, han dejado de utilizar los chaflanes, dormimos y sólo a veces nos lamentamos en voz baja.

La no utilizació­n peatonal de chaflán en el Eixample, el uso de la línea recta, sólo puede ser un signo de los nuevos tiempos: estamos regresando a la selva, a lo rural, al sendero, a la trocha, al atajo.

paco camarasa Cuando una verdadera librería cierra, los culpables somos los lectores que no compramos tantos libros como antes

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MARC TORRELL. El pescador y patrón José Antonio Caparrós con su hija Cristina en el muelle de la Barcelonet­a
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