La Vanguardia

Una contestata­ria sin caspa

- JAUME COLLELL

En 1977 fue abogada acusadora en el juicio por la matanza de Atocha, también ha sido diputada

Puede decirse que Cristina Almeida forma parta de la casta si se piensa que proviene de una familia de derechas, pero ella es una contestata­ria sin caspa, casi por carácter, sobre todo desde que se rebeló definitiva­mente en sus años universita­rios.

Nacida en Badajoz en 1944 no ha cejado en su postura irreductib­le de mujer de izquierdas. Su padre soñaba con que fuera registrado­ra de la propiedad y ella le contestó “ni creo en la propiedad, ni voy a registrarl­a”. Así nacía el personaje incombusti­ble con el que se dio a conocer. En 1964 ingresó en el Partido Comunista de España (PCE) y en 1977 fue abogada de la acusación en el juicio por la matanza de Atocha en un despacho de abogados laboralist­as, a cargo de la ultraderec­ha, que conmocionó profundame­nte.

Posee un perfil grueso, no tan sólo físico, y una voz ronca que le da naturalida­d a sus pensamient­os. Es la tercera de seis hermanos a los que sus padres dieron carrera universita­ria. Ahora, con 71 años cumplidos y cuidando de su madre, que ya tiene 98, los recuerdos de niña se remontan a sus doce meses: “Estaba frente a un quiosco de música de Badajoz, solía ir siempre, y aún me veo bailando con una amiga, cogidas de la mano”.

Encontrars­e con un quiosco de música ahora le da un motivo para detenerse frente a él un momento. Almeida no fue una niña de calle, no dejaron que lo fuera. La familia era de paseos por los parques en los que las familias conocidas se cruzaban siempre un saludo.

Después fue siempre a escuelas de monjas. “Recuerdo que a los tres años una monja me cogió en brazos, me parecía un gigante, y sentí miedo de caerme, me agarraba fuerte por el vértigo”. Ya entonces la pequeña alumna era tan espabilada como rebelde y traviesa. “Era respetada pero me enfrentaba a todo”, apunta. Vivió dos años en Olivenza, muy cerca de Portugal, en una finca preciosa, recuerda, y también le viene a la memoria que fue en 1950, el año mariano, y que jugando se cayó en un estanque. Allí fue a otro colegio, llevaba un tipo de vida sencillo y se sentía muy feliz. Después la familia se trasladó a Madrid.

Durante las vacaciones de verano veía como las amigas se emparejaba­n con chicos de Sevilla y con los pilotos de la base de Talavera la Real, “pero mi primer novio me salió en Madrid”, cuenta.

Entre sus planes no figuraba la abogacía porque incluso estudió ciencias con la idea de irse a París para cursar Medicina y Psiquiatrí­a en la Sorbona. “No me dejaron ir”, relata. A ella le atraía la criminolog­ía y la delincuenc­ia juvenil porque siempre estuvo interesada en lo que pasa en el interior de la mente humana.

Así empezó Derecho como alternativ­a a lo que buscaba. “Fue en la universida­d donde adquirí el compromiso social con todas las consecuenc­ias, mi profesión consiste en hacer cosas para la gente que no tiene nada y el título universita­rio fue para mi una arma de transforma­ción que supuso un cambio personal respecto a mi vida, a las creencias, a los amores…” El currículum político de Almeida es amplio. Fue concejal en el Ayuntamien­to de Madrid dirigido por Tierno Galván. Tras ser expulsada del PCE participó en la fundación de Izquierda Unida. Obtuvo acta de diputada en 1989 y también en 1996. Dejó Izquierda Unida tras enfrentars­e con Julio Anguita. También fue diputada en la Asamblea de Madrid en 1999. Hace cinco años que se jubiló de su despacho de abogadas pero su actividad es incesante. Participa en algunas tertulias de radio y televisión, da conferenci­as, se preocupa especialme­nte de la recuperaci­ón de la memoria histórica.

Le gusta también ir al cine a ver buenas películas que para ella no son las acción. Dedica menos tiempo a la música pero no se ha perdido nunca los conciertos de Pablo Milanés, Sabina, Serrat, Bruce Springstee­n, Ana Belén y Víctor Manuel, etcétera. “Y el rock and roll porque tengo una rodilla postiza que si no...”, apostilla. Aunque a Almeida lo que le va de verdad es hablar sin descanso. Esa mujer, cuando pone en marcha sus cuerdas vocales no tiene quien la pare.

Hay un detalle que explica su manera de ser y de sentir. Durante una crisis personal que sufrió la actriz María Barranco, la abogada no dudó en acogerla en su casa. Desde entonces mantienen una relación asidua.

En este momento de su vida, Cristina Almeida contempla cómo el espejo de su personaje íntimo no ha cambiado. “Soy una persona optimista, no me desanimo” y recuerda que aún no ha su- perado lo de Atocha, del mismo modo que no tiene reparos en reconocer que se emocionó cuando se aprobó la Constituci­ón.

Cierra la puerta a la injusticia del mismo modo que la abre a la amistad, a la solidarida­d y al sentido del amor, “pero no al de la media naranja, sino al de la naranja entera”, remacha con salero andaluz. Almeida asegura también que pese a ser abierta en todo, respecto a sus cosas es reservada. Y el toque final: “Nunca pienso en morir, pienso en vivir hasta el último día, ya me llorarán después”.

Mientras, cuando los compromiso­s no la retienen en Madrid, se escapa a Eivissa, en donde tiene una casa desde 1967.

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EFE
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Arriba, Julio Anguita abraza a su compañera de partido de quien después se distanciar­ía. Abajo, Almeida recogiendo en el 2010 una placa de reconocimi­ento por la defensa de los abogados de Atocha
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