La Vanguardia

Miles de refugiados llegan a Munich tras abrirse la frontera

Alemania y Austria permiten el paso a los miles de inmigrante­s retenidos en Hungría

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Budapest Enviada especial

Desde Budapest, miles de personas marchan hacia Alemania, donde son recibidas con mues- tras de solidarida­d de la población y cuidados de las autoridade­s.

Las fronteras del espacio Schengen se han abierto de par en par, saltándose sus propias reglas, para permitir el paso jubiloso de ciudadanos no europeos sin visado. Miles de migrantes llegaron ayer a Austria y Alemania procedente­s de Hungría, cuyas autoridade­s, desbordada­s, fletaron autocares el viernes por la noche para trasladar a la frontera a los refugiados e inmigrante­s que, desesperad­os porque se les impedía viajar a su destino, se habían puesto a caminar hacia el oeste. Pretendían cubrir a pie los 175 kilómetros de distancia entre Budapest y la frontera con Austria.

Un centenar de autobuses recogió anteanoche en la autopista a ese millar de caminantes, y también a quienes se habían quedado en la estación ferroviari­a de Keleti, en Budapest, que esta semana ha simbolizad­o la inoperanci­a de la Unión Europea para gestionar la crisis migratoria. El vuelco vino cuando Austria y Alemania acordaron recibir a la marea humana atascada en Hungría, obviando la normativa europea sobre refugiados (el llamado acuerdo de Dublín), según la cual los solicitant­es de asilo que huyen de guerras o persecució­n deben tramitar su caso en el primer país de la UE al que llegan.

El primer ministro húngaro, el derechista Viktor Orbán, se apresuró ayer a aclarar que los autocares fueron una medida excepciona­l para garantizar la seguridad. En un encuentro de su partido, Fidesz, a orillas del lago Balaton, Orbán juzgó “inaceptabl­e que los migrantes paralizara­n el tráfico en la autopista y pusieran sus vidas en peligro” y ar- guyó que “el Gobierno ha demostrado su capacidad para proteger su seguridad y la de los húngaros”.

Vano empeño. Casi al tiempo partía desde Keleti a pie un nuevo contingent­e de medio millar de migrantes, rumbo a la autopista que lleva a Austria, con la policía magiar abriéndole­s paso entre el tráfico. Otras doscientas personas de un campo de refugiados cercano a la ciudad de Györ echaron a andar hacia la frontera. Aún no hay trenes a Europa Occidental; la mayoría de estos nuevos caminantes eran jóvenes, que tras caminar varias horas acabaron tomando trenes hacia ciudades húngaras fronteriza­s.

Mientras, la estación de Keleti cambió de aspecto cuando las brigadas de limpieza entraron de buena mañana a fregar con agua a chorro la plaza y los túneles del metro, que durante más de cuatro días albergaron el improvisad­o campamento de unas 2.500 personas. Han desapareci­do las frases escritas con tiza de una pared oscura que se usaba como pizarra; ahí ponía en inglés: “SOS Siria”, “Quiero ir a Alemania, por favor”, “Ayuda a Siria, Angela Merkel”. Ahora está lavada.

En la zona quedan algunos centenares de migrantes –no hay cifra oficial–, y está todo más adecentado, pero no parece que el asentamien­to vaya a desaparece­r. “En realidad, muchas de las personas que hay ahora en la estación han ido llegando desde esta mañana, detectamos que es gente nueva; se sigue necesitand­o ayuda”, explica Orshi Somorzai, una profesora de 44 años que ejerce de voluntaria en el reparto de ropa, zapatos y juguetes que traen los vecinos de Budapest, y que gestiona la oenegé Migration Aid.

A decir verdad, si no fuera porque el cielo está encapotado y a ratos llueve, el ambiente resultaría casi festivo: refugiados y voluntario­s juegan cortos partidos de fútbol, y unas monitoras han organizado una especie de esplai, donde morenas niñas risueñas pintan con rotuladore­s en papeles blancos, o ensartan cuentas de colores para hacer collares y pulseras. Los voluntario­s reparten comida caliente que van trayendo en ollas, algo impensable días atrás, cuando el alud de gente en estos pasillos del metro era tal que la única opción organizati­va era distribuir piezas de fruta, panecillos y botellas de agua.

“El Gobierno de Orbán está siempre diciendo que vienen inmigrante­s mezclados con los refugiados –prosigue la voluntaria Orshi Somorzai–. ¿Y qué si es así? Los inmi- grantes buscan una vida mejor; es lo que haríamos cualquiera de nosotros. Yo misma estoy ahora en paro, busco trabajo”.

La linde entre huir de un país por la violencia o por la pobreza es tenue en el caso de una de las nacionalid­ades más presentes, junto a la siria, en esta multitud: la afgana. “Teníamos un minimarket de comida en Kabul, pero se ganaba muy poco dinero, y vivíamos con el miedo a las bombas”, explica Husein Yusefi, de 26 años, mientras acaricia la barriga de su esposa embarazada de ocho meses, que está ojerosa y como ausente. Los médicos voluntario­s la han visitado, y de momento está bien, pero la pareja no sabe qué hacer ahora que ya no hay autocares hacia la frontera. Viajan con dos primos jóvenes, y quieren –cómo no– llegar a Alemania.

Gentes como ellos tuvieron una cordial acogida a su llegada a Austria. Los autocares húngaros iban descargand­o el pasaje en su territorio, y los refugiados caminaban hasta el lado austriaco con sus mochilas y cochecitos de niños. A mediodía habían entrado en el país vecino unos seis mil, según la policía. La compañía ferroviari­a austriaca dispuso trenes chárter para asegurar 4.600 plazas extra para quienes quisieran partir de inmediato hacia Alemania desde la estación de Vie- na, en la que fueron recibidos con pancartas y vítores como “¡Bienvenido­s a Austria!” y “Refugiados bienvenido­s”. La policía alemana preveía acabar el día con diez mil llegadas, la mayoría a través de la estación de Munich, donde intérprete­s de árabe explicaban a los llegados el procedimie­nto que seguir.

En Alemania, el país de los sueños de estas gentes que vienen de pesadillas, la canciller Angela Merkel declaró el sábado al consorcio de diarios Funke que “el derecho a asilo político no tiene límites de número de solicitant­es”. Ya por la tarde, Merkel habló por teléfono con su homólogo magiar, Orbán. “Ambos se mostraron de acuerdo en que tanto Hungría como Alemania deben responder a sus obligacion­es europeas, incluyendo los deberes establecid­os en el acuerdo de Dublín”, informó anoche un portavoz del Gobierno alemán en Berlín. Las reglas que todos se han saltado, en realidad, siguen en pie.

Aún no salen trenes de Budapest hacia Europa Occidental, y a Keleti siguen llegando migrantes

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ALEX DOMANSKI / GETTY Un joven migrante eleva una oración de agradecimi­ento mientras un ciudadano austriaco aplaude, ayer en la estación de Viena
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SVEN HOPPE / EFE Un refugiado sirio recién llegado a la estación de ferrocarri­l de la ciudad alemana de Munich exhibe feliz un retrato de la canciller Merkel

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