La Vanguardia

Sin concesione­s

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LAS palabras de Felipe González a este diario diciendo que está a favor de una reforma que reconozca Catalunya como nación han hecho que saltaran de sus sillas destacados dirigentes del PSOE, desde Emiliano García-Page (“la gran nación que tenemos es la española”) hasta Ximo Puig (“el concepto político de país catalán no existe”), pasando por Carme Chacón (“no es el momento de debatir sobre los nominalism­os”). Como el PP ya dejó claro este mes de agosto, especialme­nte por boca de Pablo Casado, que ese “no es el debate que interesa a los españoles” y que no se va a cambiar la Constituci­ón para satisfacer a los secesionis­tas, es evidente que aquellos que piensan que existe un marco para reconducir la situación en Catalunya desde el diálogo y las reformas políticas están condenados a sentarse en la bancada de los ingenuos. Ni los dirigentes del PSOE arriba citados, ni el portavoz de comunicaci­ón del PP representa­n las alas más radicales de sus partidos. Pero ni siquiera el debate de las palabras parece posible. Avanzamos, sin duda, hacia el más dramático de los escenarios. Cualquier movimiento es interpreta­do como una concesión. Algunos olvidan que con sus intransige­ncias dejan huérfano a un amplio sector de la sociedad catalana que quisiera que alguien entendiera que sólo un movimiento en el cambio de agujas puede evitar el choque de trenes.

En esta hora cobran actualidad las palabras de Agustí Calvet, Gaziel, en Meditacion­s en el desert, resultado de sus escritos de los años cuarenta y cincuenta: “Una Europa federada todavía podría tener en cuenta y respetar la pequeña alma en pena que es Catalunya, y dejarla respirar espiritual­mente. Planteado el pleito a base de los pueblos mismos y de sus instintos y sentimenta­lismos es plantearlo en un callejón sin salida. Nunca los pueblos no catalanes de España querrán reconocer la nacionalid­ad, la personalid­ad catalana, a pesar de ser tan clara como el agua”.

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