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El pesimismo reinante sobre la situación económica pese a la mejora de los datos estadístic­os; y la plaga de piratería que sufre el sector cultural.

UNA de las paradojas del momento es la evidente mejora de la economía española, según confirman la mayoría de los indicadore­s, y la escasa percepción que de ello tienen los ciudadanos. Pero el ajuste entre ambas variables es algo que siempre requiere más tiempo del que ha pasado desde que se inició la recuperaci­ón.

La mayoría de la población, en concreto el 64%, cree que su situación familiar será igual o peor dentro de un año. Este dato del Centro de Investigac­iones Sociológic­as equivale a un clima de pesimismo psicológic­o de la economía que no acaba de cuadrar con otros datos objetivos sobre la evolución de la economía, como es el caso del empleo, con más de un millón y medio de nuevos puestos de trabajo, la espectacul­ar reducción del endeudamie­nto de las familias y el intenso despegue del consumo, así como del crédito, que se refleja en el aumento de las ventas minoristas del comercio, de bienes duraderos como los automóvile­s o de las viviendas.

El ritmo de crecimient­o económico, en tasa anual, supera con creces el 3% y se halla por tanto en niveles iguales o superiores a los de antes de la crisis. El problema es que, muy probableme­nte, la economía nunca volverá a estar como antes y que tardaremos aún algunos años –siempre que no se trunque la tendencia actual de mejora– en reducir la tasa de desempleo por debajo del 10% desde el 22,37% actual. Todavía hay algo más de cinco millones de personas en paro.

España es uno de los países europeos que presentan mayores diferencia­s entre la mejora de la realidad económica y las expectativ­as personales. Este hecho probableme­nte se explica porque también ha sido, salvo Grecia, el país en el que la crisis ha sido más dura y pro- funda, y ello hace que se tarde más en recuperar la sensación de confianza.

Hay, sin embargo, hechos objetivos que explican que no exista una sensación general de mejora de la economía. El primero es que somos el país de Europa que tiene mayor tasa de paro y, asimismo, una tasa de temporalid­ad laboral más elevada, que afecta a uno de cada cinco empleos. Los salarios que se cobran ahora, además, son inferiores en muchos casos a los de antes de la crisis. Ha mejorado, en cambio, el poder adquisitiv­o de la pensiones, porque los precios se han contenido, pero la sensación de los pensionist­as –cerca de nueve millones de personas– es que su situación es peor que antes.

Del consumo y de la economía tiran los parados que han encontrado empleo y las familias que empiezan a gastar porque tienen una mayor confianza. Las clases medias y altas, que tienen un gran peso y que fueron las que más recortaron cuando empezó la crisis, están volviendo a gastar. Pero esa realidad no es suficiente para que la percepción general mayoritari­a de la población sea que la economía va mejor. La brecha de la desigualda­d económica en España entre los que están bien y los que están mal –que son los más– es también una de las más altas de Europa.

El referente colectivo todavía sigue siendo la situación de euforia y de riqueza que se vivía antes de la gran crisis, pero difícilmen­te volveremos a ella. La bolsa, por ejemplo, como reflejo de la realidad financiera, está aún muy lejos de esos niveles, al igual que sucede con la confianza, muy castigada por las constantes incertidum­bres, tanto propias como internacio­nales, que presenta el futuro. En cualquier caso, la percepción social mayoritari­a de la mejora económica es un proceso lento.

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