La Vanguardia

LA ESTELA DEL PROFETA

Veinte años después del último partido de su padre como técnico en la competició­n, Jordi ha clasificad­o al Maccabi Tel Aviv

- CARLES RUIPÉREZ

Jordi Cruyff ha clasificad­o al Maccabi de Tel Aviv para la Champions.

El 15 de marzo de 1995 se acabó una de las relaciones más exitosas del mundo del fútbol, la de Johan Cruyff con la Copa de Europa. El escenario de la ruptura fue París. En el Parque de los Príncipes, a pesar de que el Barcelona se adelantó con un gol de Bakero, Cruyff dirigió su último partido en la Liga de Campeones al caer eliminado a manos del PSG tras terminar perdiendo 2-1. Ganador de tres Copas de Europa seguidas como jugador del Ajax (1971, 1972 y 1973), la leyenda del holandés se agrandó desde el banquillo cuando llevó al Barça a levantar su primer título de la máxima competició­n en Wembley en 1992. Veinte años después de aquella derrota, el apellido Cruyff regresa a la Champions gracias a su hijo Jordi (Amsterdam, 9/II/1971), director deportivo del Maccabi Tel Aviv que se ha clasificad­o para la fase de grupos por primera vez tras once temporadas de ausencia.

Y el retorno será por la puerta grande. El próximo 16 de septiembre, Stamford Bridge acogerá un Chelsea-Maccabi. O lo que es lo mismo el equipo de José Mourinho contra el equipo diseñado por Jordi Cruyff. “Me hace ilusión ese partido porque el Chelsea es uno de los grandes y también porque será el primero para un equipo israelí en la competició­n. Además será especial recibir a un equipo tan importante. Para Israel es un orgullo”, comenta Jordi Cruyff a La Vanguardia. Es más, el sorteo quiso que el club macabeo quede encuadrado en el grupo G con tres campeones de torneos continenta­les: el Oporto y el Dinamo de Kíev, además del Chelsea. “Seguro que los demás están contentos por tenernos en su grupo. Son muy superiores pero no tenemos ninguna obligación ni nada que perder”, explica, sin complejos.

Dominador de las tres últimas ligas israelíes, Cruyff sabe perfectame­nte que clasificar­se para los octavos es una quimera pero eso no quiere decir que no haya que saborear el momento. “Queremos disfrutar. Estamos muy contentos por estar en la Champions. Llevábamos dos años quedándono­s cerca y lo hemos peleado mucho. Hay que pensar que contamos con la dificultad añadida de haberlo logrado con jugadores locales”, esgrime. En Israel sólo se permiten cinco jugadores extranjero­s por plantilla, y no distinguen entre comunitari­os y extracomun­itarios, algo que contrasta con algunos equipos como el Viktoria Pilsen o el Basi- lea, a los que apearon en la previa.

Habla Jordi Cruyff como un hombre de despacho aunque le sigue gustando estar cerca del césped. Retirado en el 2010 tras jugar en el Barça, Manchester United, Celta, Alavés, Espanyol, Metallurg Donetsk y Valleta, si por algo destaca es por tener buen ojo con los entrenador­es que elige para sus proyectos. “Por suerte en seis años sólo he tenido que destituir a un entrenador”, confiesa.

Fue en el AEK Larnaca chipriota, en su primera experienci­a. “El primer día aún no había cambiado el chip. Bajé al campo y de repente vi que todos me miraban a mí. Entonces me di cuenta de que el jefe era yo y que esperaban que hablase. Tuve que improvisar un discurso de bienvenida”, recuerda.

En cambio, en Tel Aviv, donde llegó en el 2012, ha demostrado un criterio interesant­e. Primero fue Òscar Garcia, después Paulo Sousa (ahora en el Fiorentina) y actualment­e Slavisa Jokanovic (ex del Tenerife, Deportivo y Chelsea). “Me gusta que sean exfutbolis­tas y mediocentr­os para que conozcan mi filosofía ofensiva y sean técnicos. Además, Israel es muy mediterrán­eo y busco un entrenador que esté acostumbra­do a que haga 40 grados en verano o que no se extrañe si los jugadores cenan a las diez de la noche”.

Lo que sí que resulta más difícil es convencer a jugadores para fichar por las reticencia­s que despierta el conflicto de Oriente Medio. “Tel Aviv es una ciudad tranquila, moderna y abierta. Yo siempre digo que no soy ningún héroe y no me considero un valiente y aquí estoy. Claro que hay movimiento en otras partes del país (la franja de Gaza está a 70 kilómetros). Pero cuando hay tensión sólo lo notas por la tristeza de la gente, no porque se perciba peligro”, descubre.

Pese a sus intentos y a que la gente habla castellano por las telenovela­s, actualment­e el defensa Carlos García es el único español de la plantilla en un club que es una torre de Babel. El dueño es canadiense (Mitchell Goldbar), el director general es de Escocia (Martin Bain) y el entrenador es medio serbio y medio español.

“Yo cuando hablo de mi casa me refiero a Barcelona”, apunta Jordi. La vocación global del club macabeo se evidencia con el patrocinio de Unicef en la camiseta, algo que comparte con el Barça y el Olympiacos. “En el vestuario hay varios chicos que leen el Corán. Los israelíes judíos juegan con los musulmanes. El deporte sirve para unir”, ensalza. Y el Maccabi lo enseñará en la Liga de Campeones de la mano de un Cruyff.

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NIR ELIAS / REUTERS / ARCHIVO Jordi Cruyff, de 41 años, con la bufanda del equipo macabeo

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