LOS MAESTROS DE GANDHI
Un juez de India solivianta a los seguidores de una fe antiquísima al equiparar el ayuno hasta la muerte con el suicidio
Un juez equipara el ayuno hasta la muerte de los jainistas con el suicidio.
Los jainistas hacen gala de pasar por esta vida sin matar un mosquito, por lo que decir que están en pie de guerra sería, además de exagerado, calumnioso. Están, eso sí, soliviantados, aunque dentro de los parámetros modosos de una fe antiquísima, cuyo mensaje de ahimsa o no violencia fue adoptado por Gandhi. El Tribunal Superior de Justicia de Rajastán se pronunció el mes pasado contra el santhara o ayuno hasta la muerte, que cientos de jainistas adoptan cada año por motivos religiosos (el último fallecimiento, de una mujer de 83 años, tras cincuenta días de ayuno, se produjo esta misma semana precisamente en Rajastán).
El mes pasado, a instancias de un demandante racionalista, un juez lo equiparó al suicidio, cuyo mero intento es –todavía– un delito en India. Varias asociaciones jainistas recurrieron y el pasado lunes, el Tribunal Supremo resolvió suspender la prohibición hasta el examen de todas las alegaciones.
Poco antes, en Uttar Pradesh, diez mil jainistas se habían rapado la cabeza como protesta, mientras que en otras ciudades ha habido manifestaciones, huelga decir que pacíficas. India, laica sobre el papel, ni siquiera tiene un código civil común por las divergencias religiosas.
A simple vista, nada distingue a un jainista de un hindú: ni en su físico, ni en su indumentaria, ni en su lengua. Tampoco el exterior de sus templos, aunque sus ídolos parezcan idénticos en su rigidez ultraterrena: son los tirtankharas, los que ayudan a cruzar el vado. No obstante, pronto se repara en la ausencia de ofrendas alimenticias y de sacerdotes que las administren.
Otra diferencia llamativa es que son templos llenos de libros. No en vano son la minoría más alfabetizada de India, en un 95%. También la más próspera, con el permiso de los parsis. Los cinco millones de jainistas –menos de un 0,5% de la población– aseguran a las arcas públicas un porcentaje sin duda de dos cifras. Dominan la bolsa y la edición de prensa. Tarde o temprano, la mayoría de los diamantes del mundo pasan por sus manos. Algo que combinan con el mantenimiento de hospitales para pájaros heridos.
Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Una de sus dos sectas predica que las mujeres deben esperar a reencarnarse como hombres para salvarse. En esta línea, sólo un 10% de las jainistas trabaja, menos incluso que las musulmanas. Y decir que son vegetarianos y abstemios es quedarse corto, ya que tampoco comen ningún tubérculo, a fin de no dañar a ningún microorganismo al arrancarlo.
En el templo de Green Park encontramos inmerso en la lectura a D.C. Jain, que como muchos correligionarios se dedica a la medicina. A sus 65 años, el doctor Jain guarda un extraño parecido con Caetano Veloso. En tanto que neurólogo, Jain puede entrar en matices: “A diferencia de la eutanasia, en la santhara no puede haber abusos, porque es vo-
UNA MINORÍA DE 5 MILLONES Son cultos y prósperos y su mensaje de no violencia fue adoptado por Gandhi
EN DEFENSA DEL ‘SANTHARA’ “Es una decisión personal y se da sólo cuando uno asume que su vida se acaba”
luntaria, se expresa públicamente y puede ser revocada en cualquier momento. Además –defiende–, se toma por un número limitado de días y si el enfermo sana (evoca un caso) abandona el voto”.
Este año el doctor Jain recuerda en Delhi tres muertes por santhara. Esta implica la renuncia a cualquier alimento. Se ingiere, como mucho, agua en una cucharilla. Hasta la extenuación. El otro nombre de la práctica, sallekhana, significa precisamente ir afinándose o disminuyendo con propiedad.
“Pero no se trata de un suicidio asistido, sino que es una decisión personal, aunque un gurú pueda actuar de asesor”, razona Jain, sentado en el suelo del templo. “Se da sólo cuando uno asume que la vida se acaba. Por ejemplo, cuando los padres tienen una enfermedad terminal o están en estado vegetativo. O cuando uno llega a centenario y expresa que quiere prepararse física, mental y espiritualmente para dejar el mundo en orden y después de pedir perdón a quien corresponda, siguiendo así el ejemplo de aquellos que, como los monjes, han alcanzado la moksha o liberación”.
Para un extraño, lo turbador es que se trata de un acontecimiento que alegra y enorgullece a la familia. No sólo parientes y vecinos, sino ciento de desconocidos desfilan junto al lecho del moribundo para empaparse de trascendencia. Hay sonrisas de oreja a oreja que no tienen que ver con la cercanía de la herencia –como podrían deducir los malpensados– sino, aseguran, con la próxima salvación del alma.
Las fotografías de santharas y hasta de procesiones a la pira crematoria delatan un ambiente distendido más propio de una boda que de una agonía. Y sin embargo, el doctor Jain, que ha asistido a muchas, admite que “es físicamente dolorosa”, aunque se permitan los calmantes.
“Aun así, no sólo me parece una buena práctica, sino que creo que se debería promover. Yo mismo quisiera adoptarla”, afirma este médico a punto de jubilarse. “Porque no es autodestructiva, sino cordial, porque da paz y disciplina la mente”.
En un tono más distendido, el doctor explica el secreto del éxito económico jainista: “Nos va bien porque nuestra mente es estable. Y si uno está en paz, no tiene miedo”. Y, de modo más convincente, el secreto para sobrevivir en el entorno indio, donde la malaria o el dengue son endémicos, sin dar ningún manotazo. “Como ves –acaba de impedir que se alimente a un bebé dentro del recinto– practicamos una higiene extrema. Es la única forma de mantener nuestras casas, clínicas o templos libres de cucarachas o ratas, a las que no podemos causar ningún daño. Como mucho, usamos repelente de mosquitos”.
Los monjes de la secta vestida de blanco, los svetambara –aunque la del templo en cuestión es digambara–, son reconocibles por llevar máscaras de cirujano, para no destruir ningún microorganismo al hablar.
Aunque nadie duda de la altura de miras de los principios jainistas, es igualmente indudable que la realidad a ras de suelo no siempre es igual de edificante. El respeto por la vida de los jainistas, escrupuloso cuando no ostentoso, no los hace inmunes al aborto selectivo de niñas, como demuestra la bajísima proporción de niñas jainistas de menos de seis años, muy inferior a la del resto de las religiones, excepto la sij.
Los jainistas, pese a sus exhibiciones de desapego, también siguen la costumbre de la dote. Y la palabra tabú, que nunca aparece cuando se habla de santhara entre esta gente tan austera como dotada para los negocios, es “herencia”. Tras una hora y cuarto de espera, a causa de la meditación, nos conducen al desván del templo, junto a media docena de fieles, para encontrar al acharia (monje) Sobhagya Sagar Maharaj-Muni Raj para sus adeptos. Salta a la vista que pertenece a la secta digambara porque va completamente desnudo. No sólo en el templo que ahora le acoge, sino en todo lugar y a todas horas, desde que se convirtió en monje. También en sus peregrinaciones por India, obligatoriamente a pie aunque se trate de mil o dos mil kilómetros. “Siempre en grupo, porque solo está prohibido”, aclara. Muni Raj también anda a pelo por la gran ciudad, tanto en verano como en invierno, cuando la temperatura baja hasta los tres grados. Lo hace con su pequeña corte de discípulos –en dos casos, monjas, que van vestidas–.
Sus únicas posesiones son dos, una escobilla de plumas de pavo real, para apartar a las hormigas a su paso, y un cuenco de madera, aunque se interesa por el precio de mi cámara.
El monje jainista –del que se espe-
CONTRADICTORIOS Su respeto extremo por la vida no los hace inmunes al aborto selectivo de niñas
ra que se arranque los pelos regularmente para mortificarse– se sienta con las piernas cruzadas y aclara las condiciones previas para el santhara. “Hay tres. Debe ser un paciente terminal; o una persona absolutamente convencida de que así eleva su espíritu; o se debe dar una situación extrema, por ejemplo un bombardeo”. Cuando se le señala la aparente contradicción de que quien evita sacrificar un microorganismo
pueda sacrificarse a sí mismo, no se da por vencido: “No se puede equiparar a matar. Es un estado de preparación”.
Muni Raj, que todavía es treintañero, tiene como discípulo a un anciano de 79 años. El maestro habla por él: “Suvimal era comerciante de tejidos en Indore. Hace ocho años lo dejó todo y ahora está en el segundo estadio. Los que están en el primero, como aquél –señala a un hombre de unos cincuenta, de rostro igualmente beatífico– limitan su disciplina a cosas como tomar una sola comida al día”. Suvimal está ya en el segundo estadio y por eso, después de toda una vida vendiendo prendas de ropa, va en taparrabos.
El aprendizaje consiste en “librarse de ataduras y sentimientos”, según el gurú, que lo explica de un modo gráfico. “Alguna vez, la antigua familia de Suvimal ha venido hasta aquí para verle, pero él les ha hablado como si no los conociera, porque para él ya no son su esposa y sus hijos”. Lejos ya de su vida de acumulación, Suvimal sonríe apenas, como si ya casi nada le afectara. Cada día un poco más cerca de su sueño de llegar a no tener nada y vagar desnudo por la interminable llanura india, arropado sólo por el respeto y las limosnas de su comunidad. “Los monjes digambaras vamos desnudos porque así llegamos al mundo y así nos hemos de ir, porque en la muerte tampoco nos llevamos nada”, expone Muni Raj.
Aunque el jainismo venera a veinticuatro tirthankaras, sólo está probada la historicidad del último, Mahavir (según algunos, también del penúltimo), un contemporáneo de Buda, producto de la misma cultura. Hay hindúes a los que les gustaría ver en los jainistas una casta más del hinduismo –su perfil laboral se confunde con el de los banias, la casta comercial arraigada en Rajastán y Guyarat–. Sólo el año pasado el Gobierno indio dio el paso de declarar el jainismo una religión distinta a todos los efectos, atendiendo una demanda histórica.
En cualquier caso, los jainistas quizás hayan llegado más lejos que otros en India porque a sus ídolos no les piden nada. No son dioses y no dispensan favores, sólo dan ejemplo de templanza. Y sus seguidores ahora sólo piden no tener que pedir permiso para morir. Y cerrar el círculo.