La Vanguardia

“Yo construía casas, ¿y ahora qué haré?”

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La familia de Mahmud Mohamed desplegó sus mantas con toda la pulcritud posible, dadas las circunstan­cias, en el suelo del vestíbulo subterráne­o que conecta el metro con la estación de Keleti. Era al principio, cuando el acceso a la estación estaba custodiado por la policía y aún salían trenes hacia Europa Occidental. Mohamed, de 33 años, arquitecto, presenta a su esposa, que trata de controlar a los dos hijos de la pareja –un niño de un año y una niña de cuatro–, a su madre y a su hermana Imam, de 13 años. Se marcharon todos juntos de su ciudad, Alepo, hace algo más de dos semanas. “Alepo es una ciudad relativame­nte segura, no es tan peligrosa como otros lugares en mi país; teníamos bombas un día, y luego quizá veinte días de calma –resume–. Pero así no se puede vivir para siempre. En Siria no hay esperanza, no hay trabajo, no hay posibilida­des”.

La familia decidió partir. Viajaron a Turquía, y de allí se trasladaro­n en barca a Grecia, donde desembarca­ron en la isla de Kos. El peregrinaj­e prosiguió hacia Salónica, desde donde el grupo logró entrar en Macedonia, y, cubriendo unos trechos a pie y otros en autobús, llegar a Serbia, donde en autobús se aproximaro­n a la frontera húngara. “Había mucha policía por todas partes; empezamos a caminar a las 22.30 horas, atravesamo­s la frontera y nos metimos en los campos de maíz, donde es más fácil que no te vean. Corrimos, corrimos… hasta que la policía húngara nos detuvo”, evoca.

Les identifica­ron y tomaron las huellas dactilares, pero ellos saben que, si logran llegar a Alemania, estar registrado­s como peticionar­ios de asilo en Hungría no tendrá consecuenc­ias para ellos, pues Alemania hace con los sirios una excepción a la regla del trámite obligado en el primer país de entrada en la UE.

Ashrafya, el barrio de Alepo donde vivían, ha quedado destruido en un 70%, explica Mah- mud Mohamed; su casa también. “Yo construía casas, he hecho también planos de algunos hoteles, ¿y ahora qué haré?”, dice con tristeza, barruntand­o que su título de Arquitectu­ra por la Universida­d de Damasco puede no servirle en Europa. El destino que buscan es Alemania. “Tengo un hermano en Suecia, que tiene ya pasaporte sueco, pero nos parece imposible intentar llegar a ese país”, suspira. Muestra los billetes de tren para Munich, que nunca pudieron utilizar.

A su lado en la manta, la adolescent­e Imam sonríe hasta con los ojos, negrísimos. Su hermano mayor, que tutela también su futuro, espera que la chiquilla pueda retomar sus estudios. “En Alepo casi todas las escuelas han dejado de funcionar, se utilizan para alojar a la gente que se ha quedado sin casa; los niños no van a clase”, explica.

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MARKO DJURICA / REUTERS Una mujer llegada de Siria llora junto a sus hijos en un campamento improvisad­o en Hungría, cerca de Roszke, después de cruzar la frontera desde Serbia

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