Carne de cañón
Asistimos indiferentes a la decapitación de Siria. Todo del mundo destruye al pueblo sirio, los combatientes, los yihadistas, los mercenarios a sueldo de poderes como Qatar y Arabia Saudí. Europa sólo se ha conmovido con la oleada de miles de refugiados que anhelan penetrar en sus fronteras. Los millones de sirios acogidos desde hace años en Turquía, Líbano y Jordania no interesan tanto.
Alemania siempre ha sido el foco más atractivo para los árabes que huyen de la guerra, de la ocupación, de la pobreza, los que aspiran a conseguir el estatus de refugiados políticos. Suecia, Noruega y Dinamarca también han sido países de acogida para los orientales.
Hoy, el Mediterráneo es un mar de cadáveres. “Los terroristas llegan en aviones a Turquía –me decía un amigo damasceno– y los sirios mueren en pateras”.
Cerca del 80% de los refugiados sirios que se dirigen a Europa proceden de zonas muy conflictivas, de la zona dominada por los rebeldes. Salen ilegalmente por las fronteras desmanteladas, a través de Turquía, rumbo a Grecia y otras direcciones.
Estos sirios tienen un nivel socioeconómico más elevado que los refugiados en los campos de Líbano, Jordania y Turquía. Para emprender su épico viaje a Europa necesitan entre tres y cinco mil dólares, una importante suma para la mayoría de la población.
Desde el 2013, Alemania proporciona, a través de su embajada en Beirut, un programa de ayuda. Es el más generoso, sin comparación con otros países europeos. Cada año permite aco- ger a 10.000 refugiados. Se tienen en cuenta sus calificaciones profesionales, los niveles de educación. Es un programa bien organizado, aunque sea lenta la burocracia para obtener el visado.
Pero para acogerse a estas ayudas hay que salir de Siria, cruzar la frontera con Líbano y llegar a Beirut, y el Gobierno de Damasco ejerce un estricto control sobre sus ciudadanos. Además, Líbano, ante la avalancha de refugiados, ha restringido los permisos de entrada, y miles de personas se acumulan cada día en la frontera de Masna. Los refugiados sirios equivalen a casi la cuarta parte de la población, y a este colectivo hay que añadir 300.000 refugiados palestinos y una numerosa población iraquí.
No es un lugar común insistir en que Líbano, desde el principio de su historia, es un país de acogida, por ejemplo a los armenios llegados tras el genocidio turco al final de la I Guerra Mundial.
Sin embargo, la presencia de los refugiados sirios no sólo provoca problemas económicos, sino también de seguridad y de estabilidad política porque casi todos son suníes, lo que agrava el precario equilibrio con los chiíes.
Ya hubo refugiados sirios que regresaron, convencidos de que su vida sería más soportable en Siria. Hay millones de desplazados que se han establecido, sobre todo en la zona gubernamental.
La historia de los refugiados de Oriente Medio es patética. Los palestinos, ahuyentados por la propaganda judía, alentados por las promesas de los gobernantes árabes de que pronto volverían a sus casas, fueron víctimas de su precipitada decisión.
Hay refugiados sirios que han lamentado en los diarios beirutíes su ilusión de viajar a Alemania. A veces, los refugiados también sirven de carne de cañón para sórdidas maquinaciones políticas.
“Los terroristas llegan en aviones a Turquía y los sirios que huyen mueren en pateras”, me dicen en Damasco