El contable sigue vivo
Cuando Artur Mas era conseller de Economia y portavoz del Govern de Jordi Pujol, su índice de conocimiento público era inferior al 30% y algún compañero de Consell Executiu lo trataba como si fuera el contable. Hace una década, la sátira política lo retrataba como un robot de mandíbula cuadrada, gestualidad errática y tupé en un mundo poblado por calvos. Del robot dibujado entonces queda hoy ese extraño impulso automático de intentar avanzar a pesar de topar con las paredes; y del contable, dos años de obsesión por cuantificar los votos a favor y en contra de un Estado propio para Catalunya. Mas ha simplificado la ecuación electoral todo lo que le ha sido posible y, como padre de una criatura llamada Junts pel Sí, observa con un punto de diversión cómo, superadas las desconfianzas congénitas, los estrategas de Convergència y ERC trabajan juntos en la sede “madrileña” de la insólita coalición; cómo Raül Romeva, un execosocialista en excedencia política, cierra los mítines en los que participa el presidente de la Generalitat; y, en tiempos de supuesta desafección ciudadana, se congregan 40.000 personas en el paseo Lluís Companys de Barcelona para mostrar su apoyo a un proyecto político. Entonces, una ligera sonrisa recorre la cara del president. Como el de un niño que se ha metido en un lío y está (casi) seguro de salir indemne.
Con la lista unitaria, Mas despedirá totalmente la antigua CDC del omnipresente Jordi Pujol y lanza lo que queda del partido cuarentón a un “renacimiento”. Se verá en el congreso de primavera. Por qué no otro nombre, otros líderes –en plural–, sin sucesores designados a dedo… Otro reflejo de la sociedad catalana acorde a una nueva realidad todavía desconocida.
Sólo la sombra del 3% enturbia los planes del president. El discurso se sitúa entre la resignación por la enésima investi- gación judicial sobre las finanzas del partido y la indignación por el “espectáculo” de los registros de la Guardia Civil en la sede del partido. No baja la cabeza y, aunque intente evitar las críticas al juez de El Vendrell, en sus palabras se impone la sospecha. “Demasiada casualidad para ser casualidad”, dijo en el Parlament. “Casualidad, coincidencia y acción del enemigo”, escribió Ian Fleming en su Goldfinger, y esos son los capítulos que esperan en la sede convergente.
Hace siete meses, en la comisión de investigación del caso Pujol, el president pronunció un inquietante “físicamente estoy vivo; políticamente, no lo sé”. No había lista unitaria, y Convergència intentaba sobrevivir a la familia de su fundador. A punto de arrancar una campaña electoral histórica y convencido de que los sobresaltos no se han acabado, ante un inocente saludo de cortesía –“¿Cómo está, president?”– la respuesta no es la de un robot de voz enlatada –“bien, gracias”–, sino un contundente y humano: “Vivo, ¿te parece poco?”.
Mas ha simplificado la ecuación electoral todo lo posible y mira su obra con un punto de diversión