La Vanguardia

Los reflejos de Felipe González

- Enric Juliana

Felipe González se ha convertido en un personaje de Gabriel García Márquez. Es terrenal y oceánico. Homero Rey, quizá le habría bautizado el de Aracataca, retomando, medio en serio, medio en broma, el nombre de un personaje de la Martinica, reubicado en Ginebra, que aparece en el cuento Buen viaje, señor presidente, escrito en 1979.

La cita es a las once de la mañana en un despacho del centro de Madrid que el expresiden­te comparte con otros profesiona­les. Viejo y elegante ascensor con banqueta de madera. Nada más traspasar la puerta, en la pared del vestíbulo, un Tàpies con la marca de unos dedos en rojo. Las cuatro barras. Mitologías de los años setenta, cuando lo catalán triunfaba en Madrid. Empezamos bien.

González es terrenal. Aparece con las gafas de sol todavía puestas. Antifaz negro, pelo blanco y un rostro intensamen­te bronceado. Estampa de caudillo sudamerica­no. Viene de su casa en Extremadur­a y mientras nos acomodamos en la sala donde tendrá lugar la entrevista, recuerdo un agudo comentario de Mario Soares, que leí una vez en Lisboa, mientras hojeaba libros en la casa Bertrand, en la cuesta del Chiado: “Felipe González es un líder político muy inteligent­e, poseído por una extraña melancolía rural que le provoca momentos de intenso ensimismam­iento”. Soares y González, los dos hombres escogidos por Willy Brand, Olof Palme y François Mitterrand para que la socialdemo­cracia condujese el estreno de la democracia en el desgraciad­o solar ibérico, nunca se llevaron del todo bien. Soares es un gallo portugués. González es Homero Rey.

Ha escuchado por la mañana a Pablo Iglesias en la radio y empieza a hablar con la mirada gatuna que avisa de la inminencia de un zarpazo. Achina los ojos y, ¡zas!, Pablito Iglesias se convierte en Piolín en manos del gato Silvestre. Comenta: “Es interesant­e ver como a los emergentes, a medida que se van asentando en sus posiciones de gobierno, les cuesta tomar decisiones difíciles. Comienza a haber alguna anécdota divertida en los ayuntamien­tos”. Es terrenal, González. Sabe en cada momento dónde están y cómo se mueven sus competidor­es.

Es oceánico. Habla con la cadencia del Atlántico en la costa Caribe. Sin descanso. Primero, olas mansas y onduladas. Una tarde soleada en Cartagena de Indias. Después, el mar se va embravecie­ndo y en un momento dado achina la mirada y ¡zas!, otra pieza cobrada: Piolín, Aznar, Mas, o algún compañero de partido. En este último caso, cuando se trata de alguien del PSOE, la mirada del gato cazador se torna persa.

Cuesta intercalar las preguntas. Podrías estar escuchándo­le durante horas y horas. Va y viene por los océanos, y este año dicen que las corrientes del Niño van a ser intensas. El otro día los diarios traían una toma de satélite del Pacífico, con muchos remolinos. Tres grandes espirales blancas sobre fondo azul. Las elecciones catalanas de septiembre, las elecciones generales de diciembre y lo que vendrá después.

Habla oceánico González y no es fácil resumirlo. Hay retales de la entrevista que no apareciero­n ayer en La Vanguar- dia por falta de espacio. Retales laterales y algún zarpazo. No le gusta que le hablen de Escocia para justificar la actual estrategia del soberanism­o catalán. “En Escocia se pactó y se cumplió la ley, a partir de un orden constituci­onal muy distinto al nuestro. Aquí se está proponiend­o la ruptura de las reglas del juego. Podríamos recordar que la Confederac­ión del Sur era secesionis­ta y que el gran propósito de Lincoln fue respetar y hacer cumplir la Constituci­ón”.

Cuando le pregunto por Jordi Pujol, cambia de registro. Se contiene. Queda claro que no quiere herirle y suelta una de sus frases estilo años ochenta: “No me voy a poner de pie sobre quien ha caído, para parecer más alto”. Le menciono a Pasqual Maragall y también quiere contenerse, pero el gato persa se escapa por debajo de la mesa y entra en la grabadora: “No sé si Pasqual leyó bien el Estatut”. Nada más.

Terrenal y oceánico, González conserva los reflejos. Sabe que se equivocó con la analogía entre el independen­tismo catalán y “la aventura alemana e italiana de los años treinta” y ha querido corregir. En la primera epístola a los catalanes, el gato persa mordió como si fuese el feroz marsupial de la isla de Tasmania. Hirió el domingo pasado a muchos catalanes pactistas y moderados. González lo sabe y corrige. Pero insiste en que la pluralidad catalana se ha achicado “dramáticam­ente”. Quiere fijar un mensaje. Pluralidad en peligro. Respeto a la ley. Un mensaje de rigor y severidad, que estropeó la referencia al fascismo y que esta semana el PP ha puesto en ridículo al anunciar la reforma del Tribunal Constituci­onal sin consultar a Pedro Sánchez. ¿Un PSOE duro con Catalunya y monaguillo del PP? Desastre electoral seguro.

“¿Usted estaría de acuerdo en que, bien por la vía de una reforma amplia de la Constituci­ón, bien por la vía que sugiere Herrero de Miñón de una nueva disposició­n adicional, hubiese un reconocimi­ento explícito de la identidad nacional de Catalunya?

“Absolutame­nte... absolutame­nte. Es que no tengo la menor duda...”

Oceánico, terrenal y con reflejos.

El PP quiere convertir al PSOE en su monaguillo ante la cuestión catalana; por eso González corrige

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DANI DUCH Felipe González en un despacho de Madrid, el pasado jueves. durante la entrevista con La Vanguardia
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