La Vanguardia

Elogio de la diplomacia

- A. CALDERÓN, departamen­to de Estrategia y Dirección General, Esade Business and Law School

Desde tiempos inmemorial­es, existen dos grandes métodos para resolver conflictos: por la fuerza o por las palabras. A veces se mezclan y combinan: el verbo puede no matar pero sí inflamar y ser el detonante de una contienda. Según se use, también ayuda a entrar en razón y a dirimir grandes dilemas. Por ejemplo en la película Diplomatie, basada en hechos reales aunque con diálogos ficticios, que narra un supuesto encuentro entre el gobernador militar nazi del París ocupado y el cónsul de Suecia. El diplomátic­o logra convencer al militar de no dinamitar la ciudad. Teóricamen­te, ni el uno ni el otro buscan al principio el mérito para sí mismos, sino para su propia causa. El general cumple órdenes de Hitler, que llegó al poder tras unas elecciones pero que resultó ser despiadado, bárbaro y demente. El cónsul escucha, investiga, dialoga, tiende puentes y teje relaciones. Podríamos decir que se mueve en las fronteras humanas.

Es un paradigma de cómo el diplomátic­o cumple su misión en la discreción, lejos del vocerío, las grandilocu­encias populistas o las soflamas vehementes. En la jerga del sector, existe incluso el término sherpa. Designa a los que llevan el peso de una negociació­n en la sombra, entre bastidores, para aupar luego en la firma final ante las cámaras al dirigente que, con su rúbrica, pasará a la posteridad por haber logrado el acuerdo.

En la vida real, a los diplomátic­os les toca a veces deshacer entuertos provocados por los políticos. Por ejemplo, la polarizaci­ón extrema de posiciones es arriesgada y no suele solventar litigios sin efectos colaterale­s adversos. Lanzar órdagos para ganar poder negociador tal vez sea estratégic­a y políticame­nte estimulant­e, pero humanament­e peligroso, puesto que la partida puede irse de las manos y las secuelas resultar nefastas para los más desprotegi­dos.

Por eso harían falta más diplomátic­os hacedores de consensos y menos divos. En cuestiones graves de la esfera internacio­nal, cuando los diplomátic­os han tenido que callar, a menudo han intervenid­o los militares.

Y algunas hostilidad­es actuales, como la agresivida­d prorrusa en Ucrania, censurable e improceden­te en cualquier caso, tal vez podrían haberse evitado con una diplomacia mejor dirigida, sensata y ponderada en los años previos. Y tantas otras.

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