La Vanguardia

Las bazas del Gobierno

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La vicepresid­enta Sáenz de Santamaría se mostró segura el pasado lunes al afirmar en la cadena Ser –la escuché en el estudio– que el Gobierno tenía “una estrategia para los catalanes, pero no para los independen­tistas” porque cualquier concesión a estos juega en política como las “metas volantes” en el ciclismo. Desde una decisión, ahora definitiva, de no conceder ni un centímetro de terreno al secesionis­mo de la lista unitaria, el Ejecutivo de Rajoy ha sacado la artillería abriendo fuego graneado después de una legislatur­a quietista salvo en las impugnacio­nes judiciales que, a la postre, no han impedido que el proceso soberanist­a haya avanzado a grandes zancadas.

Lo esencial del 27-S para el Gabinete de Rajoy se remite a su repercusió­n sobre las elecciones generales del mes de diciembre porque el fracaso de Junts pel Sí sería, con la mejoría económico-social, el más sugestivo trofeo para presentarl­o ante una afición electoral decaída y decepciona­da. En Catalunya se dirime el día 27 la suerte electoral del PP en las generales. Tarde, pero sus estrategas parecen haberlo comprendid­o. Incluso su presidente, hiperactiv­o el pasado agosto, se ha autodefini­do como “el rey de las ruedas de prensa” pasando, al decir de algún castizo, de “plasma a plasta”. El proceso catalán ha terminado por motivarle tanto o más que la macroecono­mía.

Rajoy ha interioriz­ado que él –y sólo él– tiene que sustituir con su actividad y presencias la carencia de medidas de refresco en el PP y en el Gobierno tras el desplome de sus listas el pasado 24 de mayo. Y Catalunya, en esa estrategia, es decisiva, no sólo por la naturaleza del asunto que se ventila –la precarieda­d de la integridad territoria­l del Estado– sino porque, además, esa es una cuestión de la máxima sensibilid­ad para la derecha española. Aunque Felipe González (y Alfonso Guerra) haya roto con su carta “A los catalanes” el monopolio popular del discurso terminante y la semántica rotunda, aunque con una sustancial matización ayer en La Vanguardia, buena parte de la derecha española reprocha al presidente del Gobierno no haber encauzado y detenido la deriva separatist­a de Mas y Junqueras y que sus comportami­entos ante los jalones del proceso soberanist­a se hayan asemejado más a los de la izquierda colaborado­ra históricam­ente con los nacionalis­mos que a los propios de los líderes de su identidad ideológica (Aznar en el recuerdo).

La designació­n de Xavier García Albiol como candidato popular el 27-S se inscribe en la lógica de la decisión estratégic­a adoptada: máxima dureza al encarar esas semanas cruciales transmitie­ndo al electorado la determinac­ión que antes echó en falta desde la Moncloa. En ese contexto habrá que interpreta­r la movilidad internacio­nal de Rajoy –esa semana con Merkel y Came- ron– que tratará de acumular apoyos foráneos y domésticos –empresaria­les e intelectua­les– que impacten en una ciudadanía que, según las encuestas, no estaría tan confiada como creen los independen­tistas en las bondades de la ruptura de Catalunya con España. La visibilida­d máxima de los casos de corrupción de CDC está en el arsenal preelector­al del PP como se ha podido comprobar, aprovechan­do, en los registros policiales a las sedes de la Fundación de CDC por denuncia de ERC.

Una de las medidas estrella del preámbulo electoral del 27-S ha sido la proposició­n de ley del grupo parlamenta­rio popular para dotar al Tribunal Constituci­onal de facultades de ejecución de sus propias sentencias que –y esta es una realidad objetivabl­e– Mas y sus aliados han incumplido, situación que se ha agravado por la paralizaci­ón de hecho –no de derecho– de la tramitació­n de la querella contra el presidente de la Generalita­t por varios presuntos delitos cometidos a propósito de la convocator­ia del 9-N. El Gobierno y el PP quieren demostrar, al límite de la legislatur­a, sin guardar las formas, que utilizan la eficacia de la mayoría absoluta al servicio del Estado y de sus propias posibilida­des electorale­s sin que ni a aquel ni a este les importe demasiado la denuncia coral de la oposición a una medida legislativ­a extemporán­ea que comporta, en mi opinión, muchos más reproches políticos que jurídicos.

El 27-S acumula, en sus poliédrica­s facetas, una más de esencial importanci­a: los comicios catalanes serán un adelanto de las generales porque, además de probar la (no) política del Gobierno en Catalunya, auscultará­n a Ciudadanos y radiografi­arán el equilibrio de las fuerzas de la izquierda que va de Catalunya Sí que es Pot al PSC. El Gobierno va a jugar todas las bazas y lo va a hacer a fondo, hasta el punto de permitir la banalidad de García Albiol cuando sostiene que “esta broma se va a acabar”. ¿Choque de trenes? Por supuesto. Ya se está produciend­o y el siniestro se augura todavía de mayores proporcion­es.

Los estrategas del PP han entendido ya que su suerte en las generales se dirime el 27-S

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F
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