La Vanguardia

Un fantasma recorre Europa

- Glòria Serra

En Inglaterra, el primer ministro Cameron, marcando paquete de duro, quiere trasladar a los propietari­os de viviendas las funciones de policía exigiéndol­es que echen a los simpapeles bajo amenaza de cinco años de cárcel. Pregunta: ¿podrán utilizar armas o la fuerza con los que se nieguen? Del lado francés, donde cada día llegan 150 personas dispuestas a intentar cruzar el canal, se asegura con voz rotunda que se echará a “todos los ilegales”. Pregunta: ¿adónde los van a echar, exactament­e?

Este ha sido el verano de la inmigració­n y de las declaracio­nes estúpidas al respecto. O del migrante, para ser más políticame­nte correcto: aquellos que buscan un destino mejor o huyen de la guerra, el hambre y la miseria. Normalment­e de sur a norte y de este a oeste. Comenzó con la crisis de los manteros, mayoritari­amente hombres subsaharia­nos al servicio de las mafias, con un muerto como detonante. Después fueron los miles y miles que se amontonaba­n y están aún en Calais intentando llegar como sea a Gran Bretaña: asaltando trenes, camiones y lo que sea para llegar a la tierra prometida del fish and chips.

Pero la crisis de Caláis ha sido sólo el primer acto del drama que se está viviendo

Este ha sido el verano de la inmigració­n y de las declaracio­nes estúpidas al respecto

desde hace semanas en las fronteras orientales europeas. Por tierra y por mar miles y miles de personas, hombres, mujeres, niños y ancianos, se precipitan sobre el continente para huir del horror, el hambre, la tortura y la guerra. Los 71 muertos asfixiados en un camión o el cuerpo del niño de tres años mecido por las olas en una playa turca son sólo dos dramáticas instantáne­as de este desastre sin precedente­s. ¿Cuántas habrá sin testigos?

Y, de nuevo, con pocas respuestas gubernamen­tales que estén a la altura de la magnitud de esta ola imparable. Desde los populismos más baratos, como el demostrado por el xenófobo gobierno húngaro, a propuestas que buscan tranquiliz­ar pero que preocupan por su simplicida­d. Decir que se marcaran nuevas cuotas para que cada país de la Unión acoja un número concreto de refugiados, liberando a Grecia e Italia de la carga principal, no tienen ningún sentido. En un continente donde no hay fronteras, ¿me puede alguien contar cómo se conseguirá que los de la cuota local no se vayan adonde les interese? Mariano Rajoy diciendo ante Angela Merkel que puede que España acoja alguno más de los que le tocan y asegurando que “este es un proceso muy complicado y tenemos que ordenarlo entre todos” es un brindis al sol. Claro que para tontería, la que añadió al punto la canciller alemana: “Los que no tengan derecho a quedarse, deberán volver a sus países de origen”. Como si hubiera posibilida­des reales de devolver a alguien a Siria o a Iraq, por poner sólo dos ejemplos.

Un fantasma recorre Europa y estremece a todos. Es el fantasma del pasado, cuando decisiones tomadas alegrement­e como la invasión de Iraq o la falta de intervenci­ón en Siria abrían la caja de los truenos. O consecuenc­ia de la permisivid­ad con gobiernos islámicos con tendencia a repartir con una mano petrodólar­es a sectas integrista­s mientras con la otra se anuncian en camisetas y campos de fútbol. Un fantasma que se resiste a ser encerrado en las tumbas de sus víctimas.

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