Una bolsa cada vez más neurótica
La ciencia alerta de que el cerebro del inversor se equivoca si está bajo presión
Desde hace años la neurociencia procura explicar por qué tomamos ciertas decisiones. También en economía. La extrema volatilidad de las bolsas registrada en las últimas semanas no sólo es fruto de la fría interpretación de ciertos datos económicos, como la ralentización china, sino que obedece a una combinación de factores emocionales, neuronales y hormonales a los que el cerebro del inversor, en la actualidad, está cada vez más expuesto.
“Durante la turbulencias de las bolsas en China en agosto los inversores tuvieron que experimentar con toda seguridad grandes subidas de cortisol, conocida como la hormona del estrés. Está demostrado que a corto plazo, esto les hace asumir muchos riesgos. Les hace comprar activos con mayor volatilidad”, explica Carlos Cueva, profesor de la Universidad de Alicante y autor de un estudio sobre el tema publicado en la revista Science. “Así se toman decisiones que no reflejan nuestro criterio de riesgo habitual, como cuando estamos en condiciones de reposo”, sostiene Cueva.
La otra sustancia que condiciona el comportamiento es la testosterona. “Funciona como la leña al fuego de una burbuja”, dice este académico. Sus investigaciones han demostrado que al segregarse en situaciones de tensión, incrementa el ins- tinto competitivo, lo que se traduce en los mercados en el conocido efecto manada.
El neurólogo Pedro Bermejo acaba de publicar El cerebro del inver
sor (Pirámide), un libro revelador en el que respalda esta tesis. “El cerebro está desarrollado para dejarnos influir por burbujas, la histeria colectiva y para que tendamos a seguir a los demás y a copiar los movimientos de aquellas personas que pensamos que han triunfado antes que nosotros. Es el efecto de las neuronas espejo. Por ello, cometemos numerosos errores”. Según Bermejo, “las bajadas de las bolsas que vemos sin motivo aparente llegan porque nuestro sistema nervioso utiliza las mismas estructuras para huir de un depredador que para escapar de un ciclo bursátil”.
Antonio Innocenti, profesor de la Universidad de Siena (Italia), lleva años estudiando a los inversores. Reconoce que en las circunstancias actuales es cada vez más difícil acertar y esto, inevitablemente, hace que la volatilidad se dispare.
“A diferencia del pasado hoy hay un exceso de información. Los operadores tienen que gestionar una cantidad enorme de datos, con lo que al final se dejan guiar por pocas señales y por la emotividad. Esto impide que las decisiones sean analíticas y razonadas”, sostiene. Si el inversor está sobrepasado por lo que ocurre a su alrededor, la automatización de las contrataciones añade otro elemento de incertidumbre. “Puede parecer una paradoja, pero el hecho de que las decisiones de compra y de venta se lleven en gran parte por ordenadores, que toman decisiones cuando se rompe un determinado soporte, acentúa la volatilidad. Sus criterios, basados en algoritmos, son demasiado rígidos. Y los inversores, cuando ven un movimiento alcista o bajista, corren detrás sin pensar”, explica Innocenti.
¿De verdad el cerebro del inversor no está preparado para los mercados globales? Hace años se hubiera hablado de “exuberancia irracional” para explicar los movimientos más bruscos. ¿O es que hay algo más? “En la práctica, muchas veces los gestores se ven obligados a hacer de psicólogos de sus clientes y explicarles que no tienen que dejarse llevar por las emociones”, reconoce David Cano, gestor de Analistas Financieros Internacionales. Una vez, el célebre inversor Warren Buffet dijo: “Si los mercados fueran eficientes, yo estaría pidiendo caridad en la calle”. Hoy es multimillo nario. Una auténtica locura.