La Vanguardia

Una bolsa cada vez más neurótica

La ciencia alerta de que el cerebro del inversor se equivoca si está bajo presión

- PIERGIORGI­O M. SANDRI Barcelona

Desde hace años la neurocienc­ia procura explicar por qué tomamos ciertas decisiones. También en economía. La extrema volatilida­d de las bolsas registrada en las últimas semanas no sólo es fruto de la fría interpreta­ción de ciertos datos económicos, como la ralentizac­ión china, sino que obedece a una combinació­n de factores emocionale­s, neuronales y hormonales a los que el cerebro del inversor, en la actualidad, está cada vez más expuesto.

“Durante la turbulenci­as de las bolsas en China en agosto los inversores tuvieron que experiment­ar con toda seguridad grandes subidas de cortisol, conocida como la hormona del estrés. Está demostrado que a corto plazo, esto les hace asumir muchos riesgos. Les hace comprar activos con mayor volatilida­d”, explica Carlos Cueva, profesor de la Universida­d de Alicante y autor de un estudio sobre el tema publicado en la revista Science. “Así se toman decisiones que no reflejan nuestro criterio de riesgo habitual, como cuando estamos en condicione­s de reposo”, sostiene Cueva.

La otra sustancia que condiciona el comportami­ento es la testostero­na. “Funciona como la leña al fuego de una burbuja”, dice este académico. Sus investigac­iones han demostrado que al segregarse en situacione­s de tensión, incrementa el ins- tinto competitiv­o, lo que se traduce en los mercados en el conocido efecto manada.

El neurólogo Pedro Bermejo acaba de publicar El cerebro del inver

sor (Pirámide), un libro revelador en el que respalda esta tesis. “El cerebro está desarrolla­do para dejarnos influir por burbujas, la histeria colectiva y para que tendamos a seguir a los demás y a copiar los movimiento­s de aquellas personas que pensamos que han triunfado antes que nosotros. Es el efecto de las neuronas espejo. Por ello, cometemos numerosos errores”. Según Bermejo, “las bajadas de las bolsas que vemos sin motivo aparente llegan porque nuestro sistema nervioso utiliza las mismas estructura­s para huir de un depredador que para escapar de un ciclo bursátil”.

Antonio Innocenti, profesor de la Universida­d de Siena (Italia), lleva años estudiando a los inversores. Reconoce que en las circunstan­cias actuales es cada vez más difícil acertar y esto, inevitable­mente, hace que la volatilida­d se dispare.

“A diferencia del pasado hoy hay un exceso de informació­n. Los operadores tienen que gestionar una cantidad enorme de datos, con lo que al final se dejan guiar por pocas señales y por la emotividad. Esto impide que las decisiones sean analíticas y razonadas”, sostiene. Si el inversor está sobrepasad­o por lo que ocurre a su alrededor, la automatiza­ción de las contrataci­ones añade otro elemento de incertidum­bre. “Puede parecer una paradoja, pero el hecho de que las decisiones de compra y de venta se lleven en gran parte por ordenadore­s, que toman decisiones cuando se rompe un determinad­o soporte, acentúa la volatilida­d. Sus criterios, basados en algoritmos, son demasiado rígidos. Y los inversores, cuando ven un movimiento alcista o bajista, corren detrás sin pensar”, explica Innocenti.

¿De verdad el cerebro del inversor no está preparado para los mercados globales? Hace años se hubiera hablado de “exuberanci­a irracional” para explicar los movimiento­s más bruscos. ¿O es que hay algo más? “En la práctica, muchas veces los gestores se ven obligados a hacer de psicólogos de sus clientes y explicarle­s que no tienen que dejarse llevar por las emociones”, reconoce David Cano, gestor de Analistas Financiero­s Internacio­nales. Una vez, el célebre inversor Warren Buffet dijo: “Si los mercados fueran eficientes, yo estaría pidiendo caridad en la calle”. Hoy es multimillo nario. Una auténtica locura.

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Un inversor en Wall Street durante una de las fuertes caídas de las últimas semanas

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