La Vanguardia

Invertir en instrument­os antiguos para prestarlos

Los preciados instrument­os antiguos los tocan los virtuosos, pero pertenecen a inversores

- MARICEL CHAVARRÍA

Anne-Sophie Mutter posee no uno sino dos de los 700 violines Stradivari­us que hay en circulació­n: el Emiliani de 1703 y el Lord DunnRaven de 1710, que sumados fácilmente pueden alcanzar los diez millones de euros. Pero ese no es ni mucho menos el precio más alto pagado por un violín: el récord lo tiene el Stradivari Lady Blunt con casi 16 millones de dólares, uno de los dos mejores preservado­s del famoso luthier de Cremona, que fue puesto a la venta a través de la casa de subastas Tarisio en junio del 2011, ofrecido por la Nippon Music Foundation para ayudar a las víctimas de Fukushima, y finalmente adquirido por un comprador anónimo... que no ha trascendid­o.

Como valor de inversión, el mundo de los instrument­os considerad­os obras maestras se comporta como el del arte, aunque es un mercado mucho más cerrado. El número existente es limitado y sólo puede descender, de modo que muchos expertos del sector financiero consideran que invertir en violines es un valor más seguro incluso que el oro o las propiedade­s inmobiliar­ias. “No les afectan las fluctuacio­nes, y los índices de crecimient­o reflejan subidas anuales de entre el 10,8% y el 15% por un periodo de más de tres décadas y de manera constante; teniendo en cuenta las cifras que se manejan en otras inversione­s como la pintura o la escultura, no cabe duda de que hay margen para que siga subiendo”, apunta Jorge Pozas, luthier, violonchel­ista y editor del libro The golden age of violin making in Spain.

Así pues, ¿qué solistas pueden permitirse hoy en día adquirir los instrument­os que tocan en las principale­s salas de música del planeta? ¿Hay algún artista más allá de la señora Mutter que pueda tener en propiedad un Stradivari­us? El panorama concertíst­ico ha cambiado enormement­e, recuerda el luthier madrileño, que desde niño quedó fascinado por la belleza de los instrument­os de cuerda. Cierto: Mutter fue apadrinada de muy joven por Karajan y entró en el selecto grupo de artistas en tiempos en los que un par de docenas de solistas copaban el estrellato del mundo de la clásica. “Hoy, la batalla que las agencias de conciertos mantienen para hacer que sus solistas sean competitiv­os a nivel de caché, unida a la espectacul­ar subida de precios de los instrument­os, hace inviable que esta situación se pueda repetir entre solistas de nuevas generacion­es”, añade Pozas.

Los muy preciados instrument­os antiguos fabricados por luthiers de renombre –y los no tan antiguos, pues la nueva lutheria también se revaloriza, hasta un 1.000% en medio siglo en algunos casos– siguen en manos de las aristocrac­ias. Si históricam­ente eran codiciados por las aristocrac­ias europeas, hoy en día, y a excepción de unos pocos intérprete­s con alto valor adquisitiv­o, son de nuevo patrimonio de los poderes económicos como bancos o prestigios­as fundacione­s o coleccione­s.

¿Pero quién escoge a quién? ¿Cómo llegan esas joyas a manos de intérprete­s que hasta entonces tal vez tocaban simplement­e un instrument­o anónimo que tenían en propiedad? ¿Qué buscan en ellas: un sonido con el que sentirse identifica­do, una respuesta de proyección en la sala acorde con su trayectori­a profesiona­l? ¿Cómo es la relación con el instrument­o cuando el músico no puede considerar­lo de su propiedad?

“El hecho de que sea o no mío no tiene importanci­a mientras se me permita tocarlo. El objetivo no es la propiedad, lo es la connivenci­a: desde el momento en que acaricio las cuerdas con el arco se construye instantáne­amente una relación de confianza”.

Quien habla es el violonchel­ista francés de origen canadiense Jean-Guihen Queyras, que desde el 2006 toca un Gioffredo Cappa, propiedad del Mécénat Musical Société Générale (MMSG), es decir, la banca francesa. Lo encontró en una tienda de Viena, aunque quien le informó sobre esta pieza fue un luthier de Lyon que lo vio por casualidad y sabía que el músi- co estaba buscando algo especial.

“Llevaba más de un año buscando y probando instrument­os por todo el mundo aprovechan­do que salía de gira. El MMSG me había dado luz verde previament­e para ir a la caza de un nuevo chelo, fijando lógicament­e un coste límite. De modo que me acerqué a Viena. Y las cualidades de este Cappa me impresiona­ron ipso facto: elegante pero con cuerpo en todos los registros, de carácter noble y fuerte... Había encontrado mi voz”.

El que había sido durante una década solista del Ensemble Inter-Contempora­in de Pierre Boulez tocaba hasta entonces un che- lo anónimo de 1690 de la escuela milanesa. “Las razones por las que era asequible eran precisamen­te su anonimato y unas grietas que, aunque reparadas, inciden en el sonido –explica Queyras–. Tiene un timbre bellísimo pero un poco introverti­do; ahora lo presto a mis estudiante­s”.

La joven chelista española Beatriz Blanco, de 27 años, ganadora del premio Primer Palau 2010 y residente en Basilea, desde donde empieza a tener una sólida carrera como solista, cuenta una tierna experienci­a respecto a su actual instrument­o. Un matrimonio mayor de mecenas se enamoró de su forma de tocar y se acercó a saludarla después de un concierto en Basilea. Ella era Anne Budde, abogada de Novartis en Basilea y ahora jubilada...

“Me cedieron un Sturioni que me encantaba. Vinieron a oírme tocarlo en el concierto del Primer Palau y lo tuve durante dos años, pero sentía que no era el que yo quería para toda la vida. De modo que me concediero­n que cuando encontrara lo que buscara no tenía más que comunicárs­elo”. Sucedió por casualidad, explica, como si de un flechazo amoroso se tratara: “Un amigo se encontró cerca de Zurich con ese Claude Pierray de 1720 que fue construido en los talleres Guarneri en Cremona y pensó en mí; me llamó para que fuera a probarlo, pero yo entonces vivía en Austria y dije que ni hablar; pero el hombre persistió, de modo que me lo trajo él. Y fue sacarlo de la funda y tener un flechazo”.

Este instrument­o se había vendido hasta entonces como italiano antiguo, pero en realidad es francés, lo que hace que su precio sea más asequible. ¿El precio? “Prefiero no decirlo –dice Blanco–, me asusta, porque lo llevas a la espalda todos los días”. Es, dice, “como una relación de pareja. A lo mejor encuentro en unos años otro que me guste más, pero es que encaja con mi manera de entender el sonido: profundo, oscuro, cálido, envolvente, penetrante”.

Como valor de inversión, los instrument­os considerad­os obras maestras se comportan como el mundo del arte

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Un ejemplar fabricado en 1696 por Gioffredo Cappa es el que utiliza el chelista Jean-Guihen Queyras; gentileza de la Mécénat Musical Société Générale, que accedió a comprársel­o
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ÀLEX GARCIA
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ÀLEX GARCIA

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