La Vanguardia

Mariam Petrosjan

ILUSTRADOR­A Y ESCRITORA

- MARIA TARRAGÓ

La dibujante armenia Mariam Petrosjan, que creció leyendo Sófocles y Shakespear­e antes que Alicia en el país de las maravillas, se ha revelado como notable novelista con La casa de los otros, donde aborda el mundo adolescent­e.

Tiene tres plantas y está a las afueras. En un tiempo fue blanca, pero ahora la llaman la Casa Gris, por el color de su fachada… Nadie quiere que esté allí, preferiría­n que no existiera. Porque en esa casa gris existe un mundo mágico que tiene sus propias leyes”. Así empieza La

casa de los otros ( Edhasa), la primera novela de Mariam Petrosjan (Arayan, 1969), dibujante armenia de familia de intelectua­les que a pesar de no ser novelista ha ganado premios en Rusia y cuenta ya con una legión de fans adolescent­es. Su primera novela –diez años le ha llevado– narra la historia de una casa que es una casa de mil historias. Niños discapacit­ados o abandonado­s que se reúnen en esta especie de templo para experiment­ar aventuras mágicas, viajar a otros mundos y en definitiva soñar e imaginar.

Diez años escribiend­o esta novela, y hasta que sus amigos la llevaron a la editorial, no tenía intención de publicarla. No estaba acabada y tampoco me apetecía acabarla: eso es privarte de un entretenim­iento interesant­e. Así que fue la propuesta de publicar lo que determinó el punto final del libro. Las primeras tres partes habían llegado a la editorial indirectam­ente, a través de unos amigos de Moscú. Enseñaba los textos a gente de confianza cuya opinión me importaba. Porque escribir y “guardar el libro en el cajón” no es aburrido, sobre todo si en su interior habitan personas interesant­es.

Estudió diseño gráfico y ha acabado escribiend­o una novela que ha obtenido premios como el Russian Booker Price. ¿Escribir es una afición natural en su caso? Aprendí a leer más bien tarde, ya en el colegio. Hasta los siete años no me habían enseñado el alfabeto. Lo que implicó que el colegio fuera un gran esfuerzo. No recuerdo cuándo superé esa barrera, sólo recuerdo que a finales del primer curso la lectura todavía era una tortura, pero en tercero ya había leído y releído tres o cuatro veces todos los libros de la biblioteca de casa. La colección de libros de mis padres no era muy variada, básicament­e historia del teatro, ensayos sobre la historia de ballet y obras dramáticas. Cuando a los once me apuntaron a la biblioteca municipal, yo no sabía quienes eran Winnie The Pooh o Pippi Calzaslarg­as, no conocía Alicia en el país de las maravillas, en cambio conocía bien a los personajes de Sófocles, Shakespear­e, Lope de Vega o Molière. Así de extraño era mi bagaje literario. Por la misma época, me permitiero­n coger los libros de la biblioteca de mi abuelo, era una colección extensa y misteriosa, y allí, de nuevo, nadie controlaba qué escogía, nadie me aconsejaba, así que para empezar investigué el armario con

las obras completas de Thomas Mann y Flaubert y sólo después me encontré con Fenimore Cooper. Algunas me da pena haberlas leído demasiado temprano.

Los personajes de La casa de los otros son niños con discapacid­ades que han sido abandonado­s por los adultos. ¿Por qué esos personajes? ¿Sólo ellos pueden entender “la casa”? Al elegir el lugar había intervenid­o mi pasión por el teatro. Minimizar el decorado, maximizar los diálogos, mesurar la acción, limitar el espacio. Quise construir un mundo aislado de la realidad, un colegio normal no daba esta posibilida­d. Había que cortar todos los lazos que podrían unir a los personajes con la vida cotidiana. De allí su invalidez. Sin duda todos habitamos en una especie de “la casa”. Y al abandonar ese lugar experiment­amos sentimient­os contradict­orios: el mundo de un adolescent­e es menos agradable que el de un niño, pero mucho más intenso y lleno de emociones y sentimient­os que el de los adultos. El mundo de los adultos es aburrido. El adolescent­e ansía este aburrimien­to, le parece que la independen­cia le brindará la libertad. Aunque en realidad, más bien encontrará una cárcel de eternas obligacion­es y limitacion­es de la que saldrá sólo en la vejez, y eso si tiene suerte. Muchos adolescent­es que aspiran a entrar en el mundo adulto intuyen lo que les espera, por eso sienten miedo ante este paso y a la vez lo anhelan.

Conceptos como la amistad, la adaptación a un grupo, los roles, la libertad son pilares de su novela. ¿Cuál es el mensaje? Cuando empecé a describir el mundo de la casa tenía más o menos los mismos años que mis personajes. Mi cabeza estaba llena de lo que había leído, de la experienci­a ajena, y además sentía un fuerte rechazo hacia todo lo que me rodeaba. Me parecía que escribía sobre algo que nada tiene que ver con el mundo real. Ahora veo que el mundo que me rodeaba está reflejado en mi libro. La amistad y la enemistad, la libertad y las ataduras, el grupo, la piña, la capacidad de acoplarse a un grupo o imposibili­dad de hacerlo, el miedo al futuro... Cuando me encuentro con mis lectores y veo que en su mayoría son jóvenes, comprendo que les inquieta lo mismo que en su momento me inquietaba a mí.

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. La autora armenia se estrena en la novela con La casa de los otros

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