La Vanguardia

Espías de Mitterrand

“Mitterrand lo sabía”, dice el coronel francés que puso la bomba

- RAFAEL POCH

Treinta años después del hundimient­o del barco de Greenpeace Rainbow Warrior a manos de los servicios secretos franceses en el puerto de Auckland, uno de los agentes implicados en la operación pide perdón.

En diciembre se celebrará en París la gran Conferenci­a de las Naciones Unidas contra el cambio climático. La ministra de Medio Ambiente francesa se llama Ségolène Royal, y su colega de Exteriores, Laurent Fabius. Hace 30 años, el 10 de julio de 1985, el servicio secreto exterior francés, hoy DGSE, colocó dos bombas en el casco del barco Rainbow Warrior, de la organizaci­ón ecologista Greenpeace, que mantenía una campaña contra las pruebas nucleares francesas en el Pacífico, y lo hundió en el puerto de Auckland, en Nueva Zelanda. Fue una operación ordenada por el presidente François Mitterrand. El primer ministro era entonces Laurent Fabius. Entre los agentes del comando francés figuraba un tal Gérard Royal, hermano de la actual ministra de Medio Ambiente.

El agente Royal fue el que condujo la zodiac que llevó a los dos buceadores, Jean Camas y Jean-Luc Kister, hasta el barco de la organizaci­ón eco- logista. El trío formaba uno de los tres grupos, en total 12 hombres, que participar­on en la operación, en la que murió el fotógrafo de Greenpeace Fernando Pereira.

“Tengo la muerte de un inocente sobre mi conciencia y eso pesa”, dice Kister, jefe de aquella célula en una entrevista con el fundador del portal Mediapart, Edwy Plenel. El 17 de septiembre de 1985, Plenel fue coautor del informe de Le Monde que revelaba la existencia de un tercer equipo de los servicios secretos franceses que se sumaba a los dos ya detectados en medio del cúmulo de mentiras que París sembró cuando Nueva Zelanda detuvo a uno de ellos y dio cuenta de la existencia de un segundo equipo.

“Mitterrand estaba al corriente, sabía que habría sabotaje, estas operacione­s de los servicios siempre deben contar con luz verde del presidente”, dice Kister, que entonces tenía 33 años.

“Han pasado treinta años y pensé que era una ocasión para expresar a la vez mi profundo pesar y mis excusas, en primer lugar a la familia de Fernando Pereira por lo que yo califico de muerte accidental y ellos estiman que fue asesinato”, dice Kister. “Quisiera también excusarme ante los miembros de Greenpeace que estaban a bordo del Rainbow Warrior aquella noche y también ante el pueblo neozelandé­s”.

“Muy raramente se nos da el derecho de matar, pero no somos asesinos”, dice este especialis­ta en operacione­s submarinas.

Nada de lo que Kister explica es nuevo en aquel caso, que costó el puesto al jefe de los servicios secretos, Pierre Lacoste, y al ministro de Defensa, Charles Hernu. Sin embargo, es muy raro que un militar participan­te, sometido a la particular omertà de la razón de Estado, pida perdón por un crimen. Por eso el exagente espera ser criticado por sus excolegas.

Kister explica que cuando se les encargó el trabajo planearon acciones más suaves, como dañar las hélices del barco, pero que se les exigieron “medidas más radicales”: “Hay que hundirlo”, nos dijeron. “Para nosotros los de Greenpeace eran revoltosos, pero no peligrosos”, explica el exagente. “Se nos dijo que Greenpeace estaba infiltrada por el KGB”.

El coronel relata un esfuerzo por excluir víctimas en el atentado, en el que se adosaron dos bombas en el casco del barco. La primera debía provocar el desalojo de la nave, y la segunda, hundirlo. Así ocurrió, pero tras la primera explosión, Pereira regresó al barco para salvar sus cámaras y murió ahogado al estallar la segunda.

“Tengo la muerte de un inocente sobre mi conciencia, y eso pesa”, dice el exagente Kister

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PATRICK RIVIERE / AFP El Rainbow Warrior, hundido en el puerto de Auckland, en una imagen tomada el 14 de agosto de 1985

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