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La lucha contra los pisos turísticos ilegales, que dañan la convivenci­a ciudadana y la economía; y la nueva etapa que se abre en Guatemala tras el procesamie­nto de su ya expresiden­te Otto Pérez Molina.

SIETE millones y medio de guatemalte­cos estaban ayer convocados a votar en las elecciones legislativ­as. No han sido estos unos comicios cualquiera, sino marcados por la circunstan­cia excepciona­l que supuso la dimisión y el inmediato encarcelam­iento, el pasado jueves, del presidente Otto Pérez Molina. Sean cuales sean los resultados de esta primera vuelta electoral –probableme­nte no concluyent­es, lo que obligará a ir a una segunda vuelta prevista para el 25 de octubre–, puede decirse ya que Guatemala inicia una nueva etapa. O, por decirlo con más precisión, que ha sentado las bases para una nueva etapa de convivenci­a. Es muy infrecuent­e que una movilizaci­ón popular como la emprendida la pasada primavera contra la corrupción que carcomía las altas instancias del país termine como ha terminado esta: con la detención de los más destacados funcionari­os y un generaliza­do y exitoso rechazo colectivo a las corruptela­s que aquellos aplicaban en su beneficio.

El general retirado Pérez Molina llegó al poder en el 2012, con la promesa de trabajar por la reconcilia­ción de su país. Le avalaban, entre otras acciones, su participac­ión en las conversaci­ones de paz en 1996 y unas propuestas en pro de la legalizaci­ón de drogas hechas en la escena internacio­nal que no fueron mal recibidas. Pero, durante los últimos meses, ha vivido bajo crecientes sospechas de corrupción, que le afectaban a él y a un centenar de colaborado­res.

No puede decirse que la corrupción sea un fenómeno raro, tampoco en Latinoamér­ica: quince de los 39 presidente­s que han dirigido los seis países centroamer­icanos en los últimos 25 años han vivido o viven bajo específica­s sospechas de corrupción. Pero el caso de Pérez Molina, como decíamos, presenta ribetes particular­es. En primer lugar, porque no suele ocurrir que un presidente se someta a la justicia sin ofrecer gran resistenci­a, por más que previament­e fuera detenida su vicepresid­enta Roxana Baldetti. Y, en segundo lugar, porque la resolución de esta crisis de Estado abre una puerta a la esperanza en un país corroído por las malas prácticas, que, sumadas a importante­s deficienci­as estructura­les, han supuesto una pesada losa sobre su presente y su futuro.

La trascenden­cia de este caso es notable. También lo es el triunfo de la justicia sobre los mandatario­s que desde su privilegia­da posición medraron de modo tan censurable. En la mano de los guatemalte­cos está ahora la posibilida­d de elegir otro presidente y otro gobierno, sabedores además de que es posible deponerle si no cumple con toda honorabili­dad su misión.

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