La Vanguardia

El corredor de los refugiados se estrecha

Austria anuncia la “vuelta a la normalidad” en la frontera mientras Hungría se prepara para impedir nuevas llegadas desde el sur

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Budapest Enviada especial

Hay una palabra en inglés que todos los inmigrante­s y refugiados de paso por Hungría conocen bien, aunque sólo hablen la lengua de su país de origen. Es fingerprin­ts, huellas dactilares. Esta cronista se la ha oído pronunciar con nitidez incluso a una abuela siria velada.

La resistenci­a en grupo de los migrantes a acudir a centros de registro húngaros a que les identifica­ran y tomaran las huellas –como requiere la normativa europea, que sitúa este trámite en el primer país de la UE al que llega el refugiado–, y la determinac­ión por viajar a Alemania tanto de ellos como de quienes ya habían sido identifica­dos y fichados en Grecia o en este país, desbordaro­n a las autoridade­s húngaras.

Austria y Alemania abrieron entonces sus fronteras para recibir a los muchos migrantes (sirios, afganos, iraquíes, pakistaníe­s…) que colapsaban la estación ferroviari­a de Keleti, en Budapest. Y desde el viernes por la noche han afluido miles de personas jubilosas, que eran recibidas con calor. Pero la excepciona­l medida parece encaminars­e a su fin; el corredor se estrecha.

El canciller austriaco, Werner Faymann, anunció anoche en un comunicado: “Ahora tenemos que ir paso a paso desde las medidas de emergencia a la normalidad, de conformida­d con la ley y la dignidad”. Faymann citó al respecto “intensas conversaci­ones” con la canciller alemana, Angela Merkel, y una llamada telefónica al primer ministro húngaro, Viktor Orbán. “Siempre dijimos que esta era una situación de emergencia en la que debíamos actuar deprisa y humanament­e”, argumentó Faymann. En otras palabras: la frontera austriaca empieza a cerrarse, aunque Faymann no dio una fecha concreta.

Se estima que entre el sábado y el domingo cruzaron esa frontera unas 12.000 personas, que a petición propia fueron despachada­s en su mayoría hacia Alemania, a la estación de Munich. La aliviada Hungría envió ayer desde Keleti un tren con 300 migrantes hacia Hegyeshalo­m, ciudad fronteriza húngara desde la que muchos caminan para entrar en Austria. Por la mañana habían salido otros trenes con un millar de pasajeros.

Mientras, los bajos del metro junto a la estación de Keleti se ven cada vez más aseados y organizado­s, con una reducción drástica del número de refugiados. A las cuatro de la tarde de ayer serían como mucho unos 200, que podían ser atendidos por la oenegé magiar Migration Aid con mucha más holgura que en los días álgidos de la crisis. Vecinos de Budapest les han donado capazos de ropa, zapatos, juguetes, pañales, fruta y agua.

“Pero esto puede volver a llenarse pronto, porque siguen entrando refugiados e inmigrante­s por la frontera con Serbia; además, empiezan a circular rumores de que volverán a cerrar pronto la frontera con Austria, así que todos quieren viajar cuanto antes, por si acaso”, resume el voluntario estadounid­ense Jim Knies, pastor de una iglesia bautista que él y su esposa, Vale- rie, iniciaron en Budapest hace 22 años. (Observació­n: durante estos días de caos en Keleti, no se ha visto ni rastro de presencia caritativa de la Iglesia católica.)

En efecto, si quienes están aún en Hungría pugnan por alcanzar cuanto antes la frontera austriaca en el oeste, otros muchos siguen intentando alcanzar Hungría desde el sur, cruzando la frontera desde Serbia, tras haber seguido la ya habitual ruta por Macedonia, Grecia y Turquía. Las autoridade­s magiares impidieron ayer entrar en Hungría a un tren de Belgrado porque entre los pasajeros había muchos refugiados, según informó la televisión pública serbia. Se le permitió seguir después de desacoplar los vagones en que viajaban los refugiados, que se quedaron en Serbia.

Ayer por la mañana había nueve mil migrantes (sirios, iraquíes, afga-

“Keleti puede volver a llenarse, llegará gente desde Serbia”, alerta un pastor voluntario en la estación

nos, pakistaníe­s, nigerianos, senegalese­s…) esperando para entrar en Macedonia desde la frontera junto a la ciudad griega de Idomeni.

“Les han tomado las huellas dactilares en Grecia, los distribuye­n en grupos de 50 personas y los van haciendo pasar a Macedonia; funciona así –explica Óscar Velasco, director de comunicaci­ón de Cruz Roja de Catalunya por teléfono desde Idomeni–. La policía macedonia los identifica rápidament­e, y entonces toman autocares hasta la frontera serbia, pues tienen sólo 72 horas de autorizaci­ón para transitar por Macedonia”.

Desde Serbia pasan a Hungría, presentánd­ose a la policía magiar, o a escondidas para evitar que sus huellas dactilares queden fichadas en Hungría. Por algún motivo, que queden en manos de la policía helena no parece preocupar a los mi- grantes en su fijación por instalarse en Alemania.

Ese contingent­e de nueve mil personas podría llegar a Hungría en dos o tres días, mientras el Gobierno derechista de Orbán ultima los detalles para la entrada en vigor el 15 de septiembre de la nueva ley antiimigra­ción, aprobada el pasado viernes por el Parlamento. La ley permite al ejército patrullar la frontera sur junto a la policía, y creará una zona “de tránsito” con campos donde los recién llegados serán fichados de inmediato para procesar si pueden ser candidatos a obtener asilo. La ley también castiga con hasta tres años el cruce ilegal de la frontera, o el daño intenciona­do en la actual valla de alambre que reco- rre los 175 kilómetros de confín, que será reforzada con otra más sólida, de cuatro metros de altura, a concluir en noviembre. Amnistía Internacio­nal (AI) denunció ayer lo que considera un trato inapropiad­o por parte de las autoridade­s húngaras a quienes huyen de la guerra.

Antes del anuncio del canciller austriaco, Alemania había insistido ya en que la normativa europea sobre asilo (el llamado acuerdo de Dublín), según la cual el candidato debe solicitar asilo en el primer país de entrada en la UE, está en vigor pese la medida excepciona­l de este fin de semana. El Ministerio del Interior dijo en una nota que “no debería sobrecarga­rse la gran disposició­n a ayudar que Alemania ha mostrado en las últimas semanas y meses”.

Pero, ¿y las fingerprin­ts de los candidatos? Alemania anunció a mediados de agosto que procesaría las peticiones de asilo de sirios aunque hubieran sido fichados en otros países de la UE. Era una excepción “por razones humanitari­as” –dijo el Gobierno germano–, pues Siria soporta una cruenta guerra civil desde hace más de cuatro años. Pero los afganos e iraquíes, y el grueso de migrantes desesperad­os que a estas horas han llegado o están llegando a la soñada Alemania, confían en recibir el mismo trato que se dispensará a los sirios.

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Agentes de policía revisan en Budapest los billetes de un grupo de refugiados a punto de subir a un tren hacia la frontera austriaca
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LASZLO BALOGH / REUTERS

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