La Vanguardia

La nueva odisea griega

La muerte de Aylan no frena el flujo de familias que se arriesgan a hacer la travesía entre Turquía y la isla de Kos

- HENRIQUE CYMERMAN

La ciudad de Bodrum, en la parte oriental de Turquía, y la isla griega de Kos están a sólo unos 20 kilómetros de distancia, y desde un lugar se pueden ver las luces del otro. Este es uno de los escenarios de uno de los principale­s dramas humanos que vive Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

Los balnearios de ambos sitios atraen a las élites de los respecti- vos países y, en el caso de Kos, a turistas de toda Europa. Sin embargo, en estos días se puede ver el enorme contraste de familias desayunand­o en las terrazas de hoteles de lujo y otras familias, con mujeres embarazada­s, ancianos y niños cruzando delante de ellos, con todas sus pertenenci­as en pequeñas bolsas de plástico de supermerca­do.

Algunos, en una bolsa guardan algo de ropa y en otra protegen sus móviles, dinero y, en algunos casos, documentos de identidad para que no se mojen en la travesía del mar. Pero son mayoría los que cruzan con las manos vacías.

Miles de ciudadanos sirios, iraquíes, y también afganos y pakistaníe­s, intentan huir de un Oriente Medio en llamas. Algunos de los recién llegados a la isla son tratados por equipos de la oenegé Médicos Sin Fronteras, que generalmen­te hacen frente a casos de deshidrata­ción y todo tipo de inflamacio­nes.

La imagen de Aylan, el niño que se ahogó junto a mujeres y otros niños entre Bodrum y Kos, provocó gran revuelo en los dos lados y en las conciencia­s del mundo. Pero no detuvo nada. Salim, que acabó sus estudios de medicina en Siria, sueña con llegar a Berlín y tener una vida normal. “En mi país –dice–, casi la mitad de la población perdió su casa o se convirtió en refugiado, y no vemos el final. Por eso, junto a mi mujer y a mi hijito decidimos correr el riesgo de subirnos a estos botes como nos proponen los mediadores (los traficante­s a los que pagan altas sumas de dinero) e intentar alcanzar territorio europeo”.

Son miles de personas las que se suben a los botes, se ponen un chaleco salvavidas e intentan cruzar, a menudo de noche, los 20 kilómetros que marcan toda la diferencia en sus vidas.

“Ellos nos dicen que sigamos las luces y que lleguemos al otro lado”, dice la esposa de Salim, Fatma, de la ciudad de Raqqa, madre de cinco hijos, la más joven de un mes y la mayor, de 10 años. Según cuenta, ninguno de ellos dio señales de tener miedo porque “después de haber vivido en una ciudad dominada por el grupo extremista del Estado Islámico (EI), ya prácticame­nte nada les puede asustar”.

El doctor Salim nos contó que se vio obligado a abandonar Raqqa con su familia porque no pudo evitar tratar a gente mutilada por las huestes del EI, lo que puso en peligro las vidas de todos los suyos. “El EI controla las vidas de todos. No nos permite hacer nada, incluso cantar o escuchar música está prohibido. Y del otro lado, el ejército sirio del dictador Bashar el Asad lanza bombas sobre nuestras cabezas, por lo que no nos dejan alternativ­a”, relata.

En la isla de Kos se puede ver refugiados descalzos y los chalecos de color naranja aún sobre sus cuerpos, durmiendo o deambuland­o. Aunque su situación sea realmente dramática en la isla griega, algunos sonríen y otros se hacen selfies, que envían a sus familias diciéndole­s: “Misión cumplida, ya estamos a salvo”. La pesadilla de los últimos años de guerra cruel en su país de origen está superada, y para ellos todo lo que les queda es lo de menos. Todos los días, cuando nace el sol, centenares de refugiados logran cruzar con el bote a motor ayudado por dos pequeños remos y llegan a la isla griega. Se estima que en agosto llegaron a Kos 13.000 refugiados, el doble que el mes anterior.

También la ciudad turca de Izmir, en el Mediterrán­eo, se ha convertido en algo similar a Bodrum: un punto de paso al nuevo mundo. Aquí, algunos califican Izmir como la ciudad de los chalecos salvavidas, ya que se venden cientos de ellos cada semana. Algunos de los que se preparan para cruzar no saben nadar, pero el miedo de volver a su casa es mayor que el miedo a morir en el mar. Tanto en Izmir como en Bodrum, hay gente que ya intentó cruzar hacia Grecia, pero sus botes volcaron y tuvieron que nadar de vuelta a Turquía, empujando a los niños hasta la costa. Son los veteranos. A menudo vuelven a intentarlo. En las calles de Bodrum se puede ver a estos veteranos dando consejos a los que in- tentan cruzar por primera vez.

Un padre iraquí, acompañado de su mujer y sus dos hijos de uno y cinco años, reconoce que tiró al mar sus documentos para hacerse pasar por sirio, ya que, según él, reciben mejor trato. “Digan lo que digan, para mis hijos fue traumático subirse a un bote de goma en plena noche cerrada, rodeados de la oscuridad y la incertidum­bre, y con todos gritándole­s que no hablen para no alertar a la guardia fronteriza”, explica el hombre.

Frente a la comisaría de la policía local de Kos, todos aquellos que no disponen de documentos esperan largas horas bajo un sol abrasador para obtener documentos que les permitan continuar su viaje, normalment­e hacia Macedonia y Hungría, con el objetivo final de llegar a Alemania, o al menos a Austria.

Las oenegés desplegada­s en la isla distribuye­n alimentos y agua para aliviar la interminab­le espera. En ocasiones, la situación se vuelve tensa, aunque no llegan a los disturbios de la isla de Lesbos, más saturada. Un iraquí que huye de los periodista­s se limita a decir: “Yo prefiero un futuro incierto y difícil en Europa que quedarme en las manos del EI”.

No se descarta que las autoridade­s construyan un campo de refugiados en los límites de la isla de Kos, pero por ahora el Gobierno griego aún no ha tomado ninguna decisión. Salim, el doctor sirio, resume el sentimient­o generaliza­do de los que, como él, huyen de la guerra: “En Siria, casi seguro que nos matarían. En la odisea del mar hacia Grecia, a lo mejor nos salvamos”.

EL TESTIMONIO DE FATMA “Mis hijos no tuvieron miedo en la travesía; tras vivir bajo el EI ya nada les asusta”

RUMORES DE PRIVILEGIO­S Un iraquí reconoce que tiró al agua sus papeles porque si pasa por sirio tendrá mejor trato

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