Carta a las mujeres abuelas
De repente, me acordé de María Teresa, mujer estupenda y licenciosa, vicedecana de las divorciadas del Empordà, que en Barcelona tomaba copitas de cava –este es un país inexplicable sexualmente sin el cava– y se ponía el mundo por montera. –¿Sabes algo de María Teresa? Sin abrir la boca, mi amigo, que también había tomado alguna copita de cava con ella, me alargó el móvil. –Muy monos los niños. Entendí la dimensión de la tragedia. Eran los nietos de María Teresa. Hasta ahí, nada que objetar. A todos nos pueden hacer abuelos, y hay incluso quien entre una buena partida de petanca y ser abuelo prefiere lo segundo. Yo la duda que tengo es la siguiente:
–¿Por qué mujeres atractivas colocan fotos de sus nietos en los perfiles de WhatsApp y renuncian a la coquetería que no hace tanto las distinguía?
Confieso que nuestra primera reacción fue de contrariedad. Ya imaginamos que los nietos dan muchas alegrías –cuando llegan y cuando se van, por ejemplo–, suponen una segunda juventud –¡Dios mío, no me des una ter-
Ya imagino que los nietos dan alegrías –cuando se van– pero... ¿a qué viene renunciar a vuestra imagen?
cera juventud!– y aprendes mucho de ellos –esto es una tontería monumental, pero queda bien decirlo–. Pero ¿a cuento de qué una mujer renuncia a su imagen de buen ver y es abducida por unos mocosos que en su vida colocarán a la abuela en el perfil de WhatsApp?
Que María Teresa sea ahora una abuela vocacional nos alegra mucho. ¡Hip, hip, hurra! Pero más nos alegraba antes, y ahora ya no nos queda ni el consuelo de espiar su foto con ánimo de repesca. Tampoco soy partidario de colocar en los perfiles fotos juveniles, costumbre lastimosa, porque siempre hay quien dirá: –Y lo gordo que se ha puesto. De aquella conversación nace esta carta abierta a todas las abuelas estupendas de Catalunya, escrita con el afecto –y la perplejidad– de quien os ve correr por la playa al borde del infarto detrás de unos pendejos, observa como las nueras os dan instrucciones prusianas –aunque nunca pierden oportunidad de endilgaros a las criaturas– y, en definitiva, se pregunta no dónde estan las nieves de antaño sino a qué viene anteponer la foto de los nietos a la vuestra, para irritación de peñistas del sexo masculino (no conozco a abuelos que pongan fotos de sus nietos en sus perfiles en la red).
Nunca es tarde, abuelas de Catalunya, para terminar con esta tiranía encubierta de los nietos. ¿Que les queréis mucho? Ya se nota. Pero ¿y de vuestros admiradores pasados y futuros, qué? Resulta que el mundo monta una cruzada antiaging, rehace los papeles asignados a los decenios vitales –hoy, los cincuentones estamos en la flor de la vida– y nos hace creer en la juventud eterna, y vosotras, sin haber cumplido siquiera los 60 años, os declaráis abuelas. Estoy, vaya, muy enfadado y sólo espero que esta carta os haga recapacitar (que para eso la escribo). Antes que abuelas, mujeres.